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                      Este invierno te dediqué un artículo por lo de Hamlet.
                      Que viendo que hay quien mete por soleá el Polifemo de Góngora
                      o quien graba un disco con El tren expreso de Campoamor a
                      compás de bulerías de Jerez, acompañado por una
                      orquesta moruna de Larache y por un cubano que hace el
                      chucuchú del tren con las maracas, desde la suprema
                      sabiduría fenicia y romana de nuestro Cádiz
                      sentenciaste:
                      
-No, si aquí voy a terminar saliendo a cantar  por
                      seguiriyas vestido  de
            Hamlet ...
                      
No hace falta que salgas de Hamlet a cantar seguiriyas,
                      porque eres ya, desde hace 3.000 años, un Hamlet
                      gaditano: ser genial o no ser genial, ésa es la cuestión
                      que vienes considerando sobre la calavera de un fenicio
                      que encontraron en un ataúd de piedra por Puertatierra. Y
                      tú eres genial. Tan genial, que eres mi sueño de una
                      noche de este verano. Nos pasamos la vida, Chano,
                      recordando los embustes de Pericón, del Beni, del Cojo
                      Peroche, y no nos damos cuenta de que tenemos el prodigio
                      de la novela de tu memoria.La novela, ¿qué es al fin y
                      al cabo más que un largo embuste? Tus historias, Chano,
                      las mete cualquiera en 300 folios y le sale un premio
                      Nadal. O un tratado de filosofía.
                      
Yo quisiera ahora, Chano, que nos fuéramos dando una
                      vueltecita por la muralla real, en la nochecita gaditana.
                      Que me contaras toda tu filosofía y tus letras. Donde el
                      General Varela se paseaba a caballo mientras sus moros
                      mataban a tiros las gallinas de Constantino, cuando lo del
                      36, hay un letrero que dice: Filosofía y Letras. Eso debe
                      de ser por ti, Chano. Por tu filosofía y las letras de
                      tus cantes. A Pericón muerto, Chano puesto. Eres el
                      actual sumo pontífice de la narrativa popular gaditana,
                      del arte literario del embuste, y yo quisiera escuchar tus
                      historias hasta que llegara la dudosa luz del día.
                      
La de la flema británica. Le preguntaste a Niño
                      Ricardo en Londres que qué era la flema británica. Y
                      Ricardo te dijo que la flema era aquel parque, con 700.000
                      niños jugando y 700.000 madres de los puñeteros niños,
                      sin que se oyera una mosca, hasta que llega un tío, pega
                      un chillido y a tomar por saco la flema británica.Esa es
                      la verdadera flema británica: el silencio.
                      
En ese silencio, Chano, me contarías la reunión
                      clandestina de todas las tardes en la azotea de tu casa de
                      niño pobre del barrio de Santa María, cuando ibas a
                      comprarle a tu padre anarquistón el España de Tánger y
                      a que te fiaran media limeta de valdepeñas.Y se ponían
                      allí en la azotea los amigotes, y uno que sabía leer les
                      decía lo que ponía el España. El único diario que
                      entonces decía que Hitler era un hijo de la gran puta.
                      Libertad de expresión que celebraban bebiéndose la media
                      limeta fiada. Hasta que aquella puretona del primero que
                      tenía al novio falangista en la División Azul los
                      denunció por clandestinos, y se acabó la libertad de
                      expresión, el España de Tánger y la media limeta. Sobre
                      todo, la media limeta.
                      
Y en esa larga noche de nuestro Cádiz, Chano, me
                      contarás lo de Ignacio Espeleta. El que cuando le preguntó
                      García Lorca en qué trabajaba respondió con toda
                      dignidad: «Yo soy de Cádiz».Ole. Ignacio era de Cádiz
                      y no le consideraba ningún mérito a la hazaña de Ramón
                      Franco, que cruzó el Atlántico en un avión sin
                      gasolina. Le dieron un homenaje a Ramón Franco en Cádiz,
                      y en los discursos hicieron que Ignacio Espeleta se
                      levantara a hablar. Y dijo, Chano, lo mismo que habrías
                      dicho tú: «Ramón Franco no tiene ningún mérito con lo
                      del aeroplano sin gasolina.Mérito el de mi compadre Agustín
                      el Melu, que llevó el otro día 617 gallinas desde Cádiz
                      hasta La Isla y no se le perdió ni una por el camino».
                      ¿Eran 617 gallinas o eran 512? Tenemos que debatir
                      profundamente, Chano, cuántas gallinas llevó exactamente
                      El Melu de Cádiz a La Isla sin perder ni una.
                      
Tienes que hablarme de Agustín y de su hermano Perico
                      el Melu, carnicero de la Plaza de la Libertad, el que se
                      valía de su oficio con los loqueros de Capuchinos para
                      que dejaran salir a Macandé a cantarle una saeta al
                      Nazareno, cuando llegaba Manolo Caracol con Lola Flores de
                      turné al Teatro Falla, y se ponía a cantar Macandé su
                      saeta de caramelo y se paraba la procesión lo menos media
                      hora, todos llorando, oyendo a Macandé, y Caracol rompiéndose
                      la camisa. Y lo del padre del Caracol, el que fue mozo de
                      estoques de su primo Joselito el Gallo, también me lo
                      tienes que contar, la saga de los Ortega. Lo de cuando se
                      liberó Madrid y Caracol el del Bulto estaba boquerón. Y
                      como vio que para mangar en Auxilio Social había que
                      responder a los gritos de «España, Una; España, Grande;
                      España, Libre» y no se lo sabía, resolvió la papeleta
                      con la más patriótica lección de aritmética
                      alimentaria. Pues a los gritos, Caracol respondía: «España,
                      ¡Una! España, ¡Dos!, España, ¡Tres!».
                      
Y todo esto me lo vas a contar, Chano, con la ternura
                      infinita de tus diminutivos. Me vas a contar tus mil y una
                      historias tranquilito, en la nochecita, teniendo por
                      delante nuestra caballita asadita, con su piriñaquita, y
                      ese chiclanita. Me vas a contar historias de flamenquitos,
                      que iban en los cochecitos de caballos a mangar sus
                      duritos de plata en las fiestecitas. Quiero oír tus
                      diminutivos entrañables, Chano, en un universo imposible,
                      de la Venta del Matadero a La Privadilla, para recalar
                      finamente en ese local cuyo solo nombre es una novela, tu
                      novela de Cádiz: La Bella Sirena. Nuestro Cádiz, Chano,
                      es una bella sirena que sólo le canta su canción a quien
                      con ella se embarca en un vapor de plata y de sueños. El
                      faro de San Sebastián nos está haciendo ya guiños, para
                      decirnos que va a empezar esta noche fantástica de
                      embustes, donde hasta la noche es de mentira.
                      
Y todo esto, Chano, sin que te arranques aún a cantar,
                      que eso lo vamos a dejar para las claras del día de mañana.
                      Cuando nos hayamos bebido todas las medias limetas y me
                      hayas leído todo lo que no dice el España de Tánger, ni
                      falta que hace, pero que es la suprema expresión de tu
                      palabra en libertad. Entonces estaremos quizá como Paco
                      Toronjo, que como le daba miedo el avión, para montarse
                      por primera vez se puso ciego de coñac y la borrachera le
                      duró 30 años. Pero, al contrario de Ignacio Espeleta, no
                      inventó el tirititrán de las alegrías. Que fue que
                      Ignacio estaba ciego cuando tenía que salir a cantarlas
                      en el espectáculo de Las Calles de Cádiz que le mangaron
                      a Ignacio Sánchez Mejías. Y como no se acordaba de la
                      letra, improvisó lo del tirititrán, tran, tran.¿Qué
                      significa tirititrán? Al final de esta noche lo
                      sabremos.Pues lo que su mismo nombre indica, joé: «tirititrán,
                      trán, trero, tirititrán, trán, trán».
                      
ANTONIO BURGOS, escritor e hijo adoptivo de Cádiz,
                      es autor de la letra
                      de las 'Habaneras de Cádiz' y, entre muchos otros,
                      del libro 'Juanito
                      Valderrama: Mi España querida', editado por La Esfera
                      de los Libros.
                      
Chano Lobato, de
            Hamlet
             
                      Sobre
                Flamenco y Copla en El RedCuadro