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Era
por 1968, el del florido mayo francés de utopías y libertades,
cuando nació mi hijo Fernando, que creció entre libros en una
casa donde se oía Radio París por las noches y donde venían
los compañeros en las luchas de la palabra por un futuro de
libertades para Andalucía. Nunca supo Fernando entonces por
qué le reñimos tanto aquel día que salió diciendo con su
media lengua, al llegar a casa Manuel Benítez Rufo, el jefe del
PCE en la clandestinidad andaluza: "¡Papá, que está
aquí el del Partido!" Fernando no sabía que pared con
pared vivía un policía.
Tan chico que Isabel lo llevaba sentado en sus rodillas,
Fernando ya supo dónde iba cuando aquella mañana de un
septiembre de estado de excepción vinieron a casa unos señores
porque su padre había firmado contra la pena de muerte y por
las libertades. Fernando supo de la angustia de su madre, que no
sabía si quienes se llevaban a su padre eran los policías o
eran los guerrilleros de Cristo Rey. En el coche con su madre
fue detrás de aquellos hombres y de aquel coche, hasta que vio
que respiraba relativamente tranquila, porque era la Brigada
Social y no los guerrilleros de Cristo Rey quienes se habían
llevado a su padre en pleno estado de excepción.
Por eso Fernando ya sabía el significado de lo que escribía
en el cuaderno escolar que aún conservo, aquel día de
noviembre de 1975, pocos días después de la mañana del coche,
de la detención, de la Brigada Social y del terrible respiro de
la falta de libertades, cuando Isabel vio que su padre llegaba a
los calabozos de La Gavidia. En su cuaderno del colegio,
Fernando puso: "Franco ha muerto y mañana no hay
cole".
Y me acuerdo de la sonrisa de Fernando aquella mañana
gloriosa y colectiva del 4 de diciembre, cuando era uno de los
niños que portaba la bandera verde y blanca de Blas Infante,
con la que los andaluces, pidiendo nuestra autonomía,
proclamábamos que éramos un pueblo de paz y esperanza que
pedía su libertad por sí, para España y la Humanidad.
Eran ya años que, como a su padre le había devuelto la
democracia el pasaporte que le quitó la dictadura, Fernando
pudo conocer mundo. Y camino de Disneylandia iba con sus padres
y con su tía Fina aquella mañana de agosto en Barajas. Estaba
Fernando en la cinta de equipajes, en escala desde Sevilla a
Nueva York, esperando las maletas para su primer sueño
americano, cuando estalló allí mismo una bomba que había
colocado la ETA. Fernando quedó entre el humo de la bomba y de
los cascotes, y salió corriendo. Sus padres, horrorizados,
escucharon luego su relato, cuando al cabo del tiempo lo
encontraron por fin, solo, deambulando por unos jardines, fuera
de la terminal del aeropuerto:
-- Yo vi allí en el suelo un hombre muerto y salí
corriendo...
Pasaron los años. Fernando se hizo mayor, se hizo arquitecto
y experto en nuevas tecnologías, siguió viviendo y haciendo
suyos los principios de una familia andaluza que trabaja por su
tierra. Fernando ejerció durante unos años las libertades que
desde niño había visto crecer, votó en cada momento a los
partidos que mejor encarnaban sus utopías de juventud y de
trabajo. Trabajo que no halló en España y que hubo, como
tantos jóvenes licenciados, que encontrar fuera, en el
extranjero, donde vive, ya casado.
Un día de esta primavera, llamé a Fernando para que
estuviera informado de que pregonaban el nombre de su padre en
un periódico que es la mira telescópica de los tiros en la
nuca. Me dijo:
-- ¿Qué haces ahí?
Le dije lo que toda mi vida: que había que igualar con la
vida el pensamiento, que había que seguir defendiendo las
libertades, como cuando venía el de El Partido. Pasaron los
días. Fernando supo por su madre que las cosas en España no
van bien. Muchas mañanas, antes de ir al trabajo, el telediario
de TVE Internacional de las siete y media de la mañana era su
sobresalto diario, su llamada áquí a Sevilla:
-- ¿Qué haces ahí?
Anoche, llamé a Fernando para decirle que me había llamado
Jaime Mayor Oreja y le conté lo que el ministro me había
informado. Fernando ya no me preguntó qué hago aquí. Porque
Fernando sabe que yo lo que quiero es que a su joven vida, llena
de negaciones y lágrimas de las libertades. llegue por fin un
día en que vuelva el breve sol de aquella mañana de libertades
en que llevaba una bandera andaluza con los colores de la paz y
la esperanza.
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