|
Como
todavía la censura era de hierro, y la trastienda cómplice de
Guerrero nos vendía Miguel Hernández de tapadillo, y no
podíamos leer a Arturo Barea, descubrimos literariamente la
guerra civil gracias a José María Gironella. Piensen ahora en
Pérez Reverte, más Julián Marías, más Manuel Rivas, más
Vázquez Montalbán. Todo eso era en una sola pieza Gironella a
efecto de las listas de libros de mayor venta, que tampoco
existían aún. A Gironella hay que reconocerle dos méritos:
1.- Haber aprovechado los
entresijos de la censura para dar una primera visión literaria
de la guerra civil para consumo masivo y para uso interno de
futuros disidentes del franquismo en la España del pensamiento
único, de la información única, del partido único y de la
literatura (imperial) única.
2.- Haber lanzado como editor a
José Manuel Lara,
que hasta que María Teresa Bosch, su mujer, leyó el manuscrito
de "Los cipreses creen en Dios" era un animoso
buscavidas andaluz cargado de trampas en la Barcelona de la
emigración, que de no haber sido por Gironella habría
terminado vendiendo lavadoras a plazos en vez de capitaneando el
primer grupo editorial español.
Contemplado desde hoy, el
éxito de Gironella es bastante difícil de explicar. Daré un
dato. Yo he hecho cola para leer un libro de Gironella. Fue la
segunda parte de su trilogía de la guerra, "Un millón de
muertos". Como éramos alumnos de Portaceli y estábamos
cortitos de dinero y en el colegio no había biblioteca, los
aficionados a la literatura del curso nos apuntamos de socios en
la benemérita biblioteca que la Caja San Fernando tenía junto
al cine Florida. Daban en préstamo todas las novedades
editoriales. Al salir del colegio, con Alberto Queraltó, que
también quería ser escritor, nos pasábamos por la biblioteca
de La Florida, entregábamos el libro que habíamos devorado la
noche antes y sacábamos uno nuevo. Menos la novela nueva de
Gironella. Para leer "Un millón de muertos" había
lista de espera. Yo tuve que esperar lo menos un mes hasta que
me tocó el turno. La devoré. Aunque contada desde el mismo
bando que habíamos oído en casa, era otra forma de narrar
España. Fue el grandísimo mérito social de Gironella: pionero
a la hora de empezar a contarnos una España distinta a que la
oficialmente nos enseñaron los vencedores. Desde aquellas
novelas muchos hijos de vencedores empezamos a pasarnos de bando
a efectos literarios e históricos de la guerra civil.
Gironella sabía todo esto.
Cuando vino a Sevilla a dar una conferencia en el Ateneo
patrocinada por la campaña de Protección Ocular, nos acercamos
a tocarlo, como un bicho raro: un señor que vivía de la
literatura, desmintiendo lo que don Santiago Montoto nos
repetía una mañana y otra desde su velador de la Punta del
Diamante, "el que escribe para comer, ni escribe ni
come". Luego vimos a Gironella en un Benidorm donde Paco
Umbral pasaba, ay, su último verano junto al hijo que se le
murió. Por las tardes íbamos a tomar café al Hotel Glasor.
Allí, en el último piso veraneaba por todo lo alto, y nunca
mejor dicho, Gironella, con Magda Castañer, su mujer. Gironella
nos parecía como un novelista americano, como un Mitchener a la
española, rico, podrido de éxito, que por las mañanas se
ponía un calzón corto y se corría de cabo a rabo la playa,
para a la tarde seguir escribiendo el próximo "best
seller".
Vimos luego a Gironella por
última vez entre los pucheros de la cena de un premio Ateneo
que todos sabíamos que iba a ganar, con la novela "La duda
inquietante". Esa duda inquietante ya había empezado. No
era otra que Gironella empezaba a ser un desconocido, casi sin
lectores, condenado a vivir entre los fantasmas de su cerebro
ese cabo de vida que ahora se ha apagado definitivamente, en
este olvido de sus escritores al que solemos llamar España.
Hemeroteca de
artículos en la web de El Mundo
Biografía de Antonio Burgos
Libros
de Antonio Burgos en la libreria Online de El Corte Inglés
Libros
de Antonio Burgos publicados por Editorial Planeta -
Correo
|