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Aunque
parezca mentira, se puso colorado.
Estábamos en el restaurante Florencia, el que dicen que
pasará a llamarse Porta Coeli, y ojalá que no se lo cargue la
nueva cadena Hesperia que ha comprado a la Occidental aquel
hotel de la avenida de Eduardo Dato, como Meliá se cargó el
refinadísimo La Almoraima cuando se quedó con Los Lebreros.
Meliá destrozó en Los Lebreros uno de los mejores y más
exquisitos restaurantes que había en Sevilla, para poner en su
lugar y en su local la habitual ordinariez de mesón
pseudoserrano de presa ibérica y de chuletón caiga quien
caiga, de ésos que como no les pongan en la decoración tres
ruedas de carros, cuatro ristras de ajo y cinco mesas de matanza
por allí sueltas, no se quedan tranquilos.
Así que estábamos en el todavía al día de hoy
recomendable restaurante Florencia, y llegó Manuel
del Valle,
el ex alcalde socialista de Sevilla, a quien, como a todos los
ex alcaldes, se le ha quedado nombre de callejero: Alcalde
Manuel del Valle. Lo felicitamos por su intervención en el
homenaje que en su Fundación El Monte organizó en memoria de Jesús Aguirre, Duque de
Alba. En ese acto, del que era
promotor, Valle fue el único que tuvo un gran éxito de
crítica y público. Por eso le dijimos que de todos cuantos
intervinieron (algunos sin causa justificada) en aquel homenaje
con tanto de desagravio de Sevilla a quien se entregó a ella
como un
madrigal de amor a Cayetana, sus palabras habían sido
las únicas medidas, ponderadas, adaptadas al acto, exactas, no
rechinantes. Porque allí hubo quien largó un coñazo de media
hora de refrito de conferencia de curso de verano sobre "La
Iglesia española en la Transición" (léase el cura
Martín Patino, que no sé a qué vino), y quien no renunció a
su innata predisposición a hacer una gracieta aunque sea
matando a su padre. En el homenaje al duque de Alba en el Monte,
que no era ni mucho menos un mitin, todos, menos Manuel del
Valle, pegaron un mitin bastante importante.
Y eso fue lo que le dijimos a Manuel del Valle en el
restaurante Florencia. Y le añadimos:
-- Cada día estas mejor, Manolo. Es que los alcaldes de
Sevilla mejoráis con el tiempo...
Aunque parezca mentira, se puso colorado.
Y para que dejara de ponerse, le añadimos:
-- Hombre, con decirte que hasta Fernando Parias está cada
día mejor...
Es la ley sevillana. Cuando los alcaldes alcanzan madurez,
serenidad, hondura, es, ay, cuando ya no están en la Casa
Grande. La Casa Grande es un matadero de hombres. Por eso,
cuando ya no tienen que aparecer por la Plaza Nueva, de ex, sin
las servidumbres del poder, pasan del cante chico al cante
grande. Hasta don Juan Fernández Rodríguez y García del Busto
(¿a que acabo con la tinta del periódico con tantas negritas?)
está cada día mejor. Nada digo de Luis Uruñuela, tan señor
siempre, que practica como nadie el arte de las distancias y del
silencio, más equilibrado todavía ahora en su condición de
ex, si ello es posible, que cuando tenía en la mano y en perri
el difícil bastón del primer ayuntamiento democrático desde
la alcaldía de Horacio Hermoso. Por eso, viendo a los ex y
viendo al actual, pienso que la Alcaldía de Sevilla es un
problema de tiempos, entre el ahora y el entonces. Deberíamos
hacer una repesca de ex alcaldes. Ahora es cuando de verdad
Valle, o Uruñuela, o Parias serían buenos alcaldes. Mejor aun
de lo que fueron entonces.
Porque aunque parezca mentira, el que no se pone colorado por
nada del mundo, y mira que tiene razones, es el actual
alcalde...
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