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El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo, jueves 26 de octubre del 2000

       ¿QUIÉN HACE ESTO?


ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Fernando

Era por 1968, el del florido mayo francés de utopías y libertades, cuando nació mi hijo Fernando, que creció entre libros en una casa donde se oía Radio París por las noches y donde venían los compañeros en las luchas de la palabra por un futuro de libertades para Andalucía. Nunca supo Fernando entonces por qué le reñimos tanto aquel día que salió diciendo con su media lengua, al llegar a casa Manuel Benítez Rufo, el jefe del PCE en la clandestinidad andaluza: "¡Papá, que está aquí el del Partido!" Fernando no sabía que pared con pared vivía un policía.

Tan chico que Isabel lo llevaba sentado en sus rodillas, Fernando ya supo dónde iba cuando aquella mañana de un septiembre de estado de excepción vinieron a casa unos señores porque su padre había firmado contra la pena de muerte y por las libertades. Fernando supo de la angustia de su madre, que no sabía si quienes se llevaban a su padre eran los policías o eran los guerrilleros de Cristo Rey. En el coche con su madre fue detrás de aquellos hombres y de aquel coche, hasta que vio que respiraba relativamente tranquila, porque era la Brigada Social y no los guerrilleros de Cristo Rey quienes se habían llevado a su padre en pleno estado de excepción.

Por eso Fernando ya sabía el significado de lo que escribía en el cuaderno escolar que aún conservo, aquel día de noviembre de 1975, pocos días después de la mañana del coche, de la detención, de la Brigada Social y del terrible respiro de la falta de libertades, cuando Isabel vio que su padre llegaba a los calabozos de La Gavidia. En su cuaderno del colegio, Fernando puso: "Franco ha muerto y mañana no hay cole".

Y me acuerdo de la sonrisa de Fernando aquella mañana gloriosa y colectiva del 4 de diciembre, cuando era uno de los niños que portaba la bandera verde y blanca de Blas Infante, con la que los andaluces, pidiendo nuestra autonomía, proclamábamos que éramos un pueblo de paz y esperanza que pedía su libertad por sí, para España y la Humanidad.

Eran ya años que, como a su padre le había devuelto la democracia el pasaporte que le quitó la dictadura, Fernando pudo conocer mundo. Y camino de Disneylandia iba con sus padres y con su tía Fina aquella mañana de agosto en Barajas. Estaba Fernando en la cinta de equipajes, en escala desde Sevilla a Nueva York, esperando las maletas para su primer sueño americano, cuando estalló allí mismo una bomba que había colocado la ETA. Fernando quedó entre el humo de la bomba y de los cascotes, y salió corriendo. Sus padres, horrorizados, escucharon luego su relato, cuando al cabo del tiempo lo encontraron por fin, solo, deambulando por unos jardines, fuera de la terminal del aeropuerto:

-- Yo vi allí en el suelo un hombre muerto y salí corriendo...

Pasaron los años. Fernando se hizo mayor, se hizo arquitecto y experto en nuevas tecnologías, siguió viviendo y haciendo suyos los principios de una familia andaluza que trabaja por su tierra. Fernando ejerció durante unos años las libertades que desde niño había visto crecer, votó en cada momento a los partidos que mejor encarnaban sus utopías de juventud y de trabajo. Trabajo que no halló en España y que hubo, como tantos jóvenes licenciados, que encontrar fuera, en el extranjero, donde vive, ya casado.

Un día de esta primavera, llamé a Fernando para que estuviera informado de que pregonaban el nombre de su padre en un periódico que es la mira telescópica de los tiros en la nuca. Me dijo:

-- ¿Qué haces ahí?

Le dije lo que toda mi vida: que había que igualar con la vida el pensamiento, que había que seguir defendiendo las libertades, como cuando venía el de El Partido. Pasaron los días. Fernando supo por su madre que las cosas en España no van bien. Muchas mañanas, antes de ir al trabajo, el telediario de TVE Internacional de las siete y media de la mañana era su sobresalto diario, su llamada áquí a Sevilla:

-- ¿Qué haces ahí?

Anoche, llamé a Fernando para decirle que me había llamado Jaime Mayor Oreja y le conté lo que el ministro me había informado. Fernando ya no me preguntó qué hago aquí. Porque Fernando sabe que yo lo que quiero es que a su joven vida, llena de negaciones y lágrimas de las libertades. llegue por fin un día en que vuelva el breve sol de aquella mañana de libertades en que llevaba una bandera andaluza con los colores de la paz y la esperanza.

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