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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Vae victis del 28-O

Por no tener, no tienen ni una canción de Joaquín Sabina que la cante María Jiménez, con lo que le gusta a Sabina un perdedor. Por no tener, no tienen una foto del balcón del Palace, ni de una escalinata de la Moncloa con la herida del tiempo en todo lo alto, haciendo más antiguos aún aquellos trajes de las primeras corbatas del poder, las del ancho nudo, como el que sacaba Lalo Azcona presentando el telediario. Por no tener, no tienen ni páginas en los suplementos de la nostalgia, ni libros en los escaparates de novedades, ni entrevistas en el programa de Iñaki Gabilondo.

Y como no tienen nada de esto, me demuestran que hoy sí que se hace verdad el proverbio civil del tango. Veinte años no es nada especialmente para los que perdieron. Ahora estamos viendo la otra cara del Desfile de la Victoria de 1939, los libros de los esclavos de Franco en los trabajos forzados de los campos de concentración, las exposiciones del destierro como la piedra de un verso de León Felipe. Pero la otra cara este Desfile de la Victoria Electoral de 1982 nadie la saca, nadie le dedica ni una lágrima literaria.

Aprovechando que el río del tiempo del balcón del Palace pasa por la orilla de la proclamación de Zapatero, se escribe quizá el bolero de lo que pudo haber sido y no fue, por lo pronto que rompieron en charranes y dilapidaron el capital de la ilusión colectiva. Pero no se hace la elegía de los derrotados. Los conocí aquella noche y muchas noches anteriores de ruidos de sables. Muchos (¿verdad, Sanz Pastor) dormían con la pistola amartillada debajo de la almohada. Habían dado un ejemplo de democracia difícilmente superable. Como no tenían en su pasado la gorra de Pablo Iglesias, ni el vestido negro de Dolores Ibarruri, debían demostrar a cada paso que eran de verdad demócratas. Ellos pusieron los mimbres del cesto, lo que pasa es que los cestos no pueden contener el agua clara de la verdad de la Historia, se va entre las varillas. Más que equipo contendiente, eran árbitros del encuentro. Tan celosos cumplidores de las reglas del juego fueron, que les dieron en toda la boca con el reglamento. Estaban convencidos de que la democracia era el turno de partidos en el poder, y no hicieron un mal movimiento para que ese principio dejara de encarnarse en las urnas. No fueron demagogos ni clientelistas. Tan se la cogían con un papel de fumar, que consiguieron en poco tiempo tener a todos los enemigos y adversarios en nómina. Y así les fue.

Hicieron de cine el relevo en el poder, sin que nadie les diera un Oscar. Cogieron sus papeles y se fueron a sus casas, a sus despachos, a sus empresas, porque ya eran algo antes de llegar a la política, y lo siguieron siendo al abandonarla. En este día de españolísimo Desfile de la Victoria, yo me acuerdo de los limpios derrotados de la UCD aquel día. Y le pongo tu nombre, a tu memoria, Jaime García Añoveros.


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