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Los
mundos literarios sobreviven a sus creadores. Por Cádiz hay
loquitos del viento de Levante que son personajes de novelas
cervantinas. Por Castilla quedan solitarios campesinos que son
de Delibes. Hay en Granada gitanas de zambra, cal y cobre que
son de García Lorca. Y en Sevilla se nos acaba de morir el
último protagonista de una leyenda becqueriana. Bécquer,
después de muerto, siguió escribiendo en su tierra rimas de
amor en forma de vencejos de la primavera y leyendas trágicas y
hermosas en forma de un trozo de dolor en la vida de un gran
delantero centro del Sevilla F.C. Este último becqueriano que
se ha muerto era Juan Araujo Pino, aquel 9 glorioso al que
llamaron "El Pato" porque corría sobre los talones
hacia el área contraria, en la mítica alineación del viejo
Nervión: Bustos, Guillamón, Campanal, Valero, Ramoní,
Enrique, Liz, Arza, Araujo, Domenech y Ayala.
El Pato Araujo colgó un día sus botas de delantero centro y
su camiseta con cordoncillos como de pescadora playera, y puso
un garaje. Tenía una vida próspera, cuya felicidad, ay, pronto
se vio truncada con la grave enfermedad de un hijo. Lo llevó a
los mejores médicos, sin que hallaran remedio. Con un hilo de
esperanza en su desesperación, acudió muchas tardes a la
iglesia de San Lorenzo, a pedirle al Señor del Gran Poder que
lo curara. Un día y otro, hasta que el pobre muchacho murió.
Entonces, enrabietado por el dolor de la guerra de la vida en la
que los padres entierran a sus hijos, fue de luto a San Lorenzo
y, encarándose con el Gran Poder, le dijo:
-- Que sepas que ya no vengo más a verte porque no has
querido salvar a mi hijo. Así que si quieres verme, vas a tener
que ir tú a mi casa...
Pasaron los años. Se celebró en Sevilla una Santa Misión
en la que las imágenes de Semana Santa fueron llevadas a los
barrios, para mover la devoción. Y llevaban al Señor del Gran
Poder en modestas andas hacia Nervión cuando la noche se abrió
en agua. Los hermanos que portaban al Señor buscaron inmediato
refugio para la imagen bajo la tromba. Y vieron la puerta de un
garaje. Llamaron. Era el garaje de Juan Araujo, quien oyó los
intempestivos aldabonazos, bajó a abrir, preguntó quién era y
oyó que le decían desde el tormentón:
-- Venimos con el Gran Poder, abra, por favor, para que no se
moje el Señor.
A Juan Araujo le entró por cuerpo un repeluco de emociòn
muy distinto a cuando marcaba los goles de cabeza al Atlético
Aviación. Recordó sus palabras encorajinadas por el dolor en
la iglesia de San Lorenzo, abrió la puerta y se encontró con
el Gran Poder, que, como cumpliendo un desafío de Hombre,
venía a verlo a su casa. Juan cayó de rodillas y lloró. Como
habrá llorado ahora, en los verdes campos del Nervión
definitivo, cuando se haya encontrado de nuevo al Gran Poder y,
esta vez sí, con aquel hijo que murió. Hay veces en que la
muerte es una devolución de visita.
Sobre
el Gran Poder en las Santas Misiones Generales de Sevilla de
1965
Sobre el Gran Poder, en El RedCuadro:
- Riñas con el Gran Poder
- Las manos del Gran Poder
- Domingo del Gran Poder
- Otros
artículos sobre Semana Santa
Sobre Juan Araujo:
Araujo,
el último de la furia
Juan
Araujo, un mítico sevillista
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