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Igual
que lo de "El Relicario" de Sarita Montiel era un día
de San Eugenio, el cuplé gaditano de chirigota que me
descubrió el difunto Fernando Quiñones
fue un Día de Cervantes, en un salón de Palacio donde el Rey
recibía, como cada año, a los escritores, editores y demás
gentes de mal vivir. Me dijo Quiñones:
-- Mira, esto de que el Rey nos reciba a los escritores es
muy importante. Si te fijas en lo que está haciendo aquel tío,
verás que el 23 de abril es el único día del año en que uno
que tiene publicado un libro de poemas en Adonais puede
limpiarse la pringue de la tapa de chocos fritos directamente en
las cortinas de Palacio...
Me decía esto Quiñones en un salón regio con las
taraceadas maderas del suelo completamente llenas de palillos de
dientes procedentes de los pinchos de tortilla, con charcos
pegajosos de la cocacola que se le había caído al otro cuando
presuroso corría a pegarle el coñazo al Rey sobre la novela
que estaba escribiendo, con toda suerte de arrugadas y manchadas
servilletas de papel arrojadas por los rincones y alguna que
otra colilla pisoteada, eso sí, todas de Ducados y Coronas para
hacer honor al Real Sitio.
Me imagino que los ancestros gaditanos de sus antepasados
convocados por Alvaro Mutis habrán contado a su paisano
Fernandito Quiñones que desde que nos falta, los ritos
palaciegos del Día de Cervantes han ido como suelen estas cosas
en España: a peor. Este año, aparte de limpiarse la pringue de
los chocos en el damasco de las cortinas y de tirar los papeles
al suelo como en una tasca de Argüelles, los escritores han
dejado a los Reyes más solos que a los de Tudela. En
Inglaterra, cuando la Reina recibe en Palacio, un chambelán da
instrucciones de lo que hay que hacer, de cómo hay que saludar.
Como aquí hay tan poquita afición a las tradiciones de la
Corona, la gente va a Palacio como a un cóctel en El Corte
Inglés: a por el canapé y a hablar de lo suyo. Y como había
fútbol, pues ni que los Reyes nos recibieran ni nada. Cada cual
se fue escaqueando cuando le pareció. De los 800 que habían
sido saludados por los Reyes en el Salón del Trono, no quedaban
ni 50 cuando finalmente Sus Majestades decidieron irse en vista
de la desbandada general. Estaba cayendo el sol en el Campo del
Moro (perdón, el Campo del Magrebí) cuando la crema de la
intelectualidad hizo bueno a Pepe Solís: "Menos latín y
más deporte". Eso. Menos recepción regia y más
Barcelona-Madrid.
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