Era una Sevilla de cartillas
            de racionamiento, de corrales, de chabolas en el Vacie, Amate, Haza del Huesero, El
            Manchón, Las Erillas. Sevilla de tranvías, de mantones, de muchos soldados por las
            calles. Españoles y sevillanos: la guerra ha terminado, y no sabéis la que os espera.
            Los rojos presos en Los Merinales, donde embarcaban los toros de las marismas, cavan el
            Canal del Bajo Guadalquivir. Sevilla de años del hambre, boniato y achicoria. En los
            estribos del tranvía del Cerro va El Bizco Amate, con sus fandangos de pena y hambre:
            Y a la hija del obrero
            la pisan cuatro tunantes
            de esos que tienen dinero...
            En aquella Sevilla de los
            fandanguillos del serrín de las tabernas había un niño del Cerro que se quedaba
            extasiado oyendo al Bizco Amate cuando el tranvía llegaba a la parada del Matadero. Años
            más tarde, aquel niño que oía los fandangos del Bizco, y las soleares de El Papero
            saltaba por las noches las tapias del Matadero y se metía en las corraletas con un
            cobertor viejo armado con la caña rota de un escobón, para darle unos muletazos a una
            vaca de media sangre. No había luna, porque en el Cerro eran tan pobres que no había
            luna cuando los muchachos que querían ser toreros saltaban las tapias del Matadero
            acordándose del cartucho de pescao de Pepe Luis, pero más por la parte del pescao frito,
            quién lo cogiera, coscurruíto, que por la parte del papel de estraza o de la franela
            roja del cartucho.
            Y como había que comer, a
            aquel muchacho de los cantes y de las vacas del Matadero, con las cuatro letras mal
            aprendidas, lo metieron de aprendiz en Hytasa. Aprendiz, él que quería ser maestro del
            toreo. Pero como eran pobres, y ni luna había en las corraletas del Matadero, tenía que
            estar todas las mañanas cuando sonaba la sirena tras las tapias de Hytasa con su mono de
            soldador. 
            Escapadas por los campos.
            "Quillo, que mañana hay tentaéro en El Esparragal". Ilusiones. Quería
            llamarse "Gitanillo de Sevilla". Agitanado era. De muñecas rotas. Por eso
            Rafael el Gallo, mientras encendía su puro en Los Corales, no se recataba en decir que lo
            apadrinaba. Te vamos a anunciar en Sevilla, muchacho. Tiene 18 años. Es 1951. Que suenen
            los cantes del Bizco, que Salvador Távora Triano va a debutar sin caballos en una Sevilla
            donde tantos quieren ser figuras: Antonio Cobo, Manolo Zerpa, Curro Romero, Juanito
            Gálvez, Antonio Gallardo... Y luego, Ubrique. Y Utrera, aquella plaza sin callejón. Y
            Madrid. Plaza Monumental. Dos años lleva ya intentándolo cuando lo anuncian con Morenito
            de Córdoba, el mexicano Alfredo Leal y novillos de Pérez Tabernero. Pero la vida de los
            pobres es como dice El Bizco. Hasta para los pobres que quieren salir del fango de las
            calles del Cerro presentándose con caballos en Madrid. Y como la vida es como cantaba El
            Bizco, para Salvador no habrá oro de alternativa. Si aquel novillo de Alipio no lo
            hubiera cogido en Madrid y hubiera podido cortarle las orejas al segundo...
            Toda aquella gloria de los
            sueños del Matadero quedó en la honesta plata trabajadora de la oportunidad que le
            dieron los Guardiola. Como Jaime Malaver, uno de La Algaba, se arrimó a la Casa
            Guardiola: "Tú vas a venir conmigo de sobresaliente ..." Y con el rejoneados
            Salvador Guardiola fue. Hasta aquel día de Palma de Mallorca. 1960. 21 de agosto. Un toro
            de Muñoz Aguilar derriba al caballero en plaza y le hunde el cráneo. Cuando Salvador
            Távora cuadra al toro, no sabe aún que va a matar al toro que ha matado a Don Salvador.
            Demasiada muerte. Allí fue el adiós de Salvador a la muerte en los toros. Allí fue el
            abrazo de Salvador a la vida en el cante, en el teatro. Cuanto sigue, hasta la medalla de
            Bellas Artes a esta voz del Cerro que es voz del cielo del pueblo andaluz, se sabe: de
            "Quejío" a la "Carmen" que antier noche abría su mantón de talle en
            la plaza de toros de Ronda, la de los toreros machos. Como Távora, que hizo pensar a
            Andalucía, la que divierte...
            -----------Puntas del Diamante-------
            EN EL OASIS.- Yo he visto
            a Salvador Távora cantar en El Oasis, la antigua Venta Abao convertida en cabaré, donde
            nadie era lo que luego fue. El vocalista era Alberto Matey el fotógrafo. Actuaba Salvador
            Távora, el de La Cuadra. La estrella de las cabareteras ("no te vayas a pasar,
            periquito") era La Franca, que era en verdad una Sofía Loren de Triana, hija de un
            oficial de los italianos que vinieron cuando la guerra. Ni que decir tiene que fatigas
            mayores que en los toros pasó Salvador en esta inicial etapa como cantante, años de
            Bambino en la rumba. ¿Qué hace un chico como tú, que llegará a cantar "Campesinos
            tristes" y "Una paloma en un almendro" y "Segaores", aquí, en El
            Oasis? Pues ya ves: aprendiendo a sufrir para mi "Andalucía amarga"... 
            LA CUADRA.- Algún día
            la cultura andaluza tendrá que hacer justicia a Paco Lira, como se la ha hecho a Juan
            Bernabé y al Teatro Estudio Lebrijano. Ahí están las raíces del teatro de Távora. Su
            grupo se sigue llamando La Cuadra porque en La Cuadra empezó, aquel local itinerante de
            Paco Lira, que anduvo de Nervión a Guadaira, donde tanto buen cante tuvo su asiento, de
            los Perrate a la madre de Lole, y donde arrancó una experiencia teatral única, que luego
            ya con el apoyo de José Monleón fue conocida en Nancy, en Madrid, en Barcelona, en el
            mundo. Y despreciada en Sevilla hasta por los flamencos, que todo hay que decirlo y que
            recordarlo. Entonces no le dedicaban a Távora precisamente calles del Cerro ni le
            entregaban títulos de hijos predilectos de Sevilla. 
            CAMARÓN Y CURRO.- Y en
            la desconocida historia de "Gitanillo de Sevilla" porque ahí están las
            restantes raíces estéticas de Távora. Aprendió su sentido escénico del rito de la
            muerte ante los toros. Liberado de la funcionalidad del compromiso del artista que con
            tanta dignidad ejerció durante la dictadura, el arte de Távora, a partir de "Piel
            de toro" (1985) parece que abre el compás y se recrea en la suerte , cargándola en
            los asuntos de Tauromaquia. Las "Herramientas" son ahora los sentimientos de la
            Fiesta. Su sueño, realizado en parte en "Carmen", de unir teatro y toro en un
            mismo espectáculo totémico. Aunque la muerte de José Monge impidió que lograra su
            sueño: unir a Curro Romero y a Camarón en una celebración teatral. 
            La Compañia de
            Teatro La Cuadra de Sevilla, en Internet
             
             
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            ABEL
            INFANZON "LA ESE 30"