El Señor de Sevilla, la Sevilla del Señor

(Notas de meditación ante una vieja foto)

Antonio Burgos

Texto publicado en el Anuario 2013 de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder

Antonio Burgos

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Si siempre es Domingo de Ramos en la palma de bronce de la Giralda, balcón del aire de Sevilla, en la Plaza de San Lorenzo siempre es Viernes Santo.

Allí está El Señor.

Basta con ese nombre.

Todos sabemos qué Señor es el Señor.

El Señor llamamos al Rey los que creemos en la Institución Monárquica.

El Señor llamamos al Señor los que creemos que es el Rey de la Creación, el que hizo la maravilla de este señorío suyo que es la ciudad.

Dios existe porque yo voy a San Lorenzo y entro a verlo cada vez que paso por allí cerca.

El Señor Dios de los ejércitos de gorriones que cantan en los árboles de la plaza al atardecer, de las voces de seises de los niños que juegan y corretean entre sus bancos.

Hubo un hombre enviado por Dios para que nos dejara su verdadero retrato en Sevilla. Su nombre era Juan. Juan de Mesa.

Las mejores cinco vías para demostrar la existencia de Dios de Santo Tomás son estas cinco vías de Sevilla que nos taren hasta su Señor: Conde de Barajas, Eslava, Juan Rabadán, Cardenal Spínola y Santa Clara.

Entras a ver al Señor y bajo la cúpula de su basílica te sientes como dentro de la bola del mundo que creó. Si abriésemos por el ecuador, en dos mitades, la bola del mundo que lleva en la mano el Santo Rey Conquistador, seguro que una de esas dos medias esferas era este templo del Señor.

Hablan de la Tierra de María Santísima. Que es Sevilla. Lo que no se dice tanto, y aquí lo proclamo, es que Sevilla es la Tierra del Hijo de María Santísima, que está en San Lorenzo y sale el Viernes de Madrugada, cuando suenan las campanadas del reloj de la torre de la parroquia, y en la noche Dios vuelve de nuevo a crear la Luz. La luz de la cera color tiniebla.

Las tinieblas de la noche del Viernes Santo son las de su cera ardida.

Toda esta ciudad es la Tierra del Señor. La Sevilla del Señor.

El Señor de la zancada, cargando la suerte de su Muerte para salvarnos.

Ese Señor de la vieja lámina enmarcada que preside un puesto del Mercado de la calle Feria.

Ese Señor de la medalla de Hermandad que un abuelo, un padre, un tío, llevó colgada a su cuello de nazareno tantas madrugadas, y que ahora parece que sigue rezando por ellos desde la esquina del cabecero de la cama del que penden con su cordón morado.

Ese Señor del viejo recordatorio de una función principal metida debajo del cristal de la mesilla de noche.

El Señor de la estampa con la túnica blanca, ¿o no era blanca, que le quitaron la color los besos que le dieron, como también los labios venerantes le pusieron blanca su Divina Mano?

Ese Señor de las estampas puestas en la cabecera de las camas del Hospital Virgen del Rocío, del Macarena, de Valme.

Ese Señor de la medalla de oro que me regaló mi abuelo cuando me sacó de pila como padrino y que al dorso tiene grabada la fecha en que vine al mundo que El creó, que se llama Sevilla.

Ese Señor del retablo de las maravillas de las maravillas de miles de retablos cerámicos, con su tejaroz y sus dos farolitos, en tantas terrazas de Los Remedios, en tantos pisos de La Rochelambert, en tantos chalés del Aljarafe, en tantos adosados de Sevilla Este, en tantas casas de pueblo, sobre la blancura de la cal de un viejo muro.

Ese Señor del almanaque de la tienda de comestibles, del taller del electricista del barrio, del corredor de seguros.

Ese Señor pintado con tanto amor como poca destreza en el friso de asuntos sevillanos del interior de una caseta de Feria.

Ese Señor que contempla con su cruz a cuestas las casas que se desmontaron tras la muerte de sus dueños y que lo mandaron, en un marco de falso carey, a los cachivaches y hierros viejos de un puesto del Jueves en la Plaza de los Carros.

Ese Señor de los nazarenos negros del escaparate de La Campana.

Ese Señor del estandarte morado en la procesión del Corpus, que lo ves en la mañana de chaquetas blancas y abanicos y parece que no ha pasado el tiempo, que otra vez lo estás contemplando en la calle Almirantazgo, bajando hacia el Arco del Postigo.

Ese señor de los vencejos del amanecer en la Plaza del Museo.

Ese Señor del antiguo recorrido de la vuelta, por la calle Francos, por El Salvador, el que pasaba ante la Rampla donde todos somos niños que volvemos a estrenar los zapatitos nuevos del Domingo de Ramos.

Ese Señor del besamanos del Domingo de Ramos, ese paño blanco que le pasa por las manos un hermano que no puede aguantar las lágrimas al oír lo que le piden, lo que le agradecen lo que le suplican, a viva voz, porque El oye, las madres, las abuelas, las novias de Sevilla.

El Señor que en su paso del Viernes Santo no es que parezca que anda, es que anda, como cuando fue sobre la mar del verso del sevillano Machado, que seguro que lo vio caminar sobre la mar de gorrillas y sombreros de ala ancha que ahora permanecen en las viejas fotografías de una entrada en San Lorenzo.

El Señor de los arqueros finos de las saetas que se entrecruzan cuando sale, todas a un tiempo, como flechas que hieren y por las que se desangra el largo quejío del cante hecho oración.

El Señor pintado en el país de los abanicos del escaparate de Casa Rubio, pericones del alma de Sevilla.

El Señor bordado en las sedas de un capote de paseo que luego extienden sobre los ladrillos de una primera fila de barrera.

El Señor del viejo cine mudo, del Movietone Fox, del No-Do, de "Vía Dolorosa", Dios en 35 milímetros.

El Señor que llega a la soledad de la casa de los abuelos impedidos en la Madrugada, por la televisión que lo está dando desde La Campana.

El Señor grabado sobre el mármol de las lápidas del cementerio.

El Señor del viejo librito de la Novena con los textos de Fray Diego de Cádiz.

El Señor de los señores de la Hermandad del Señor.

El Señor de Sevilla en la Sevilla del Señor.

Es absolutamente innecesario que diga que estoy hablando del Gran Poder.

                                                                           Antonio BURGOS

      


"¿Estais puestos", fragmento inicial de "Los días del gozo", Pregón Semana Santa 2008


Texto completo de "Los días del gozo" (Pregón de Semana Santa 2008)


 

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