En
su Cádiz se ha muerto Fernandito Quiñones, me lo dice, tan triste, al son de la
habanera, el compás de la brisa que por los Callejones me trae la noticia con compás de
falseta.
En su Cádiz se ha muerto la
canción del pirata, en su Cádiz se ha muerto una prosa que era una gran temporada con
historias del vino, con leyendas marinas y gracia de su tierra.
Arroyuelos de gracia fluían
por tu pluma, veneciana y latina, quizás un poco griega, con una flor de Ascanio
arrancada de un libro escrito en esa carta de una novia primera. Que como el mundo es
grande y más desde tu Cádiz, celebraste, Fernando, tus bodas con Venecia, Bucintoro de
sueños que al mar le va entregando un anillo de bodas imperial, como un César.
Llora ahora la espuma camino
del castillo, el sol ya te concede su luz, como un Planeta, inmortal gaditano, ay,
clásico entre clásicos, cantaor, que es la vida la negra petenera. Recorrías, Fernando,
la orilla de la playa, Robinsón de Chiclana con gorra caletera, y entre vasos de
plástico y entre bolsas de papas fijabas en la orilla esplendor de Academias. Te recuerdo
así siempre, de la Piedra Cuadrada al castillo y la gloria que llamaste Caleta, tú novio
enamorado de la sal de la espuma, y de la piedra antigua, y de la plata quieta, cuando el
guiño del faro con sus complicidades te hacía confidencias con la marea llena.
Caminito adelante, allí
frente el castillo, contemplo sobre el agua flotar una botella. Por las escaleritas del
parchís de tus gentes, por las piedras de bingo, de sopor y de siesta, imitando lo tuyo
de limpiar esplendores recojo la botella que está sobre la arena.
Dentro trae un mensaje. Tu
botella de náufrago. En el papel escrita reconozco tu letra. Y leo lo que pones, Fernando
chiclanero, Robinsón de castillos sin fantasmas en pena:
"En este paraíso al que
le llaman Cádiz una vez hubo un hombre que contó la tristeza que tiene una alegría por
dentro de sus cantes, también contó la cosas que este mar trae y lleva, amó y fue
amado, escribió muchos libros, con la sonrisa puesta sus gentes lo recuerdan. Se llamaba
Fernando y en este paraíso, de baluarte a castillo, encontró la belleza. Lo nombraron
alcaide al final de sus días y le dieron las llaves que su vida ahora cierran. Don
Fernando Quiñones, un hombre de su tiempo, que llaman Siglo Veinte y a su fin ahora
llega, quiere dejar escrito en la mar de su Cádiz que la literatura es siempre una
botella que un náufrago al mar lanza, solitario y desnudo, por si alguien un día por el
mundo la encuentra".
En el Cádiz que has muerto,
Fernandito Quiñones, en esta tarde triste, descorcho tu botella. Ahora traen las barcas
mojarras plateadas, y te hago una corona igualito que aquella con que fuiste una noche un
senador romano ciñiendo por laureles mojarras caleteras. Ese mar de tu gloria el compás
ahora marca, en la sal de la orilla tristes voces se templan. Ya suena una guitarra, y un
laúd va sonando. Yo no sé ya si es tango, o si acaso es que suena ese son de La Habana y
el Cádiz de tus sueños que escribir no quisiste: es ya tuya la letra. La habanera me
cuenta tu mensaje de náufrago. Y el sol, que ahora se pone, a tu Cádiz me lleva.