Un
año más est� en marcha el circo de la Fórmula 1. Aunque los
entendidos te explican que el campeonato tiene importantes
cambios de reglamento y de puntuación, para nosotros los
profanos es el circo de la velocidad de siempre, con sus
pilotos-estrella, sus niñas guapas en los boxes, sus tribunas
llenas, su universo publicitario. Esos coches nos parecen como
las naves de la carrera espacial: algo muy lejano y distante,
pero de lo que sacamos beneficios muy próximos. Sin la
tecnología espacial no habríamos avanzado tanto en los
inventos que nos hacen la vida más placentera. Siempre pienso
que el microondas lo inventaron los americanos para que los
astronautas pudieran comer caliente all� arriba. Y cuando veo
el circo de la Fórmula 1 pienso que algo bueno sacaremos para
nuestro coche. Cada vez que le doy al elevalunas eléctrico y se
cierran los cristales, o al cierre centralizado y se bloquean
las puertas, doy las gracias a la Fórmula 1. Ser� porque no
entiendo ni papa, pero los coches que hay en el mercado me
parecen cada vez más maravillosos. Eso de que te lo compres, lo
estrenes y no tengas que hacerle el rodaje, como al Seat 600,
¿no es un prodigio? Ser� que voy por el plan antiguo, pero con
el último coche nuevo no me quería creer que en el viaje de
estreno a Jerez lo pudiera poner a 140 por la autopista sin que
aquello saliera echando humo, como aquel utilitario que no
podía sobrepasar los 80 por hora hasta que le hacías los
primeros 3.000 kilómetros.
Los profanos pensamos que todo
esto tiene que ser consecuencia de la Fórmula 1. Como lo del
cambio de aceite. Mi coche nuevo tiene ya 10.000 kilómetros, y
desde que hizo los 3.000 estoy llamando al amigo de la Ford que
me lo vendi�. No puedo creerme que no haya que cambiarle el
aceite hasta los 20.000. Tan desconfiado soy, que el otro día,
cuando vi que tenía 11.400 kilómetros, me fui derechito al
taller y le dije a mi amigo:
-- Aunque t� y el libro de
mantenimiento digáis que no hasta los 20.000, t� me vas a
hacer el cambio de aceite de los 10.000 kilómetros de toda la
vida de Dios...
Y el coche parece que me lo
agradeci� el pobre. ¡Hacía un runruneo de gratitud más
simpático con su motor cuando salíamos del taller! En mi
ignorancia, me siento subyugado por el mundo de la Fórmula 1.
Sobre todo, por el cambio de ruedas. Sólo por el cambio de
ruedas veo muchas carreras de Fórmula 1 por televisión, en el
circuito de Melbourne o en el de Imola, aunque no se juegue nada
importante nuestro Fernando Alonso defendiendo los colores
patrios con la Renault. Estarán conmigo en que es una maravilla
ver cuando ese Schumacher llega con el Ferrari a los boxes y en
un momento es rodeado por una docena de mecánicos uniformados.
Me maravilla que con la prisa que llevan, ninguno de ellos
tropieza ni se da culazos con el otro. El uno trae el gato, el
otro el destornillador eléctrico, un tercero mientras abre el
cap� y mira no s� qu�, y en un plis, plas, ¡rueda cambiada!
No ha parado el coche ni cinco segundos y all� que sale a todo
gas con la rueda nueva.
Cada vez que veo este
auténtico espectáculo de los mecánicos de la Fórmula 1
pienso que mucho más que ellos en cambiar la rueda tardo yo en
sólo enterarme de dónde est�: si delante, sobre el motor,
como en el coche antiguo, o si detrás, oculta bajo esa
alfombrilla del portamaletas que además no hay forma de saber
cómo se levanta. Y nada digo de lo que tardamos en encontrar
dónde est� el gato y, una vez hallado, dónde la dichosa y
siempre oculta ranura de la carrocería para introducirlo all�
antes de empezar a darle al manubrio y subir aquello. Los
mecánicos de Schumacher no se ponen las manos pringosas, no se
les resbala el gato cuando ya estaba el coche medio elevado, no
se olvidan de desatornillar un poco la rueda cuando aún est�
en el suelo con el peso del coche encima. Y luego, en un
santiamén, aciertan con eso tan difícil como es machihembrar
cada agujero en su tornillo del eje. Menos mal que los coches
cada vez se pinchan menos. Ser� también milagro de la
repercusión de los avances de la Fórmula 1 en los neumáticos
de nuestro modesto cochecito. Por si las moscas, llevo
memorizado en el móvil el teléfono de un servicio de
asistencia en carretera. La última vez que se me pinch� el
coche comprob� con las manos pringosas, los pantalones hechos
unos zorros de arrodillarme en la carretera para la faena y la
cara tiznada de secarme el sudor con los dedos llenos de grasa,
que no me ha llamado Dios por el camino prodigioso, exacto y
perfecto de los mecánicos de Schumacher.