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Como
no soy traidor, aviso que considero que la Virgen del Rocío es
antes que nada y fundamentalmente la Patrona de Almonte. La
Virgen no tiene más dueño que su natural rima con los
almonteños. El Rocío es una de los muchas señas de identidad
que Andalucìa y Sevilla le quitaron a Huelva. Sevilla le quita
a Huelva hasta el atardecer. Ese hermoso atardecer de Triana del
que tanto hablan, no es de Sevilla: es de Huelva. Te pones en el
puente de Triana y ves ponerse el sol... en Huelva.
Al Rocío le pasa como al sol
trianero del atardecer. Siendo la fiesta y la devoción de un
pueblo de Huelva, se lo apropió Sevilla y se lo trajo a Triana.
Como fiel observante de la fe almonteña que soy, cada vez que
voy al Rocío, casi siempre fuera de la romería, pienso en
cuánto Sevilla le quitó a Huelva por el procedimiento del
tirón. El sábado lo pensé más todavía. Fui al Rocío con
ocasión de eso que los rocieros madrileños de la Hermandad
Filial del Ave llaman "las ferias de la Candelaria".
Ya saben, para los rocieros de Madrid, que interpretan a Huelva
según Triana, como existen faralaes y existen calesas, existen
también dos ferias particulares: por la primavera, "las
ferias del Rocío"; y ahora antes de Cuaresma, "las
ferias de la Candelaria."
Llegué al Rocío y había
sido, en efecto, tomado por los madrileños de "las ferias
de la Candelaria", los cuales iban todos perfectamente
uniformados. Ya saben: de montería. He llegado a explicarme por
qué a los madrileños les gusta tanto el Rocío; he comprendido
por qué vienen como los locos. Pero por muchos esfuerzos de
imaginación que hago, no alcanzo a comprender por qué para
venir a "las ferias de la Candelaria" se tengan que
vestir de montería. Allá que iban en las que ellos llaman
calesas, que casi siempre es un carrodoma impresentable. Ellas,
con sus capas y sus sombreros, naturalmente que con pluma en la
cinta. Ellos, con sus capotes y sus sombreros, naturalmente que
con pluma en la cinta. Todos, de verde. Los veías y te
preguntabas que por dónde iban a salir los venados de dieciocho
puntas.
Y venían con toda su
artillería de acompañamiento. De pronto, en la casa donde
estábamos, se armó un revuelo. Alguien gritó:
-- ¡Mira, mira, que ahí va El
Golosina...!
Significaba su presencia que si
estaba tan importante personaje rociero, era señal de que
había venido Carmina Ordóñez. Ya saben: lo importante de
"las ferias de la Candelaria" es saber si Carmina
Ordóñez está o se le espera. Y nos fuimos a la ermita, a ver
a la Virgen, cosa que me han dicho que los madrileños de la
Hermandad del Ave no hacen. Y así debe de ser, porque en la
ermita estábamos cuatro gatos. Pero gatos importantes. Con el
mismo ardor con que gritaron lo del Golosina, dijeron, como
cuando Rodrigo de Triana vio tierra:
-- ¡Mira, mira, ahí está el
niño de la Pantoja!
Menos mal. Ea, ya no hemos
hecho el viaje en balde. Allí estaba, en efecto, Paquirrín. No
de montero, sino con chandal, pendiente en la oreja y zapatillas
de deporte. Vi que los presentes prestaban al niño de la
Pantoja más atención que al Niño de la Virgen, al Pastorcito
divino, y ahí empecé a entender las claves de la llamada
Candelaria. Menos mal que luego, en el museo del tesoro de la
Virgen, que con toda atención me enseñó un miembro de la
junta de la Hermandad Matriz, encontré la verdad. Entre el
rostrillo de Muñoz y Pabón, los recuerdos de los Orleáns, el
galeón de plata del exvoto y la bula pontificia de la
coronación de la Virgen en 1919, me encontré con el Rocío de
verdad: con el de Almonte. Que gracias a Dios no tiene nada que
ver ni con Triana, ni con El Golosina, ni con Paquirrín, ni con
los monteros del Ave, ni con "las ferias de la
Candelaria".
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