A todo esto, no les he presentado a
Joselón, a José Ortega Ezpeleta, sevillano del bronce
antiguo de sus apellidos, que Joselón es de los Ortega
del toreo y de los Ezpeleta del cante, apellidos buenos,
buenos, en cuestión calorrona, como un Guzmán o un
Fernández de Córdoba para los castellanos. Joselón es
gente en Sevilla y fue aquel que hizo la famosa crónica
latina cuando presentó en un pregón cofradiero a Pepe
el Pelao, capitán de los armaos. Que fue entonces que
dijo Joselón:
--Y estaba Pilatos ante el pueblo de
Jerusalén, con Jesucristo, y se fijó en la gente... Y
vio que estaba allí uno calvo, y dijo Pilatos:
«Hombre, ahí está El Pelao ... » Y entonces, Pilatos
fue y le dijo a Pepe: «Pepe, hijo, ahí te entrego la
Centuria Macarena, tú haz con ella lo que quieras ...
»
Este singularísimo artista de la
palabra, del verso popular y de la cámara fotográfica
venía muy flamenquito por su acera de Santa Catalina
cuando nos saludamos:
--¿Cómo le va a usted, Joselón?
--¿Cómo me va a ir, don Antonio de
mi alma? Muy preocupado, estoy muy preocupado
--¿Hay enfermedades en la familia?
--No, hay NIF, que es peor, don Antonio...
--¿Cómo que hay NIF? ,
--Sí, hombre, que no sé si Hacienda
se ha creído que yo tengo seis cortijos o qué es lo
que se habrá creído, pero no hacen más que ponerme
cartas los bancos. ¡Ni que yo fuera Mario Conde...!
--¿Y qué le dicen?
--Pues que tengo que entregar el NIF
y, mire usted, yo no tengo NIF... ¿Cómo va a tener NIF
un flamenquito, que es un humilde pensionista, y que no
tiene ni un duro en el banco, nada más que tres
pesetitas para pagar el agua, para la luz y para el
teléfono? Y me están metiendo un miedo en el cuerpo,
venga cartas, carta va y carta viene, don Antonio de mi
alma...
Se quedó pensativo, muy preocupado y siguió:
--Ahora, que los directores de banco
se están portando muy bien conmigo. Hacienda, fatal;
pero los bancos, superior, porque los bancos saben que
yo no tengo seis cortijos. Don Manuel, el director del
banco de aquí atrás, me ha dicho que no me preocupe.
Pero mañana tengo que ir al otro banco que me paga la
luz, a ver si me lo arreglan... Yo no sé lo que hacer
si no se arregla, me voy a tener que meter debajo de un
paso para que no me conozcan... Pero, mire usted,
¡tengo una pelota cogía aquí...!
Y Joselón, con esa expresividad de
sus gestos, se agarraba la caja del pecho con su manaza
entendida en garra. La misma garra que hoy habrá
atenazado a cientos de miles de españoles, que tienen
la cuentecita en el banco no para amasar millones de
cortijos, sino como Joselón, para el agua, para la luz,
para el teléfono...