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Sevilla
tiene dos arcos abiertos en su muralla. Son dos arcos que a
Sevilla en triunfo la levantan, esperando amaneceres, esperando
madrugadas. El uno está en el Postigo, junto a las Atarazanas,
por donde los marineros para América embarcaban y tesoros de
las Indias hasta el Alfolí llegaban. El otro, en la Macarena,
una Sevilla hortelana de albercas y de naranjos, y de puestos en
la plaza, donde torea José y Juan Manuel borda sayas.
Sevilla tiene dos arcos y en
cada uno levanta una capilla a la Virgen: en el uno, a la
Esperanza, aquella que está en San Gil, Madre de Dios soberana;
y en el otro, a la Purísima, que Pura y Limpia proclaman cuando
le canta Sevilla, cuando los seises le bailan. Arco de la
Macarena, arco de velas rizadas, terciopelos, mariquillas y
saetas de la Marta; arco de plumas de armaos, la cuadrilla qué
bien anda cuando a esa Virgen del cielo hasta el cielo la
levantan. Abierto al río, el Postigo, arco de la Inmaculada,
cien gramos de Catedral en su capilla dorada, los cristales que
reflejan a un Señor de madrugada cuando vuelve a San Lorenzo
pisando la luz del alba, antes que un alguacilillo de
indumentaria romana, bien montado en su caballo, el caballo de
Triana, despeje plaza a otra Virgen que también es sevillana y
que llega al Baratillo por su Arco de Esperanza.
Sevilla tiene dos arcos, y en
cada arco, una Juana. En el de la Macarena, una Juana
que le canta, que es Reina de la canción con un manto de
oro y grana, que armiño su hizo el capote de la copla en su
garganta. La hija del pescadero que vive en la calle Parras le
presta su voz al Arco cuando a la Virgen le canta por los
teatros del mundo llevando el nombre de España. Y en el Arco
del Postigo, como es de Aceite, otra Juana que hace cantar los
peroles, que el trabajo también canta. Se llama Juana Goyguru y
el Arco es como su casa; la más noble de este barrio, una casa
blasonada con el humo del trabajo que ennegrece la fachada: dos
palos de freír calientes, cruzados, son nobles armas si llevan
una jeringa campeando masa blanca en campos verdes de aceite con
plata de una medalla que vendrá a darle un ministro un día en
la Plazaespaña. A su lado está Santitos, su peón de
confianza, ¡qué arte con los dos palos, cuando los dos palos
clava en el centro de la rueda que del ruedo hirviente saca! Ni
Almensilla ni El Almendro: qué palos con cuánta gracia...
Juana la coge en el tercio y una verónica exacta dibuja con esa
rueda cuando la corta y despacha. Lleva un blanco delantal y
zarcillos de gran dama que lucen corales negros, lleva a Sevilla
en el alma. El reloj son sus calientes que el tiempo a Sevilla
marcan. Ahora es mañana de Corpus, romero y tropa formada,
custodia, banda, arzobispo, y las velas en la Plaza. Ahora es
mañana de Corpus porque marcan la hora exacta, meridiano de
Sevilla, los calentitos de Juana. Ahora ha pasado el Señor y el
Calvario quiebra el alba, y el el reloj es esta rueda de
calentitos de Juana. Y ahora es mañana de agosto, carráncanos
y Giralda, y la Virgen de los Reyes está al sol de esa mañana:
la rueda de calentitos ha marcado a qué hora exacta en la
Puerta de los Palos hay que pedir las tres gracias.
Sevilla de madrugones, Sevilla
de madrugada, Arenal de calentitos con El Pali en la Aduana,
Postigo por donde ahora toda la vida se escapa, que se consume
el aceite del tiempo que hiere y mata. Juana fríe calentitos
para las mejores casas. Juana se los manda al Rey cuando duerme
en el Alcázar. A la Virgen de los Reyes se los despacha ya
Juana. Juana se ha ido, no ha muerto. Yo sé la verdad: que
Juana le fue a llevar a su Virgen en la eterna madrugada el
papelón de su vida, la Sevilla de su alma. La Virgen ya le da
al Niño los calentitos de Juana. La Virgen ya le da al Niño
sus calentitos de plata.
Sobre Juana la Calentera, en
El RedCuadro:
A Javier Arenas, sobre una calentera
La dieta de Juana la Calentera
"Churro" es churri
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