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Silencio,
orden en la sala, que no haya murmullo alguno, no se den
codazos, por favor, porque he plantificado ahí arriba esto de
"Chorizo de venado" y muchos pueden pensar que tanto
por lo de chorizo como por lo de venado, o por ambas cosas a la
vez, me quiero referir a alguien con vistas a las elecciones, y
no hay tal. Me refiero al chorizo de venado propiamente dicho.
Único y nuestro. Flor de la Sierra, como se llamaba aquel
aguardiente antiguo de etiqueta con jaras. Delicia de los
montes. Me encanta cuando subo a la Sierra de Cazalla, esa que
llaman Sierra Norte para que no se enfaden los de la competencia
de Constantina, pararme en El Pedroso a comprar unos chorizos de
venado. O me encanta que me los traigan, ¿habrá algo más
bonito que un regalo de pueblo, y más si viene en una talega
chorreando pringue?
Como les ocurre a casi todas
las delicias gastronómicas de nuestros pueblos, el chorizo de
venado es dificilísimo de conseguir en Sevilla. Sí, ya sé que
usted sabe: que usted sabe un sitio donde los venden como si
estuviéramos en El Pedroso. Pero eso es la excepción. Lo
normal en los lugares de costumbre es encontrar chorizo de
Cantimpalos, de Cártama, hasta de Asturias, pero no de la
sierra. Le pasa al chorizo de venado como a la deliciosa
morcilla de hígado que hacen en Coripe, placer vedado en los
establecimientos del ramo.
Me he acordado del chorizo de
venado y de la morcilla de hígado a propósito de unos secretos
manjares que me han enviado desde Alcalá de Guadaira, flores de
horno del jardín de la ciudad de los Panaderos: las clásicas
bizcotelas de San Joaquín de toda la vida, grandes como
ladrillos de dulzura, y una variedad finísima de tortas de
aceite que no conocía, las de San Mateo, artesanos pasteleros
desde 1905. Estas finísimas tortas de aceite de San Mateo, que
vienen diez o doce en el paquete y es así de bajito, de lo
delgadísimas que son, las echo yo a pelear con la famosa teja
de los postres de Zalacaín y sale ganando Alcalá de los
Panaderos, vamos que si sale ganando... Pero les pasa a las
tortas de San Mateo y a las bizcotelas de San Joaquín lo que al
santoral gastronómico todo de la provincia: que no hay quien
encuentre estas delicias en la capital. Aquí, en las tiendas de
delicadezas, puedes hallar fuá de Las Landas y salmón de la
mismísima Noruega, pero no hay forma de encontrar, ¿qué digo
yo?, sábalos y albures de Coria del Río. Escribía aquí hace
unas semanas de las aceitunas
prietas de El Arahal y lo mismo podía decir de las monjiles
tortas inglesas de Carmona. Los de las tiendas de exquisiteces
se hartan de traer productos extranjeros, pero no hay modo que
se les ocurra algo tan elemental como comercializar estas
delicias de nuestros pueblos.
Sí, ya sé, que una vez al
año, que no hace daño, la Diputación monta una especie de
feria de todas estas cosas en su sede. Sí, ya sé que en la
alacena de las monjas de la plaza del Cabildo están todas las
delicias de los tornos de los conventos. Pero digo yo que si
tenemos México en el Cortinglés y el Lejano Oriente en el
Cortinglés y se pueden comprar todos los chorizos de venado y
todas las tortas de aceite de Oaxaca o de Pekín, ¿por qué
alguien no se ocupa de poner al alcance de todos los sevillanos
este auténtico paraíso de las delicias de los pueblos? ¿No
quieren promover el aceite de oliva en Estados Unidos? Más
fácil sería poner a la venta todas estas cosas en la misma
Sevilla, aunque nadie pueda ir en viaje oficial a
promocionarlas.
Ah, y al final, pero no lo
último, otra maravilla alcalareña que se me olvidaba: los
tocinos de cielo de la mentada dulcería de San Joaquín. Igual
que las tortas de San Mateo vencen a la teja de Zalacaín por
goleada, estos tocinos de cielo creo yo que les ganan hasta a
los de Aracena, aquellos que Cayetano Luca de Tena, el máximo
experto en Tucetología Celestial, aseguraba que eran los
mejores del orbe católico.
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