ANTONIO BURGOS
LOS DÍAS DEL GOZO
Pregón de la Semana Santa de
Sevilla
Texto íntegro del discurso pronunciado en el Teatro de la antigua
Maestranza de Artillería de Sevilla, el Domingo de Pasión, 9 de
marzo de 2008
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© Antonio Burgos
© Arco del Postigo S.L., 2008
El autor ha cedido las regalías de la edición a la Pontificia y Real
Archicofradía
de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Salud, María Santísima de la Luz en el
Sagrado Misterio de sus Tres Necesidades al pie de la Santa Cruz, Gloriosa
Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, San Francisco de Paula y Nuestra
Señora del Mayor Dolor en su Soledad, establecida en su capilla propia de la
Carretería,
antigua de los Toneleros de Sevilla, para que destine sus beneficios económicos
a los fines que su Mesa de Oficiales estime más convenientes para mayor honra y
gloria de Dios y de su Madre en su barrio del Arenal.
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Con la venia de Sevilla:
Como un llamador que con sus golpes convoca la atención de los costaleros, han
sonado las notas finales de "Amargura" a las que todos por dentro le decimos un
óle que nos sale del alma. Nos han avisado esos golpes de llamador para meternos
bajo la trabajadera. Y es como si los hubiera dado el magisterio del capataz que
tenía nombre de escultor del Barroco, Ariza el Viejo, pues imágenes efímeras de
perfección en el tiempo modelaba. Como si estuviera llamando Alfonso Borrero,
con todo el arte de la colla del muelle con que creó las levantás a pulso...a
pulso de corazones. O Manolo Bejarano, poderío de una voz de hondura trianera y
frescor de mañana agosteña con nardos de la Virgen. Como si llamara la
reciedumbre de Salvador Dorado, el único Penitente que ha habido con macho
dentro de la tela del antifaz de su hombría, que fue su valentía para salvar de
las llamas cobardes, fratricidas y asesinas a su camarada trianero, el Cristo de
la Expiración. Es, en fin, como si fuera a llamar, perfección y medida, Sevilla
clásica de palio de cajón, el señorío del maestro Rafael Franco Rojas.
Y es como si ahora sus antiguas, recias voces le preguntaran a Sevilla:
¿Estáis puestos, tambores y cornetas, "con la pena cabal de la alegría"?
¿Estáis puestos, tintineos de las caídas de palio, para que hagáis compás con
los varales?
¿Estáis puestos, amaneceres de las murallas del Alcázar, para que se recorte en
vuestra alboreá el crujío del Cristo del Calvario?
¿Estáis puestos, malvas del atardecer del Viernes en Triana, para que entonéis,
como en un cuadro romántico de Barrón, con las túnicas de los nazarenos de la
Virgen de la O?
¿Estáis puestos, cielos de Sevilla, azul Carretería, azul Hiniesta, azul
Baratillo, azul Estrella, azul San Esteban, azul Montserrat?
¿Estáis puestos, vencejos del Museo, para que le quitéis las espinas al Señor de
Sevilla, cuando venga el Viernes quebrando albores?
¿Estáis puestos, tristes balcones vacíos de las casas cerradas y abandonadas, en
los que conmemoramos la pasión y muerte de esta Sevilla soñada que se nos va de
entre las manos?
¿Estáis puestos, naranjos de Las Penas de San Vicente o del Subterráneo por Doña
María Coronel; acacias de las Rondas, rosales de las plazoletas con albero
nuevo, geranios que colgáis de los balcones y que seréis acariciados por los
enclavados dedos del Cristo de las Aguas?
¿Estáis puestos, muros de cal de los conventos, bronces de las espadañas,
faroles de las esquinas, paredes de la Alcaicería, para que pueda caber la
inmensidad de los ojos de Madre de Dios de la Palma?
¿Estáis puestos, Puente de Triana, Andén del Ayuntamiento, Compás de la Laguna,
Rampla del Salvador, ojivas de San Julián y San Esteban?
¿Estáis puestos, capirotes de la calle Herbolario, antifaces de terciopelo,
cinturones de esparto, cíngulos de seda, ropones de los pertigueros, corazas de
los armaos, guerreras de los músicos, fajas de los costaleros, dalmáticas de los
acólitos, rituales ornamentos de la penitencia?
¿Estáis puestos, lagrimeos de la cera en las tandas de las candelerías, luces de
las marías que gozáis de la cercanía de la gracia de la Virgen que como vosotras
se llama?
¿Estáis puestos, rayos de la luna entre las palmeras de la Gavidia, esperando a
la Vera Cruz de Cristo?
¿Estáis puestos, jarrillos de lata, que de plata sois, y cántaros de los
aguaores, que ánforas mejores nunca llevó la Bética al Monte Testaccio de Roma?
¿Estáis puestos, pabilos de las cañas de los Santizos para el supremo arte de
encender una candelería, chorreones de los cirios que vais alfombrando de cera
la carrera oficial como no lo haría ni la Real Fábrica de Tapices?
¿Estáis puestos, mármoles del suelo de la Catedral, para que sientan el doble
repeluco del frío y de la dicha del estreno de Lunes Santo los pies descalzos de
los penitentes del Cautivo del Polígono?
¿Estáis puestos, varales maestros y candelabros de cola, respiraderos, faldones
y maniguetas, zambranas y trabajaderas, traseras que dais jabón por la Cuesta
del Bacalao?
¿Estáis puestos, palcos de la plaza, sillas de Quidiello de la carrera oficial,
palquillo de la venia en La Campana?
¿Estáis puestos cristales de los escaparates de la calle Sierpes, para que se
reflejen las candelerías?
¿Estáis puestos, damascos de las colgaduras de los balcones donde se atará la
palma nueva con lazos de los colores de la hermandad, para que, agarradas sus
manos a vuestra barandilla, desaparezca en un instante ese saetero que se
santigua en cuanto ha acabado de cantar su oración?
¿Estáis puestos, escalofríos de las marchas, Estrellas y Aguas, Amarguras y
Penas, Soleares que nos dais la mano con el pañuelo de encajes de una Virgen?
¿Estáis puestos, oboes y fagotes, voces de la capilla musical de la Quinta
Angustia que nos recordáis las viejas placas del Miserere de Eslava?
¿Estáis puestos, muñidor de la Mortaja, llave del sagrario en el pecho del
asistente en la Ronda del Jueves Santo; Verónica y Fe de Montserrat; espada del
Silencio; pelícano del Amor; rosarios de Montensión; avión de la Virgen de
Loreto; antorcha del Prendimiento; palmera de La Borriquita; gallista pluma de
Muñoz y Pabón en la saya de la Esperanza?
¿Estáis puestos tíos de la escalera, novias del costalero, amigos del nazareno
de Martínez de León, veladores del Salvador, carritos de los niños chicos en las
bullas, tizas de los mostradores, sobaduras de los zapatos nuevos del Domingo de
Ramos?
¿Estáis puestos, integrantes de la bulla soberana?
¿Estáis puestos, silencios de la calle Francos, esperando al verdadero Silencio
del Primitivo Nazareno de Sevilla?
¿Estáis puestos, centenarios papelones de pescao frito del Arenal, pestiños de
la confitería de la Campana donde los paladares piden la venia, ruedas de
calentitos de plata de Juana en el Postigo y regimientos de soldaditos de Pavía
que mandan los coroneles de El Rinconcillo?
¿Estáis puestos, plateados globos de los racimos infantiles de ilusiones, para
que cuando La Paz venga por el Parque os sigáis escapando de nuestras eternas
manos de niños que piden cera?
¿Estáis puestos, estrenos de los trajes de punta en blanco de los canis con su
uniforme de gala, aplausos a las cuadrillas, dedicatorias de las levantás,
petaladas de los balcones de los barrios, óles a las saetas, trajes oscuros,
chaquetitas azules, mantillas del Jueves Santo, monumentos de los sagrarios de
los conventos, corbatas de luto del Viernes en que está definitivamente muerto
el Señor de la Caridad cuya mano sangraba aquella rosa en Santa Marta?
¿Estáis puestos, cardos y yedras de la Canina que nos decís que la muerte no es
el final ni siquiera de la Semana Santa, porque proclamáis el triunfo de la
Santa Cruz en la Jerusalén de Sevilla?
Mira que voy a llamar... Mira que voy a llamar con el bronce de las campanas de
la Giralda...
¡Tós por igual, valientes...! ¡Tós por igual, valientes testigos y profetas de
nuestra fe según el Evangelio de Sevilla!
Sevilla un sueño levanta...
¡Al Cielo con este cielo
llamado Semana Santa!
Los poetas que no vinieron
Siguiendo tus divinas enseñanzas, Padre Nuestro que estás en los cielos que
perdimos, nos atrevemos a decir que llegamos, venga de frente, muy poco a poco,
aguantando esa trasera de la emoción, las llamadas las quiero muy cortitas,
en nombre de los poetas enamorados de Sevilla que escribieron sus sentimientos
en ruán de tinta sobre merino de papel, pero que nunca pudieron pelar la pava
con su ciudad querida en esta reja solemne de la mañana vesperal del gozo.
Venimos con el sentir de los sevillanos que nos echamos a la calle para ver las
cofradías de una Semana Santa soñada que quizá ya no exista más que en nuestro
corazón y en nuestro recuerdo. Y para emocionarnos con todas. Como sentenció
Silvio el Rockero, cantor de nuestras Vírgenes: "Es que toas son mú bonitas..."
Llegamos con la prestada voz de un nazareno del Valle cuya vida, desde la
Madrugada del Destierro, fue el "El rito y la regla" de su amor a Sevilla. Se
llamaba Rafael Montesinos, y nos dijo:
Hoy la memoria escoge
el camino más corto para herirme.
Y como en nuestra geometría sentimental la distancia más corta entre dos puntos
es el sueño de un recuerdo, traemos desde esta mismísima Puerta Larená, en el
mejor cahíz de tierra, la voz del poeta popular que no necesitaba pergaminos
académicos para inmortalizar su inspiración sobre la servilleta de papel del
mostrador de una taberna. Venimos desde la imperial calle Adriano con los versos
de Florencio Quintero, la Esperanza frente a su Caridad
baratillera:
-
"Déjala" así, frente a frente.
"Déjala" así, cara a cara,
a esa Aurora Trianera
y esa Rosa Sevillana.
¡Que llore Sevilla entera
junto al llanto de Triana!
La Triana que, palma y cáliz, Palma de María Santísima tras el Cristo del Buen
Fin y cáliz del ángel de Montensión, resonaba en el puente con los versos de
Juan Sierra:
El río, el cielo, el barrio, ¡todo es Ella!,
alabastro de Gracia reluciente,
Madre Divina, Virgen de la Estrella...
Con estas voces emprestadas, y con un jazmín de vigilia de Rafael Laffón, y tras
la "Cruz de Guía" de Manuel Sánchez del Arco, y con la blancura mercedaria de
aquel cirineo lírico del Señor de Pasión que se llamaba Manuel Díez-Crespo,
llego con un homenaje a los poetas que no vinieron, desde mi Arco del Postigo. Y
recordados sus versos, me atrevo a decirle mi propia copla a la Pura y Limpia
que está junto al otro Arco:
Si es por cuestión de memoria
te voy a contar la historia
de tu macarena gloria
de la forma más sencilla.
Te voy a decir yo a Ti,
Niña Guapa de San Gil,
cómo te quiere Sevilla:
te quiere con mariquillas,
te quiere con tu fajín,
y la mancha en tu mejilla.
Que no es de Queipo de Llano
el fajín de tu cintura...
Que es tuyo, Esperanza pura,
pues te nombró el sevillano
Generala de hermosura
- de tó el Imperio Romano
- de los armaos con sus plumas.
Fumata blanca de incienso
Y con la fumata blanca del "incensario, péndulo de plata", que oscila en las
manos del muchacho que fue apuntado de hermano el día que se bautizó y ahora va
de acólito ante el palio de su Virgen. Con la fumata blanca del puesto de
calentitos que frente a la muralla puso el romano Macario, el primer armao que
hubo en Sevilla. Con la fumata blanca del perol de las almendras garrapiñadas en
una Ronda de la dual Sevilla, por la que vienen las túnicas blancas de la
Cofradía de los Negros. Con la fumata blanca de los cirios de los tramos de
nazarenos. Con la fumata blanca del obrador de las primeras torrijas que cada
Miércoles de Ceniza me mandaba el maestro Luis Ochoa con el dulzor de las Siete
Palabras de Sevilla. Con la fumata blanca de los hachones de los Crucificados,
revestido con los ornamentos de la palabra de quienes me precedieron en el amor
a la ciudad, y en la lengua que mejor entiende Dios, el latín de la Bética, un
latín de Miserere, de Christus Factus Est, de Senatus, Mediatrix y Sinelabe, proclamo el
pontificado sentimental de los días del gozo:
En la Roma sevillana,
Magnum Gaudium Nuntio Vobis:
!La primera en la Campana!
El anuncio de la luz del gozo
La ciudad entera, con su luz, lo viene anunciando. Todos somos antiguos y
fervorosos hermanos de luz: de la luz del gozo. Apresuraos, sevillanos, vivid
cada instante. Carpe diem: que ya empieza la nostalgia. Esa historia que siempre
es igual, pero que nunca la misma. ¿Todo pasa y todo llega? ¿O todo llega porque
nunca pasa en nuestro recuerdo? Preparaos para estrenar las manos que toquen el
gozo de la luz y la luz del gozo. "El Domingo de Ramos, el que no estrena..."
Sevilla estrena hoy el aire,
la luz, el sol, la mañana,
el viento, llamas de cera,
capirotes y sandalias,
y cinturones de esparto,
y colores las muchachas,
que si Sevilla no estrena,
no tiene manos su alma.
Y llegas a San Lorenzo
y hay una cola muy larga,
que la mira un cardenal
desde un retablo, y aguardas.
Y te fijas en la gente
que va saliendo; sus caras
son tan serias que te dicen
que allí dentro es que algo pasa:
al Señor en besamanos
lo han visto de cara a cara.
Y ya lo ves a lo lejos,
Señor de manos atadas.
La gente besa sus manos,
de oro un cordón las amarra:
manos que mueven el mundo,
manos que templan y paran
el dolor, los grandes males,
apuros y malas rachas,
las mentiras que se quedan
y las verdades que pasan.
Te fijas que las mujeres
al Señor van y le hablan.
El está allí, tan humano,
que hasta parece escucharlas,
que está de pie aquí en Sevilla,
sus dos pies ¡qué bien los planta!
Y una madre le decía,
aún escuchas sus palabras:
"Muchos años, Hijo mío,
tus manos quiero besarlas."
Que venga la Teología
y rompa aquí la baraja,
que las madres llaman Hijo
al Padre del sol y el agua.
Viendo al Señor se diría
que este Señor tiene alma,
del modo con que lo miran
esas madres sevillanas;
del modo con que un hermano,
silencio hasta en la mirada,
le va limpiando esas manos
con una telita blanca.
Son manos que han trabajado,
son manos dignificadas
por el dolor de la vida,
manos de muelle o de fábrica,
de tejar, manos del campo,
del Polígono o Triana,
manos que tanto Poder
tienen por la Madrugada
que pasan por el Postigo
y el amanecer levantan.
Y es que Dios, por primavera,
cada año viene a esta plaza
para enseñarle sus manos
a aquel que quiera besarlas
y ver que Dios tiene manos,
tiene unas manos humanas...
Y es porque Sevilla estrena,
para Él, Semana Santa.
Hoy empieza la nostalgia
Sentimos la inmensa tristeza de que la Semana Santa empieza... a terminar. Hoy
comienza la nostalgia. Todo será ya como un largo fin. Un reencuentro con la
ciudad perdida, desafiando al tiempo, retrato de Dorian Gray donde siempre todo
es lo mismo que entonces. Envejecen los terciopelos y los bordados para que
permanezcamos como eternos niños del Domingo de Ramos. Y para que en El Pumarejo
vuelvan a sonar los Campanilleros cuando por la calle Rubios llegue la Virgen
que apareció entre retamas catalanas y que...
Dijo al que la fue a encontrar:
"Llevadme pá mi Sevilla,
que soy La de San Julián".
Y hecho el silencio, entre el incienso que trasmina el aire y vence el horror de
la dentellada social de la droga, el grifota desdentado le rezará a su manera a
la Virgen de la Hiniesta. Le dirá al otro colega, que yo lo oí allí, en la
esquina de la calle San Luis:
-- Tronco, esto tiene vibrasiones,...
Por eso, sevillanos, porque la ciudad tiene vibraciones de grado 10 en la Escala
Ritchter de la emoción, os insto con este bando de la nostalgia a que saboreéis
la intensidad de las vísperas, que el camino de impaciencias es siempre mejor
que la posada del cansancio en el alma del Sábado Santo, cuando la más secreta
Esperanza de Sevilla cierra para siempre las mismas puertas que La Soledad en
San Lorenzo, pero un poquito más tarde, por el indolente y perezoso meridiano de
Sevilla En la alegría de lo que viene comenzamos a sentir la inmensa nostalgia
que lo que se va:
Adiós, primer nazareno,
que me dices cada año:
la vida, ¡qué hebilla menos!
Despierta, Sevilla, vamos:
vamos a estrenar el aire,
que ya es Domingo de Ramos.
Qué bonita es la mañana,
novelera de latines
de canónigos con palmas.
...Y lo poquito que dura:
lo que un credo ante El Amor
y una salve a la Amargura.
Las cintitas son verdes,
verde Esperanza.
Dicen: Soy de San Roque,
y esa es mi Gracia.
Adiós, Virgen bonita,
hasta esta tarde,
que a verte en Puerta Osario
voy con mi madre...
Y a San Juan de decirlo
le duele el alma:
que no me deis olivos,
soy de La Palma.
De la palma que lleva
la Santa Juana,
que hoy estrena hasta el bronce
de las campanas.
Me lo ha dicho la Giralda:
siempre es Domingo de Ramos
en el bronce de mi palma.
Si sevillana será
que por pan lleva La Cena
dos teleras de Alcalá.
Si Judas se ha alevantao,
es que va a comprar el hombre
los rábanos y el pescao.
A Montañés la pena
va y se le quita:
vuelva a bajar la rampla
La Borriquita.
La Burra se va a asombrar,
porque el incienso aquí huele
a almendras garrapiñás.
San Roque en la Puerta Osario...
Llega Gracia y Esperanza:
mi madre la está esperando.
Desde la Puerta Osario
vas a Triana:
en la tarde, La Estrella
de la mañana.
Sentaíto el Cristo,
penando sus Penas,
costero a costero, el izquierdo alante,
cómo trianea.
¿Que qué es trianear?
Pues que un Cristo hasta sentao
ande sobrao de compás.
Hércules te llama:
vente a mi Alamea,
que viene por Feria un Silencio Blanco
de cal y azucena.
Le va diciendo San Juan
cositas a La Amargura
pá sus penas endulzar...
La que entra en Jerusalén,
Colegial del Salvador,
no es la Burra, es mi Sevilla:
ya está saliendo El Amor.
Dame cera, nazareno:
cada Domingo de Ramos
yo tengo una hebilla menos...
Protestación de Fe de la Ciudad
En las funciones principales de instituto, los hermanos de las cofradías hacen
su solemne protestación de fe. Sevilla también celebra su función principal con
los cinco sentidos, en cuanto oímos el primer tambor o acaraciamos el antifaz de
terciopelo que ha dormido en el ropero todo el año. Sevilla es el quinto
evangelista que escribe las Verdades del barquero de la lancha de Peana de su fe
sobre la cal de las esquinas, en los pétalos de flores que caen sobre un techo
de palio... Que si la colombina y dulce Virgen de la Antigua va abajo, en la
gloria del palio de Los Dolores del Cerro, arriba, entre las doce perillas de
los varales, va la imperecedera gloria nueva de los humildes pétalos que nevaron
en oración desde una azotea del barrio.
Sobre el evangelio de los libros de reglas de sus hermandades, Sevilla hace
público juramento de fe y credo, sacando a la calle su portento de religiosidad
popular. Y en estos tiempos del relativismo que ha borrado las fronteras entre
el bien y el mal; del laicismo de una sociedad que niega todos los valores y
principios morales y éticos, y se burla de la religión, y la desprecia, y la
margina en los colegios... En una España que pone en duda la tradición de su fe,
Sevilla, saliendo en masa a ver sus cofradías, emocionándose ante un
Crucificado, conmoviéndose con el andar humano de un Cristo Nazareno, diciéndole
a una Virgen sencillamente la oración sin palabras de unas lágrimas... En estos
ritos no aprendidos que traemos en la masa de la sangre, el pueblo llano y
soberano de Sevilla proclama colectivamente el sentimiento y la emoción de su
fe, la cercanía familiar de lo divino:
Dios pone en su documento:
"Soy natural de Sevilla,
vecino de San Lorenzo".
Su carné de identidad
es una color antigua
que le han gastao de rezar,
y un andar que es como humano
de este Señor sevillano
con su túnica morá...
Que va cargando la suerte,
echando la Zancá alante,
el Vencedor de la Muerte.
Pues dice el mismo papel:
"Mi oficio es salvar al mundo
y mi nombre, Gran Poder".
Dios por la calle
Sevilla se encuentra a Dios por la calle. Dios es como de la familia. Si la
familia está en crisis; si se niegan sus valores con burdas parodias del
matrimonio católico que van contra les leyes de Dios y de la Naturaleza, aquí se
afirman sus supremos principios. Somos de la cofradía de nuestra familia.
Repetimos, oh Sevilla romana, el culto a los lares y penates, a los que ya se
fueron. Salimos a recorrer las calles de siempre, por las que no ha pasado el
tiempo, a encontrarnos con un viejo amigo, el Cristo de la familia o del barrio,
la Virgen que emocionaba a nuestra madre y que tenemos en una estampa bajo el
cristal de la mesilla de noche. La Virgen es una buena vecina. Es del
Museo o
del Tirolínea, de Nervión o de la cvalle Feria, de San Vicente o del Barrio León.
Paisana. De nuestra propia Tierra de María Santísima.
Y en este sentido familiar de la Semana Santa volvemos a ser niños pidiendo
cera, amasando una bola que es la imagen del mundo, como la que San Fernando
lleva en la mano. Y volvemos a ser muchachos que ya salimos solos, sin los
padres, estrenando la vida y el amor. Que por vez primera tomamos la mano de la
niña que nos gusta cuando la Virgen de las Aguas va por el Andén. Y entre la
proclamación de los sentidos, tacto de terciopelo, olor de incienso, gusto de
viejos pestiños con aguardiente en aquella ventana del corral de mi lavandera
macarena en la calle Torrijiano, oído que voy a llamar y vista de la mismísima
gloria en forma de paso de palio, nuestra memoria recuerda las oraciones que nos
enseñaron las Hermanas de la Doctrina Cristiana entre las pilistras del patio de
la calle Guzmán el Bueno:
Bendita en calle Pureza
eternamente lo seas,
pues Triana se recrea,
en tu morena belleza.
El puente te lo empavesan
salves de marinería,
y hasta el río detenías
con tu gitana color.
Y Esperanza te decían,
Patrocinio, Estrella y O,
y Salud... ¡Trianerías
para la Madre de Dios!
Y en esta solemne protestación colectiva de fe, Sevilla sabe que el Cristo de la
Buena Muerte da entre lirios su mejor lección de Divino Catedrático contra esa
forma de asesinato a la que ahora llaman eutanasia.
Y en esta solemne protestación colectiva de fe, con las cruces de los
penitentes, esos mismos maderos que en Jerusalén, bajo el poder de Poncio
Pilatos, fueron patíbulo, Sevilla escribe su mejor alegato cristiano contra la
iniquidad inhumana de la pena de muerte.
Y en esta solemne protestación colectiva de fe, Sevilla sabe que cuando Cristo
deja que los niños se acerquen a él y vayan tan cerca del paso, y haya un pavero
que los guíe en el enternecedor jardín de la infancia cofradiera de los pequeños
monaguillos que apenas saben andar, pero que ya llevan en la esclavina el escudo
de su hermandad... Con esos niños que aprenden a amar a Sevilla de la mano de
sus padres, se escribe el mejor alegato contra esa otra forma de asesinato con
trituradora a la que ahora llaman aborto.
El evangelio popular de Sevilla
El sevillano es un quinto evangelista que movido por su fe, dejándose ir en la
tradición de la ciudad, sin darle la menor importancia, imparte supremas
lecciones de Teología. Viendo cofradías pueden escucharse clases magistrales en
la callejera Facultad de Teología Popular. En la calle Aduana, cuando pasaba esa
Pietá baratillera que no la mejora ni Miguel Angel, aprendí una de estas
lecciones de un sevillano anónimo. Le explicaba a un forastero preguntón:
-- ¿Que por qué la Semana Santa aquí no es triste? Pues porque hemos visto
muchas veces esta película, usted. Siglos la llevamos viendo. Y sabemos que
termina bien. Vamos, divinamente, porque es cosa de Dios. Sabemos que aunque lo
pase muy malamente, al final, el bueno, el Muchacho, el Hijo de la Señora Guapa,
gana y se sale con la suya, que es morir para salvarnos. Y que después, además,
resucita el Domingo: en Santa Marina concretamente. Y si sabemos que la película
tiene un final feliz, ¿a qué ponernos tan tristes y tomarnos las cosas por la
tremenda como en Castilla? ¿Latigazos dice usted? Se los daban antes los
hermanos de sangre, pero cuando se enteraron de que en esta película siempre
gana el Muchacho y nos salva, decidieron dejar las disciplinas y aquí los
latigazos, desde entonces, nada más que son de tinto y pescao frito...
La suprema lección de Rafael Franco
Todas las artes y artesanías populares se combinan en la Semana Santa. Y arte
crearon los costaleros del muelle, con su ropa hecha con los sacos que
descargaban, con los cobertores viejos del hambre y la tuberculosis de los
corrales de vecinos. Y los capataces. El mismo Dios de San Lorenzo fue para
Manolo Bejarano como un Hijo, al que amorosamente lo enseñó a andar con su
humanísimo paso racheado.
Pero no se trata sólo de un tesoro cultural, un patrimonio artístico, una
reliquia etnográfica. Aun siendo todo eso, y más, no se entiende si no lleva el
pellizco a lo divino de la fe, como las espinacas de vigilia no se entienden si
no llevan sus garbanzos o las tortillitas sin bacalao, el pez cofradiero por
excelencia, al que Sevilla le dedicó hasta una calle: la Cuesta del Bacalao...
Bacalao que da nombre hasta al estandarte de las hermandades.
Una suprema lección de este sentido de la fe según la religiosidad popular sin
el que no se entiende la fiesta me lo dio el maestro de capataces Rafael Franco
Rojas, en un curso que organizamos en la Casa de Pilatos para la Universidad
Menéndez Pelayo como "Homenaje a la Semana Santa". Reunimos en una mesa redonda
a cuatro legendarios maestros del martillo: Rafael Franco, El Penitente, Rafael
Ariza y Manolo Bejarano. Hablaron de los modos de andar los pasos, de escuelas y
dinastías, de estilos de mandar y llamar. Y se me ocurrió la niñatada de
proponer a Rafael Franco que, como demostración, diera allí las voces de su
llamada en las levantás. Muy serio, tan señor como mandaba a su cuadrilla de Los
Ratones, el difunto Rafael Franco me dio la mejor lección del imprescindible
sentido religioso de la Semana Santa, cuando me dijo:
--- No, mire usted, hacer como que se llama a un paso, aquí, sin haber ninguno
delante, sin llevar a ningún Cristo ni a ninguna Virgen, es un paripé, y la
Semana Santa será lo que usted quiera, pero nunca es ningún paripé...
La cofradía de los nazarenos muertos
Este ruán que ahora llega lo conozco de siempre,
lo he visto tantas veces en este Martes Santo...
Yo veo cada año al mismo nazareno,
que quizá no haya muerto porque aún no ha nacido.
Años lo llevo viendo en esta misma esquina,
en este mismo sitio, bajo este naranjo,
música de capilla del canario que canta
al balcón solitario en jaula de geranios.
Tenía calzón corto y un tranvía de lata,
un gato en la azotea y un martes sin colegio,
cuando este nazareno pasaba con su cirio.
El mismo nazareno que luego contemplara
estrenando la sangre, Isabel a mi brazo,
la vida por delante y el mundo por montera.
El que luego una tarde le enseñé ya a Fernando
cuando apenas sabía pedirle un caramelo.
El que ya sin mi madre planchándome la túnica
y sin mi padre oyendo saetas por la radio
sigo viendo este Martes. Mi Santa Cruz de siempre.
Es mentira, no han muerto aquellos nazarenos
que le dieron grandeza a este rito de siglos.
Te lo ha dicho esta tarde, porque es Martes Santo,
ese alto, elegante, de andares señoriales,
que has visto tantas veces, con las Misericordias.
No mueren en Sevilla los viejos nazarenos.
Se reencarnan en estos que ves el Martes Santo.
Aunque nada es lo mismo, en ellos permanecen
memorias remansadas del tiempo detenido.
Venga, vamos, que tienes otra vez siete años
y tu tía te lleva a ver las cofradías.
Venga, coge esa cera, pon la mano, Antoñito,
cuidado, no te quemes, qué grande está la bola.
Caramelos no pidas, que éstos son de silencio.
Todo es de silencio aunque sea de capa,
que de capa te abres ante el toro del tiempo
cuando pasa esta noche de esparto y de tristeza,
Santa Cruz con sus tramos de nazarenos muertos
que visten este Martes de nuevo sus mortajas,
Dolores por Molviedro de luto por Tejera,
y un crespón por un hombre de su gente de abajo,
un soldado de España que supo dar la vida
por Dios, por esta Patria que llamamos Sevilla.
La penitencial ausencia
Los que ya se fueron... y los que no pueden venir. ¿Qué mayor penitencia que no
poder ir a ver las cofradías? Me lo dijo un viejo sevillano enfermo, postrado en
su cama, sin poder salir de su casa:
-- Esto sí que es penitencia, no poder ir al Barrio León a ver mi cofradía de
San Gonzalo...
¡Benditas televisiones y radios locales que acercáis La Campana a los penitentes
de la callada cruz de la enfermedad! ¡Benditas emisiones por Internet que le
llevan su Soledad de San Buenaventura al soldado que está en misión de paz en
tierra extraña, que ésos sí que son suspiros de España, los dolorosos suspiros
de Sevilla! O a esos jóvenes licenciados y técnicos que tampoco este año pueden
venir a salir de nazarenos en su cofradía, porque están trabajando donde son
laborables los días iniciales de la Semana, como lo son para los alumnos de
Erasmus o del master en las Universidades de esos países tan oscuros, donde sí
saben valorar y dar oportunidades a los frutos de nuestra tierra, con esas
iglesias tan frías y tan peladas de altares, y esas torres tan tristes, que yo
las he oído en Zurich, y te preguntas: "Si hoy, que es Domingo de Ramos en
Sevilla, las campanas tocan aquí así, ¿qué dejarán estos gachós para el Día de
los Difuntos?".
Sevillanos fieles a sus sentimientos en la distancia. y que como los
banderilleros de Belmonte miraban durante la temporada americana el reloj que no
había dejado de marcar el meridiano de Triana y, sacándolo del bolsillo del
chaleco, comentaban "Pues en la calle San Jacinto ya tiene que estar Enrique
empezando a freír los pavías", ellos, calculando horas, con la nostalgia como
penitencial cinturón de esparto con su traje de ejecutivos o su parca de
estudiantes, mientras añoran la claridad sin fecha de Sevilla, se van diciendo:
-- Pues el palio de San Esteban ya tiene que estar entrando en la Campana...
-- Ahora irá el Cristo de los Estudiantes por la esquina de Trifón, camino de la
Campana...
-- ¡Cómo tiene que estar de gente a estas horas la calle Tetuán volviendo con la
Virgen del Dulce Nombre!
- --Ya estará Pilatos en San Benito, presentándole a
Cristo la mejor Calzada que hubo en el Imperio Romano...
Las Penas del hospital
Y la más que penitencial Semana Santa de los hospitales. Yo la he vivido. El
hombre que dio la vida a la mujer que más quiero estaba ingresado, y sabíamos
que tenía sacada papeleta de sitio para el inexorable paso de La Canina, en cuyo
cuerpo de nazarenos estamos todos apuntados. ¡Qué Calle de la Amargura la Semana
Santa del hospital! En el pasillo, lejana, suena una radio con una marcha, que
alguien pone bajita, para no molestar. Pero suena. Y nos va diciendo que fuera,
en la vida, en la Salud de San Gonzalo, en la Salud de San Bernardo, en la Salud
de Los Gitanos, en la Salud de San Nicolás, en mi carretera Salud, existe la
primavera, está ausente el dolor, no hay lágrimas, Sevilla como nueva Jerusalén
del Apocalipsis, ataviada como una novia con la flor de los naranjos. Allí en el
hospital sí que están las penas: las Penas de San Roque, las Penas de la calle
San Jacinto, las Penas de San Vicente, las Penas de Santa Marta... Allí si que
habitan las Tristezas, y el Mayor Dolor y Traspaso de los que sufren, entre
Angustia y Angustias, en una mar de Lágrimas, en una inmensa Soledad de batas
color verde Esperanza, cuando el enfermo, en la duermevela del dolor, pregunta:
-- Niña, ¿hoy no es cuando sale la de San Nicolás?
-- No, abuelo, salió ayer, hoy es Miércoles Santo...
Y se hace de nuevo el silencio. Por el pasillo, desde otra habitación, suena
quizá ahora por un televisor una entrada en La Campana. "Estrella Sublime". No
hay estrellas en el cielo de luces apagadas de esta habitación de hospital. Aquí
sí que hay una cofradía de penitencia. Aquí, en estos otros silencios, sí que es
todo como una larga madrugada de penitencia. Entran las batas blancas como
recuerdos de túnicas de nazarenos de La Cena, de San Gonzalo, de la Amargura, de
La Bofetá, de San Nicolás, las cofradías que este hombre querido no verá este
año.
La única alegría es cuando traen a un niño vestido de nazareno. Túnica de capa,
barrio puro. Y dice la madre a los familiares del otro enfermo del cuarto:
-- Es que como todos los años antes de salir va a casa de su abuelo para que lo
vea vestido de nazareno...
Y el nazarenito, con un beso:
-- Abuelo, toma, un caramelo, el primero que doy este año...
El más dulce caramelo de Sevilla. En el televisor, Campana del dolor y los
silencios, sigue entrando triunfalmente un palio.
Y luego, ya de madrugada, quizá llegue silencioso, con cara de satisfecho
cansancio, un hombre con su traje negro de capataz, sobre cuya solapa trae la
heroica condecoración de unas manchas de cera de los hachones del Cristo en el
arréon de una levantá. Llama en la puerta de la habitación. Sale la acompañante,
zapatillas y bata, desorientación del primer sueño descabezado en el butacón.
Pasillos vacíos. El intempestivo visitante de negro lleva unos lirios en la
mano. Se los da a la hija del enfermo. Le dice:
-- ¿Cómo sigue? No quiero molestarlo... Nada más que vengo para que en la
estampa de la cabecera le pongas estos lirios, y le digas que son de parte de la
hermandad. Son los que esta tarde ha llevado su Cristo...
Cuando estéis oyendo el tintineo de unas caídas de palio, reloj inexorable del
tiempo que nos devora, pensad, sevillanos, en estos silencios de penitencia del
inmenso dolor del hospital, o en la tristeza de los sevillanos que trabajan o
estudian o defienden a la Patria fuera de su tierra. Peor que el lamento del
ciego en Granada: aquí no hay limosna posible, mujer, "que no hay en la vida
nada"... como no poder ir a ver las cofradías en Sevilla.
El Credo sevillano del cementerio
Y las mañanas en la otra ciudad que verdaderamente está sosegada y en calma,
tras el azulejo de La Soledad, a los pies del Cristo de las Mieles que expiró en
el Museo, en Santa Cruz, en el Patrocinio. Cada mañana de Semana Santa, por los
cipreses del cementerio, entre un silencio donde cantan los altos pájaros, hay
manos amorosas que avanzan hacia una tumba querida y conocida, con unas flores.
Claveles del monte de un Crucificado, flores blancas de un palio, humildes ramos
que en un barrio ofrendaron a su Cautivo, son colocadas ahora por los más
amorosos floristas: los oficiales de la Junta, los hijos de los que ya no están,
que llegan a esta carrera oficial del recuerdo y la memoria. Las flores que
supieron de saetas y de marchas, aplausos y emociones, quedan ahora, llenas de
vida, sobre el aparente triunfo de la muerte. Flores cofradieras de las mañanas
del cementerio, sobre las tumbas de los sevillanos que se fueron a hacer su
definitiva estación, a una gloria más eterna que la efímera del paso de palio
que vemos alejarse por la calle del barrio, que dobla la esquina y que, poco a
poco, metáfora de la misma vida, como estas flores que la recuerdan, va
desapareciendo, hasta que dejamos de ver la última interrogación de plata de un
candelabro de cola. Es el Discurso de la Verdad de la vida tras la muerte que
escribe el Credo a la sevillana:
"Y creo en la resurrección de los muertos porque cada mañana de Semana Santa
tienen sobre sus tumbas la vida eterna de las flores que llevaron esas Vírgenes
y esos Cristos que ellos están ya viendo para siempre. Amén".
Los balcones del cielo
Que esto no salga del Arenal, pero yo, que soy de la Real Hermandad Gremial de
Maestros Sastres de San Fernando y de la Virgen de los Reyes (anda que también
hemos elegido malamente titulares), sé por qué es costumbre que el pregonero
vista chaqué. Es porque viene de testigo en una boda. La boda que cantan los
campanilleros:
En el cielo se alquilan balcones
para un casamiento que se va a hacer,
que se casan por la primavera,
con incienso y cera, Sevilla y su fe...
Para ese casamiento, están colgados de damasco con galones dorados los balcones
del cielo. Desde allí, los sevillanos que nos precedieron ven pasar la cofradía
que nosotros aún estamos contemplando gracias a lo que ellos nos legaron. Cada
sevillano tiene alquilado su balcón del cielo desde donde tiene la certeza de la
fe de que están viendo las cofradías la madre que le falta y que ya no le hace
las mejores torrijas que se hacían en Sevilla; el padre que se fue con la túnica
de la hermandad para la definitiva estación. En el balcón de la memoria de cada
sevillano está la tía soltera que de niño lo llevaba al abono de las sillas; el
amigo de la familia que lo sacó por vez primera a callejear en busca de las
cofradías y que ni tenía que mirar la hoja del Programa del ABC, porque se sabía
de memoria horarios e itinerarios, la nómina enterita.
En esos balcones del cielo están los que nos marcaron el camino del sentimiento.
Los artesanos y los artistas que hicieron grande la Semana Santa. Yo ahora,
sevillano, hago que te fijes en ese balcón. Está Manuel Torre, que canta una
saeta a la Esperanza desde el balcón de los Miura y La Encarnación se llena de
pañuelos blancos. Y está Manolo Caracol, que le canta una promesa por seguiriyas
al Gran Poder en la calle Conde de Barajas. Y está Juanito Valderrama, emigrante
que le reza todas las cuentas de su rosario de coplas a Aquella Que Está en San
Gil, "entre velas enrizás". Y está Pepe Valencia cantándole a las Angustias. Y La Niña de la Alfalfa,
recordando al banco azul el supremo azul mandato constitucional de la Estrella
de la Mañana. Y está Vallejo, con El Niño Gloria, y con La Niña de los Peines,
que tus peines, Vírgenes de Sevilla, mata de pelo de la Esperanza, sí que son de
azúcar. Y Juanita Reina canta en ese balcón la Plegaria Macarena que le compuso
el maestro Quiroga. Que también está en ese balcón con Font de Anta, con López
Farfán, con Gámez Laserna, con don Pedro Braña, con Lerate y con Pantión,
mientras Antonio Machín, viendo salir su cofradía, ha transformado sus dos
maracas cubanas en dos gardenias para Ti, sevillana Virgen de los Angelitos
Negros.
Y están en los balcones del cielo los que siguen retransmitiendo las entradas de
las cofradías desde la radio de cretona: Manolo Bará, Filiberto Mira, Juan
Bustos, Agustín Hepburn. Y los avances de la
técnica que ha aportado un nazareno del Silencio llamado Luis Baquero nos
permiten oír desde la calle hasta el chisporroteo de los ciriales y el verdadero
"silencio, pueblo cristiano" que a una cruz de guía le sigue cantando Manuel
Centeno con voz de placa de pizarra en la sintonía del programa "Saeta".
Y como
la mejor representación de las hermandades en el Santo Entierro de la Ciudad que
Nunca Murió y que sigue existiendo en el recuerdo de los que nos precedieron y
engrandecieron las cofradías, desde esos balcones se ve pasar el cuerpo de
nazarenos de la memoria: los que dedicaron su vida a hacer verdad este sueño que
muchos sevillanos llevamos dentro y que llamamos Semana Santa; los que crearon
el patrimonio inmaterial de sus ritos a lo largo de las generaciones. La
cofradía de la nostalgia de una soñada Sevilla de plata, perfecta, medida,
armónica como un palio juanmanuelino. Nadie sabe nunca cuánta vida, cuántas
vidas hay en una cofradía que pasa, en cada plata o cada terciopelo de su tesoro
procesional, en cada apellido ligado a una insignia. Cuántos tacos de lotería de
Navidad hubo que colocar para pagar el dorado de este paso. Cuánto amor hay en
esos casquillos de la Cruz que regaló aquel hermano que vivía en Madrid. Cuántos
nombres queridos, de cuántas familias, van prendidos en las tandas de esa
candelería, en esas caídas de palio, en el manto antiguo de la foto ya amarilla
de la primera puntada en casa del bordador. En ese oro viejo, vuelve a brillar
un hilo, un solo hilo de oro, recién cosido. Cuando el paso se aleja, ves
brillar ese hilo único, acabadito de coser, en el ya viejo manto. En tu memoria,
perdida entre la cal de la calle que lo ve irse, que no hay nada más hermoso que
ver un palio alejarse, brilla más nueva cada año la primera puntada que aquella
noche, cuando eras un niño, dio tu madre, con una aguja ensartada en oro, como
el largo cabello de un ángel, en el terciopelo granate, tan viejo ya como tú, de
este manto de Madre de Dios de la Palma.
Costaleros y capataces en el Cielo
Y cómo anda el paso de la memoria, cuánta Sevilla calza... Listero, déjame ver
el cuadrante. Ahí van igualados, óle la gente güena, vamos a echarle casta: El
Balilla, Hierro, Jiménez, Canela, Colino, Corneta, Palma, Reyes, Oliva, El
Poeta, Cerezo, Vargas, Cangrejo, Candi, Pollero, Cerrojo, Cantaó, Tagua, Pileño,
Lérida, Amores, Catrafa, Pingüino, Hipólito... Nobilísimos caballeros cubiertos
ante el Rey de Jerusalén con la ropa de arpillera de los sacos del muelle. Y
Pepe Portal sigue trayendo a su Cristo de la Salud desde un San Bernardo donde
Antonio Filpo Rojas sigue proclamando que esta Difícil Ciudad de Sevilla es
sencillamente Mariana. Y Juan Carlos Montes no se ha quitado la faja tras
comprobar que, si se lleva al Cristo de las Aguas a su capilla del Rosario, la
puerta que conduce más directamente al cielo es el Arco del Postigo. Donde
Miguel Cid reescribe su copla concepcionista:
Todo el mundo en general,
de Campana a Catedral,
por la carrera oficial,
se venga a rezar conmigo,
y responda cuando digo:
"Pura y Limpia del Postigo...
¡Sin pecado original!"
Y con un fondo de bergantines que van para Veracruz y de goletas que vienen de
Cádiz o de La Habana, qué más da, empernacado en su silla, junto a San Fernando,
San Isidoro y San Leandro el de las yemas, allí, en la piedra del escudo del
Postigo del Aceite, nos dice El Pali el palimpsesto de sus capataces en el
cielo:
¿De quién es esa cuadrilla
que anda tan de Triana?
La de Cristo San Gonzalo,
que la manda Juan Vizcaya.
¿De quién es esa cuadrilla
que lleva a la Buena Muerte?
Son los niños estudiantes
con el Gordo Penitente.
¿De quién es esa cuadrilla,
Calvario y Presentación?
Es la de Javier Fal Conde,
y es su Patria, Reina y Dios.
¿De quién es esa cuadrilla,
gitanos, que entra en Campana?
Es la de Domingo Rojas
y El Moreno de la Plaza.
¿De quién esa cuadrilla
que trae a la Macarena?
Pues ni lo sé ni me importa,
llevando arriba a Quien lleva...
¿Qué me importa a mi el dragón,
ni quién toca el llamador
si suena el golpe y camina
por las calles de Sevilla
La que es la Madre de Dios?
Miércoles en coplas
Todo va pasando tan rápidamente como un sueño, en esta larga metáfora de la vida
del hombre que es la Semana Santa. El Domingo de Ramos fue como
si Sevilla saliera
de cuentas del largo embarazo de la Cuaresma. El día en que la ciudad nace. Por
eso aquí celebramos tan poco la Navidad. ¿Qué mejor Navidad que el Domingo de
Ramos? ¿Qué Nochebuena más buena que la Madrugada? Dios nace en el Belén de
Sevilla y ángeles costaleros dan gloria a Dios en las alturas de las levantás.
La Semana será tan fugaz como una vida. Y las coplas flamencas nos dirán sus
verdades:
Vaya puente y vaya luz...
Sube desde San Bernardo
el Cristo de la Salud.
No le llames el puente
de los bomberos,
¿no ves que junto al Cristo
viene un torero?
Que de lirios le ha llenao
Pepe Luis para su Cristo
el cartucho de pescao.
Virgen del Refugio,
tus respiraderos
tienen los remates, los machos y cabos
de un vestío torero.
Qué suerte tiene que ser
ser cántaro de aguaor
junto al Cristo de la Sed.
Qué injusto siempre el destino:
"Nadie habla de mi caballo",
viene largando Longinos.
Y dice en la Catedral:
"No se la quiero pegá,
pero si no se la pego,
no es el Cristo la Lanzá..."
Tallando al Cristo de Burgos,
Vázquez el Viejo decía:
"Si su nombre es de Castilla,
éste será de Sevilla
al pasar la Alcaicería."
En la Ciudad de la Gracia
siempre El Mudo de Santa Ana
va con Las Siete Palabras.
Esto es Sevilla:
¡qué discursos da El Mudo
con la manguilla!
Vente, niña, al Arenal,
pá saber cómo es Sevilla:
se forma una cofradía
en el patio de cuadrillas...
y es la cosa más normal.
En la plaza El Arenal,
paseíllo de los tramos
de Piedad y Caridad.
Faltan los alguacillos:
y en la plaza de los toros,
los tramos del Baratillo.
(Y El Pali por lo bajini
va y me dice: "Ahora mismito
le digo que baje al Quini.")
En La Piedad de su muerte,
Cristo en brazos de su Madre
es Dios repartiendo suerte.
Y en cuanto cruza el cancel,
esa Caridad torera
acaba con tó el papel.
Cómo es Sevilla, chiquillo,
éstas son cosas de aquí:
porque a este paso misterio,
A esto que vale un imperio,
me lo llaman Baratillo...
¡Será pá no presumí!
Pasando los Panaeros
por la calle Tetuán
vareaban el olivo,
qué fuerza, las levantás.
Su clavel encendío,
Virgen de Regla,
te reza por Rocío,
que es de tu tierra.
Que en Chipiona
se rompió ya a tus plantas
como una ola.
Capilla Los Panaeros,
mañana ya es Jueves Santo.
¡Qué poco dura lo bueno!
La Semana Santa de arte mayor
Nunca podemos creer ni que todo pase tan pronto, ni que sea verdad tanta
belleza. ¡Lo que estará en la calle esta tarde! ¡Pues anda que esta noche! ¿Y
mañana Viernes? Como los años se te pasan volando, se van estos días grandes, y
se te viene la vida encima, de golpe. Muerte del Señor aparte, son días de luto
y de tristeza... porque esto se está empezando a acabar. ¿Qué día de toda la
Semana pasa más pronto que la tarde del Jueves Santo?
Porque llega ese momento de ilusión, de nervios, de cansancio, en que las
últimas peinas del Jueves Santo se cruzan con los primeros abrigos de la
Madrugada. ¡Ya hay gente en las sillas esperando! Sigues sin creerte la belleza
de lo acabas de ver. La que conmovió al poeta Rafael de León en el abono de su
silla en una calle Sierpes de mantillas con peinas bajas, vagones de arvellanas
y clarines de la Caballería del Brigada Rafael, cuando en el jardín de papel de
su genialidad improvisó la saeta:
Pasión le llama Sevilla
y es de Pasión un clavel.
Hinca, hermano, la rodilla
ante esta maravilla
de Martínez Montañés.
No puede ser verdad tanta belleza grande y antigua del Jueves, arrebujada en los
bullones del manto de la Virgen del Rosario. No te crees lo que estás viendo, ni
lo que ha de venir. ¡Esto sí que es ya la Semana Santa de Arte Mayor, el palio
de la Virgen de la Victoria, el chirrido de vencejo del gozne del Descendimiento
del Cristo de la Quinta Angustia! La Semana Santa soñada, existe. Callarse, que
me parece que se oyen los tambores de la Centuria a lo lejos, mientras la
perfección de la Virgen del Valle va a entrar, ojos verdes como la albahaca, en
la antigua iglesia de la Compañía...
La Bética derrota a Roma
Julio César, cuando conquistó las Galias, no traía tanta tamborería, ran,
cataplán, ni tantas plumas como traen por la calle Capuchinas, llenando de
viejas trompeterías los balcones de geranios. Vienen conquistando Sevilla, ran,
cataplán, el pasito quedo y arrastrado, compás de paseíllo torero mientras
suenan las notas de "Abelardo", la alegría en la cara.
Salieron muy temprano de junto a las murallas romanas. Dicen que son pescaderos
de la Encarnación; que aquel de la escolta tiene un puesto de recova en la plaza
de la Feria. Dicen que salen sólo hoy, cuando a la tarde todos los azogues de
todos los viejos espejos de San Gil y Omnium Sanctorum se llenan de plumas y
corazas. No creáis a quienes tal dicen. Son de verdad soldados de Roma. Al
capitán que los manda lo dejó aquí Julio César para que le cuidara el cortijo,
una vez que cercó la ciudad de muros y torres altas donde hoy pudieran resonar
sus tambores, agitarse sus plumas, en el pasito torero que traen, ran, cataplán.
Ved sus caras. Tienen el perfil de mármol de los viejos patricios de la Bética.
Hoy se han tomado un día de asuntos propios en Itálica y se han venido a salir
de armaos. Y ya llegan a San Lorenzo. Julio César, cuando conquistó la Galia, no
traía tanta imperial tamborería. Ya ha cambiado el compás de los tambores. Ya no
suena a paseo militar. Tocan lentos, y lento se les hace el paso. Vedlos avanzar
hacia la casa del Señor, como en un salmo. Las puertas están abiertas. La Bética
siempre le abre las puertas a Roma: para que se nos quede. Dentro hay otra
Sevilla. Hay un Hombre de Dolor. Y una escolta que hace como que lo defiende de
los dioses de Roma. Doce, quince altos nazarenos con la túnica negra, como
estatuas. Y los tambores siguen sonando. Arrastran ya los pies alados estos
Mercurios sobre el mármol de las promesas. Ya resuenan los tambores bajo la
bóveda. Ya están los altos capirotes más esculpidos, más pintados que nunca. A
pasito quedo, de paseíllo, ran, cataplán, la Roma clásica pasa ante el Barroco.
Y algo tiene que ocurrir, algo de batalla hay en San Lorenzo esta noche. Porque
los altivos soldados macarenos que tan pintureros entraron, ran, cataplán,
llorando salen. El tambor sigue sonando, compás en las plumas, arte en el paso,
pero traen los ojos vidriados. Hombres como trinquetes se emocionan al ver al
Señor, escoltado de sus leales canastillas. Dos Sevillas frente a frente.
Nunca hubo, nunca, en la Bética batalla tan incruenta como esta noche en San
Lorenzo. Julio César nunca trajo, ran, cataplán, tanta tamborería. Hoy se sabe
que Roma pierde. Hoy, de San Lorenzo, las viejas cabezas romanas del mármol de
Itálica salen con una lágrima en los ojos. Constatada su derrota, de nuevo
vuelven a las murallas de la Macarena para rendirse nuevamente ante la Madre que
parió Al Que hace llorar a las legiones de Roma.
El Ángelus loco
Y se oye el Silencio. El Silencio se ve. En un mundo que silencia a Dios,
Sevilla oye su Silencio, cuando lo ve avanzar abrazando su Cruz de Jerusalén. La
lleva al revés que los otros Nazarenos. Y es que el Nazareno del Silencio
escribe derecho con los renglones torcidos de Dios. Un primitivo nazareno lleva
la desnuda espada del más caballeresco lance de amor que hubo en la Sevilla que
fue Puerto y Puerta de las Indias; un duelo a última sangre para defender el
honor inmaculado de la Virgen de la Concepción, para la que Murillo estaba
inventado el color de estos cielos, para cuando termine la Madrugada del
Silencio. La Madrugada ocre del Cristo que le presta su nombre al Calvario donde
murió por Sevilla. Y en la dual ciudad barroca, frente a los negros silencios de
esparto, la madrugada de los aplausos de terciopelos verdes y morados. Madrugada
de los relojes locos. Y en esta Sevilla donde los seises son diez, el Pasmo de
Triana nació en la calle Feria y en la calle Betis el torero de una Alameda que
multiplica a Hércules por dos, cuando llega esta noche, el Angelus se reza a la
1 de la Madrugada: "El ángel del Señor anunció a María"... Y el ángel es un
niñato en lo alto de un contenedor de basura, que en el Altozano o en la
Resolana se transforma como si lo pintara Fra Angelico y le anuncia a la Virgen
que es la Llena de Gracia, Se lo dice en latín de la Bética: "¡Guapa!". Y la
bulla lo traduce, toreramente, por un óle. ¡Óle lo bien que está cuajando Cristo
la faena de la Redención! Hasta San Pedro, en una plaza que es como la de La
Algaba, en la Plaza de los Carros, se ha adelantado en el Huerto de Montensión.
Le ha juntado las manos a un romano y le ha cortado la oreja, porque en
Jerusalén (como no era Sevilla, aunque se le pareciera) bastaba con la orejita
de un romano escaso de romana para salir, como salió el Cristo de la
Misericordia del Baratillo, a hombros de los brazos de la Virgen de la Piedad,
por la Puerta del Príncipe de la Salvación.
Los óles de la Madrugada
La saeta cambia el tercio
con el óle de la plaza.
Y Sevilla en ese óle,
señores, es que lo clava.
El hoyo de las agujas
es la plaza que se calla
cuando tiene que callarse:
arte del silencio llaman.
Voz del pueblo, voz del cielo;
y el óle, bulla que habla.
Ese óle es el amén
que aquí nos sale del alma.
Dicen que cuando los moros
el óle significaba
exactamente «por Dios»,
y que en árabe era «wallah»,
el de aquel Tejar del Moro
que enladrilló la Giralda.
Sabe coger mi Sevilla
lo mejor de cada casa:
de Roma coge un armao
y a Muza le pide el «wallah»
para poderlo gritar
a la Centuria que pasa:
¡Óle los armaos guapos!
¡Óle la escolta y la banda!
¡Óle el pájaro de Roma
que nunca el vuelo levanta
y que tiene en el Senatus
la más imperial alcándara!
¡Óle y óle la gandinga
de la gente de la plaza
que va escoltando al Sentencia,
Emperador de corazas,
cuya Sentencia que recurren
escritos con plumas blancas!
Y nada digo, señores,
si el óle suena en Triana...
Que lo digo de verdad,
que no naquero de ojana...
En cada saeta nueva
el óle se desparrama
del Zurraque al Altozano,
desde Santa Ana a la Cava.
Aquí Triana descorcha,
qué noche buena, sus Cavas:
la Cava de los Gitanos
con el Caballo cabalga;
la Cava de los Civiles
trae flores de sus ventanas
a ponerlas en un palio
que como goleta avanza.
¡Óle, óle esa cuadrilla!
¡Óle, óle, así se anda!
Y en llegando al Altozano
óle le dice la estatua
de Belmonte, que a la noche
la para, la templa y manda.
El izquierdo por delante
lleva el Caballo en su carga,
carga de caballería
que va a tomar La Campana.
Y allí en la confitería,
tan antigua y tan romántica,
cuando lo ven los pestiños,
de miel se les caen dos lágrimas.
Y en llegando los Gitanos,
loca la brújula acaba
conforme avanza esta noche
de cofradías de capa.
Porque un óle calorró
suena junto a otra muralla.
Es que ha tocado un martillo,
como si un cante cantara,
y el Señor de la Salud
en su paso se alevanta.
Ya empieza a vender la cal
que blanquea la mañana.
Vestido de casamiento,
con pasadores de plata,
se va romper la camisa
con la gente de su raza.
Y por eso dicen óle
con compás que nadie iguala.
Canta Manolo Mairena
la saeta más amarga
que sabe a clavo y canela,
a las más ilustres casas:
la Casa de los Montoya
y la casa de los Vargas;
la Casa de los Ortega
y la Casa de los Alba.
Cuya Casa de las Dueñas
los que venden cal encalan.
Pinta sus armas la sombra
del Señor en la fachada
y dice que los Gitanos
son también grandes de España.
En la inmensa soledad de la bulla
Y la memoria, No hay una sola Semana Santa. Hay tantas como sevillanos salen a
ver las cofradías. Días de encuentro con Dios en la inmensa soledad de la bulla.
Nunca se está más solo que soñando los propios recuerdos en una calle llena de
gente para ver pasar esa cofradía que es parte de tu propia vida.
En esta madrugada de siglos de concordia,
antes que los vencejos vengan quebrando albores
de capirotes verdes de terciopelo antiguo,
aún no sé por qué Arco o esquina de mi barrio,
antes que la zancada del paso racheado
le dé un andar de Hombre al que todo lo puede,
antes de que la noche se mire en un espejo
de negros capirotes y ceras de tinieblas,
vendrán rompiendo el tiempo con esa cruz de guía
dos faroles sin fecha que me sé de memoria.
Esta noche, maestro, su farol en la calle,
dirán los aprendices que llegaron de seises
a aprender de tu oficio de aguja y jaboncillo.
Eras joven, tenías un taller de alfayate
y un amor de oficiala que te enhebró su vida.
Te llamaban maestro, lo eras de tu gremio
y también de la vida, de llamarle Sevilla
al gozo y la alegría de tu puro en los toros.
Yo sé por qué salías, tu farol en la mano,
como antes el cirio del tramo del Senatus,
hasta alcanzar la gloria de pareja nombrada
o un primor de plateros en un altar de insignias.
Perdona que revele la promesa que hiciste,
cuando yo me moría y fuiste a San Lorenzo
a pedirle al Cisquero, al que todo lo puede,
que aún no me llevara y hoy pudiera aquí hablarte.
Por eso cada noche que de casa salías
con la túnica negra y el largo capirote,
el camino más corto para tus pies descalzos
era el largo camino de dudas que ahora piso.
En esta madrugada yo sé que voy a verte,
maestro, nazareno de promesa, descalzo.
Esta noche presiento que voy a ver tu mano
llevando luz sin tiempo junto a una cruz de guía.
Esa mano visueña que la reconocía
en cada madrugada por el signo indeleble
del callo del trabajo de aguja y de tijera.
Calla, calla, ya vienen. Castelar está a oscuras.
La Puerta que cruzaste tantas tardes de toros
se ilumina de cera, Arenal en silencio.
Si Mar es esta calle, es mar de capirotes.
Y ahora doblan la esquina de botica y quincalla,
que les va abriendo paso aquella cruz de guía.
Y vienen los faroles. El tuyo lo conozco.
No conozco otra cosa que la luz de su plata,
en esta madrugada que es la misma de entonces.
La mano que lo lleva es tu mano, que has vuelto.
Yo sé que no te fuiste una noche de junio
que San Pedro lloraba en cornetas de lágrimas.
Sé que sencillamente ibas a San Lorenzo
a sacar para siempre papeleta de sitio
para darle las gracias en persona al Cisquero,
en esa cortesía con que aún te recuerdan,
ay, maestro alfayate que me diste la vida.
Perdona que no mire tu farol cuando pase.
Sé que vas a decirme adiós con esa mano
de callo y de tijera con que llevas la plata
de la luz de Sevilla, farol de cruz de guía.
El gozo de la fugacidad
- Y a Ti, La Que está en San Gil,
junto al Arco y la Muralla,
junto a donde el mismo César
te dejó a un armao de guardia,
cuando tengo que nombrarte,
me faltan ya las palabras.
Te iba a decir azucena,
iba a decirte espadaña,
iba a decirte repique,
iba a decirte campana.
Te iba decir buganvilla,
te iba a decir jacaranda,
te iba a decir magnolia,
¿habrá flor más sevillana?
Te iba a decir jazmín,
y te iba a decir acacia,
nardo pensaba decirte
con yerbabuena y albahaca
de los verdes terciopelos
y el merino de las capas,
San Basilio en el recuerdo
de una columna entre llamas.
Te iba a decir primavera,
te iba a decir Madrugada,
noche pensaba decirte
y te iba a decir alba;
te iba decir luz divina
con la carita cansada...
Así pensaba decirte,
resplandor de la mañana.
Te iba a decir blanca toca
en el zaguán de Sor Angela,
Salve Regina en Alcázares
junto a San Juan de la Palma,
te iba a decir calle Feria,
te iba a decir calle Parras,
te iba a decir Escoberos,
pensaba decirte lágrima,
iba a decirte sonrisa,
fugaz belleza que pasa,
relámpago de dulzura,
Gioconda divinizada.
Iba a decirte perfil
y leyenda de una mancha.
Yo te iba a decir huerta,
y te iba a decir plaza,
te iba a decir Callejones,
y te iba a decir Gracia,
o quizá sencillamente
iba yo a decirte: "¡Guapa!"
Iba a mirarte... y no puedo:
¿quién te aguanta esa mirada?
Que no se puede aguantar
la belleza de tu cara...
Como todo te lo han dicho,
mi silencio es el que habla,
pues verás, Niña del Arco,
que hay un nudo en mi garganta.
Y sólo digo tu nombre,
ése que todo lo alcanza,
como te nombra Sevilla,
como tu barrio te llama,
como un viejo macareno:
¡mi Virgen de la Esperanza!
Sevilla se arrodilla con Triana
Nadie se pone de acuerdo
en dónde empieza Triana.
Las fronteras invisibles
que no vienen en los mapas
cuando se ven claramente
es el Viernes, de mañana,
cuando ha vivido Sevilla
su ritual Madrugada
y con las claras del día
se ven las cosas tan claras.
Que en el Arco del Postigo,
en donde estaba la plaza,
Sevilla es ya trianera
y Arfe es la calle Larga,
y Altozano el Arenal
cuando en la abierta mañana
anuncia una cruz de guía
con bocinas plateadas
y faroles marineros:
"¡Ahí viene ya la Esperanza!".
Bajando del Alfolí,
un Caballo abriendo plaza
y un Señor que cae en la tierra,
en la tierra sevillana,
para que Sevilla vea
que Triana lo levanta.
Las Tres Caídas de Cristo
en cuatro zancos la alzan.
Almirantazgo en cornetas,
gorras y guerreras blancas
con los tambores que rufan
y al mundo entero proclaman
que las calles del Postigo
se han hecho Arrabal y Guarda.
Y ahora llega a la capilla
del Arco de la muralla
una Virgen bajo un palio
que es bergantín o fragata,
bamboleo marinero
en los escudos del ancla.
El cristal de la cancela
es espejo que proclama
ese dogma de Sevilla
que hizo arrodillarse a un Papa:
aquí está la Pura y Limpia,
del Postigo la Esperanza,
que Inmaculada en Sevilla
y Pureza es en Triana.
Y se repite en las flores,
y se repite en la gracia,
se repite en la belleza
tan morena de su cara.
Puso Fernando Morillo
encajes en oleada,
tal como canta su Salve,
una brisa de bonanza,
con el fajín de almirante
de un Rey marino de España,
que en Triana a la Purísima
como Esperanza proclaman,
por eso en calle Pureza
tiene su cuna y su casa.
Y ya desde aquí hasta el puente,
puertas del sol de su plaza,
el Arenal sabe a barbo,
sabe a verdes avellanas,
a sábalos en adobo
y a Catedral de Santa Ana.
Calle Adriano adelante,
en el Pópulo la paran.
Suena la vieja saeta
que recuerda la cerámica,
de los presos tras las rejas,
la que escuchó Font de Anta.
"Soleá dame la mano",
dame la mano, Triana,
choca esos cinco, Arenal,
que el Viernes por la mañana,
tú dejas de ser Sevilla,
y sueñas con ser la Cava,
cuando viene la que es Reina
del río y la mar en calma:
se secó el Guadalquivir
con la emoción de las lágrimas.
Que traen las aguas del río
los cantes de la Velada:
"Qué bonita está Triana
cuando le pones al puente
tu bandera, Capitana".
Y no hay puente ni Altozano,
que no hay más puente de barcas
que el que nos lleva hasta el cielo
rezándole a la Esperanza
esa Salve marinera
que huele a alfar, suena a fragua:
"Dios te salve, Pura y Limpia,
Reina, Madre y Capitana
del Arenal, que Sevilla
se arrodilla con Triana".
Barco carretero para la Galeona de la Luz
La ciudad aún duerme tras la larga Madrugada. Sevilla es el único lugar del
mundo donde hay una Madrugada que termina a las 2 de la tarde. Roma da la hora
sexta en la campanita del Baratillo. Del Aljarafe le llega al barrio del Arenal
un sol torero. Sol de oro perulero en el muelle de la Carrera de Indias. De
pronto se abren las puertas de la capilla de los Toneleros. En el momento
exacto, va saliendo a la vida la Pasión y Muerte del misterio más completo. Casi
se da de cara con los balcones con recuerdos de Galerín, de los Contreras, de
los viejos almacenes de efectos navales, de la vara de diputado mayor de
gobierno de Juan Castro. Como si fuese la vez primera que ocurriera, la
hermandad nace como cofradía en la calle, túnicas de antiguo terciopelo azul
como de Corte Chica de San Telmo, Cruz de Santiago y lises de los Montpensier,
negros guantes de piel. Tiene algo de parto la salida. Meses de gestación dan
este fruto de amor. Si se ve, es por el esfuerzo en los cuellos, en las cinturas
fajadas, en el dramático quejío de la hojarasca de la madera del canasto que
estiba el dorado cabo marinero: ¡Más a tierra esa trasera!
Ves zarpar tu querido barco de caoba, el galeón de sueños que suelta las amarras
de su dorado calabrote, en el que un Divino Embarcado, el Señor de la Salud, se
está siempre yendo para la calle de la Mar, que es el morir. En un abrir y
cerrar de ojos se obra un año más el milagro de lo imposible. El paso sale. ¿Lo
saca el capataz o un práctico del muelle, en este Arenal tan ribereño que aquí
al lado mismo, como en Sanlúcar, está la Virgen de la Caridad?
La capilla, tramo a tramo, insignia a insignia, se ha ido quedando vacía. Alma
sin cuerpo de nazarenos de Cristo. Ya salen los de la Virgen. Y como una metáfora
de la vida, cuando te das cuenta está en la puerta lo que anuncia el principio
del final: el estandarte. Y pensando en la brevedad de la vida o de la salida de
la cofradía estás cuando oyes el golpe del llamador. Ya está cuadrado con la
puerta el palio armonioso de esa divina Señorita Consignataria del barrio de los
cargadores de Indias, la Virgen del Mayor Dolor, pidiendo un García Ramos que
venga a pintar su trasera con el manto de las Antúnez. Silencio en una calle de
corbatas negras de los que ya no están, pero sí están: de Luis Rodríguez Caso,
de Juan Moya. Y un silencio de mármol, cuando la voz del capataz resuena por
retablos y azoteas: ¡Más a tierra esa trasera! Varal a varal, el palio sale.
Suenan fuera las palmas y la Marcha Real. Y con la misma exactitud con que se
abrieron, "in ictu oculi", se cierran las puertas por donde salió la cofradía.
Por donde El Arenal la parió, alumbró de cera a la Luz misma de esta Virgen de
la Luz que, Galeona de la calle Varflora en su barco de recuerdos, ya va ganando
el barlovento de la tarde por el Compás de la Laguna.
Has visto antes, cerca de aquí, en la calle Bayona, en casa de tus padres, este
interior de capilla vacía de donde se ha ido la cofradía. ¿Acaba de salir o se
la acaban de llevar? El quejío de la caoba de la canastilla yéndose tiene mucho
de caja mortuoria que se llevan. Las garras de bronce se aferran con los zancos
al tiempo que queremos detener. Este interior vacío, sin el calor de la
cofradía, tiene mucho de casa de donde se acaban de llevar para siempre, ya
muerto, a alguien querido. Todo, como en la casa de donde se llevaron a tu
madre, a tu padre, es el memorial de una ausencia reciente. Aquí estuvo el altar
de insignias en la gloria de la mañana. Aquí, en estos mármoles, los dos pasos
con los mejores recuerdos de tantas familias del barrio. Hace la eternidad de un
instante estaba la cofradía aquí, entera, llena de vida y ahora... Y ahora,
ya... Suena fuera, lejos, la marcha de palio, con un aire funeral, por la
Esquina del Negro, cerradas las puertas de la capilla vacía. Alguien muy querido
se le ha ido al barrio: la cofradía. Pero nunca para siempre. Metáfora de la fe,
a la noche vendrá la resurrección, cuando todo en la capilla ahora vacía vuelva
a la vida tras la Pasión y Muerte del Cristo de la Salud, con la cofradía que
entra, saetas a la Virgen del Mayor Dolor que se nos clavan, yayayay que sangra
un ay, en la luminosa herida de la tarde. Hasta el año que viene si Tú
quieres... "antes que el tiempo muera en nuestros brazos".
Y en el aire sereno del señorial terciopelo azul del barrio, "vestido de
hermosura y luz no usada", queda la copla que sale del serrín de una taberna...
A este Arenal marinero
envidia das, costalero,
que llevas muerto en la Cruz
al Cristo de la Salud,
y en la amura de un costero
a la Virgen de la Luz,
¡óle el barco carretero!
El muñidor de Valdés Leal
Viene por la calle Dueñas, en el anochecer, la cruz de manguilla, y delante
suena, lastimera, antigua, tristona como el día, la campanilla del muñidor de la
Mortaja.
Sevilla le da a Dios el rito de sus entierros. La Mortaja tiene mucho de
entierro de la Caridad, de escudo de su hermandad: Sevilla fue un corazón en
llamas que alzó una Cruz. ¿Pero es sólo a Cristo al que entierra Sevilla este
atardecer, cuando la Mortaja viene por Dueñas? ¿No está enterrando acaso la
propia alegría de la Semana Santa? Suena la campanilla del muñidor y nos anuncia
que "Sic transit gloria mundi"... y para nosotros no hay más mundo que Sevilla.
Yo ahora tomo los pinceles de Valdés Leal y con palabras pinto el cuadro de la
brevedad de la vida. Del racheo que descendía a Cristo ante la Virgen sin
lágrimas de la Quinta Angustia, ¿qué se hizo? ¿Por qué rampa de plata se nos fue
el Señor de Pasión, el Dios de la madera, ese Nazareno que nació teniendo madera
de Dios? ¿Dónde están las aguas del río que miraban pasar a la Virgen del
Patrocinio? Secas están las flores rosas de los ojos verdes de la Virgen del
Valle. ¿Dónde está el atardecer en que expiró El Cachorro al faltarle el aire de
Triana? De aquella perfección regia del palio de la Virgen de la Victoria, ¿qué
se hizo? ¿En qué marismas azules de la Redención está ahora la Virgen del Rocío?
¿En qué flota de la Carrera de Indias, fe de ida y vuelta, como una guajira, se
nos volvió a la Nueva España del Postigo la Guadalupana de la calle Dos de Mayo?
¿En qué Costanilla quedan las huellas de la Domus Aurea de las Tres Caídas del
Señor? ¿A qué confín ha llegado ya el Buen Viaje del Cristo que salió por la
ojiva de San Esteban? ¿Dónde el Amparo de una Virgen con la Gracia de la saya
hecha con el vestido de un torero de Camas que es la gracia misma de Sevilla? El
reloj de la copla le presta sus tientos a tu tristeza:
Viene La Mortaja, suena el muñidor,
y el tiempo me clava como dos puñales
sus dos campanillas en el corazón.
Ahora es cuando te convences de la fugacidad del tiempo, de la vida. Que la
Pasión y Muerte del Señor es tu propia pasión por Sevilla, encaminada hacia la
muerte. Montserrat, con su manto isabelino de leones y castillos ha hecho Corte
romántica de los palcos y ya ha entrado, rotos los relojes y los cuerpos, porque
el Cristo de la Conversión nos ha dicho: "Esta semana has estado conmigo en el
paraíso que llamamos Sevilla"... Cuando nos damos cuenta, metáfora de la vida,
es ya Sábado Santo y estamos delante del paso de la Canina.
Y en la tarde que también muere como ha muerto el Señor, como va muriendo la
propia Semana Santa, la Giralda, que se pone de luto en los azulejos negros de
Hernán Ruiz, seguirá proclamando: "Turris Fortissima Nomen Domini": "La Torre
Más Fuerte es el Nombre del Señor"... al que en Sevilla llamamos Gran Poder. Y
sobre ese cielo de tristeza, el recuerdo de los días del gozo sigue pregonando
en la torre mayor el proverbio escrito en el libro del alma de la ciudad que
tiene por símbolo a la Fe Vencedora, a la que se le queda para siempre en la
mano la palma que estrenó el Domingo de Ramos, y que ahora escuchamos, "entre
las azucenas olvidado", como una copla de seises, en su repique de gloria de la
Resurrección:
La Torre dice: "Miradme...
Si me veis como un portento
en este azul de la tarde,
es que proclamo a los vientos
la verdad de que El Más Fuerte
es El que está en San Lorenzo,
Aquel que venció a la Muerte".
Y les juro que pá mí,
con tu palma en el cuadril,
eres tú, Giralda bella,
Pura y Limpia, eres aquella...
¡Aquella que Está en San Gil!
Y el gozo que me enajena:
ay, si el cielo de Sevilla
tuviera en la Giraldilla,
- en vez de la Vieja Dama,
tu carita macarena
- del Viernes por la mañana...
He dicho...y ustedes me dirán qué se debe aquí.
Correo
El autor ha cedido las regalías de la primera edición a la Pontificia y Real
Archicofradía
de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Salud, María Santísima de la Luz en el
Sagrado Misterio de sus Tres Necesidades al pie de la Santa Cruz, Gloriosa
Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, San Francisco de Paula y Nuestra
Señora del Mayor Dolor en su Soledad, establecida en su capilla propia de la
Carretería,
antigua de los Toneleros de Sevilla, para que destine sus beneficios económicos
a los fines que su Mesa de Oficiales estime más convenientes para mayor honra y
gloria de Dios y de su Madre en su barrio del Arenal.
© Antonio Burgos
© Arco del Postigo S.L., 2008
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"Folklore de
las cofradías de Sevilla"
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