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Recordarán
probablemente al doctor Antonio Muñoz Cariñanos, aquel médico
militar de Aviación de la eterna sonrisa, que cuidaba la voz de
artistas y flamencos y que operaba gratis de la garganta a media
gitanería. Para tocar con el terror amplios registros del alma
andaluza, de las Fuerzas Armadas a los profesionales liberales,
del espectáculo al papel cuché, el coronel fue elegido como
objetivo por la cuadrilla de pistoleros separatistas que lo
asesinó cuando atendía a un enfermo en su consulta. Se han
cumplido dos años del asesinato de Cariñanos y sus hijos
encargaron una misa por su alma. Vino la esquela en el
periódico y allá que fui, a honrar la memoria de aquel gran
militar y médico, por este orden, que aparte de amigo fue mi
compañero en una trágica lista de hace dos octubres.
Como solemos proclamar a boca llena que nunca el olvido sobre
las víctimas del terrorismo, esperaba encontrarme abarrotada la
iglesia de la Concepción de Sevilla. Qué raro, se podía
aparcar perfectamente. Mal barrunto. Confirmado luego dentro:
conté sólo setenta personas en el funeral celebrado en una
ciudad de seiscientos mil habitantes. Ninguno de los políticos
que hace sólo dos años (dos, no veinte ni treinta) salieron en
las fotos del solemne funeral catedralicio. Ni una sola
autoridad del Estado, la autonomía o la ciudad. Ni un solo
artista de los que curó sin cobrarles un duro. Tan sólo sus
dos familias: la de su sangre, y la militar de las alas de
España, encabezada por el teniente general Mosquera Silvén,
jefe del Mando Aéreo del Estrecho.
Y vino la homilía de la misa, oficiada por el padre Pedro
Jiménez Valdecantos, de la Compañía de Jesús. Consigno su
nombre porque probablemente este sacerdote está haciendo
méritos para que lo hagan obispo de Bilbao. En su sermón
tópico sobre la resurrección y la vida, no pronunció para
nada las palabras "terrorismo" o "asesinato"
y mucho menos las voces "militar" o
"España". Y no era una homilía tipo, ni desconocía
a la víctima de la ETA, pues glosó su figura y su persona. Es
que hay una Iglesia que de hecho se comporta con el terrorismo
igual que esos curas vascos para quienes los verdugos son
iguales que las víctimas.
Por eso, cuando al final reiteré mi pésame al hijo de
Cariñanos, le dije: "Pablo, lo siento todavía mucho, pero
más siento aun la falta de coraje de este jesuita cobardón que
ha dicho la misa. Si esto es en Sevilla, ¿cómo será la
Compañía en el País Vasco? Oyendo la homilía, cualquiera
podría pensar que tu padre murió de infarto de
miocardio..."
Sobre este artículo: Un
recuadro de Burgos
Por ALFONSO USSÍA (ABC, 20 octubre 2002)
Muñoz Cariñanos, en El RedCuadro:
Otra Madrugá
Lazo, voz,
tumba
Muñoz Cariñanos, un militar de puertas abiertas
Muñoz Cariñanos- el coronel de la corbata de lazo
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