En
aquel pueblo de la sierra donde veraneábamos, todos conocíamos
a los carteros: Santi el cartero, Castito el cartero.
Conocíamos hasta a Eulalio, el administrador de Correos. El
cartero era una parte agradable de nuestra vida. Nos traía las
cartas de las novias imposibles que acabaron casándose con otro
y poniéndose tan horriblemente gordas como las hemos visto la
última vez que las encontramos en El Corte Inglés, menos mal
que no nos casamos con ellas. El cartero nos traía las cartas
de los compañeros del colegio. Todos escribíamos cartas y a
todos nos ilusionaba recibir cartas. La correspondencia era
incluso un género literario. Las mejores prosas de Bécquer
están en las "Cartas desde mi celda" y los problemas
recurrentes de nuestras difíciles relaciones con los vecinos
del Sur están ya en las "Cartas marruecas" de
Cadalso. Hasta había un periódico de gran circulación que se
llamaba "La Correspondencia de España". La Niña de
la Estación del cupl� decía que no olvidaran de traerle
"La Ilustración", "La Ilustración Española e
Iberoamericana" porque las muchachas de la restauración
estaban hartas de leer "La Correspondencia de
España", donde además no venían figurines de miriñaques
y sombrillas de París.
Ha venido hoy a casa el
cartero, un cartero que no conozco, que llega con una amarilla
mochila con ruedas como las que los niños usan para traer y
llevar todos los días sus auténticas carretadas de libros al
colegio, ¿por qu� no los podrán dejar all� los pobres y
tienen que cargar diariamente con esa impedimenta? El cartero ha
venido con su carga como escolar y me ha dejado un montón de
correspondencia atada con una gomilla. Hay muchos sobres, pero
ninguna carta. Todo es papelote de correspondencia comercial o
bancaria, propaganda de libros que no me interesa comprar,
invitaciones a actos a los que me da una pereza infinita
asistir. Nadie nos escribe ya porque no somos destinatarios de
cartas, sino nombres y direcciones de un "mailing". El
correo se ha convertido en un medio publicitario como otro
cualquiera, como la valla de la carretera o el anuncio de los
taxis. Los que antes nos escribían, ahora nos ponen mensajes
SMS por el teléfono móvil, nos transmiten un fax, nos dejan un
aviso en el contestador o nos envían un correo electrónico.
Pasa con las cartas como con los telegramas, que son una
Interflora en papel azul. Los telegramas se han convertido en
postales coronas fúnebres para dar pésames o en ramos de
flores para enviar felicitaciones por un premio, un santo o un
cumpleaños.
Y las gracias damos a Dios
cuando el cartero sólo nos trae propaganda. Como canta Raphael
con letra de Manuel Alejandro, "a veces llegan cartas con
sabor amargo" que mejor sería no recibirlas. Entre la
propaganda hay veces que vienen las "cartas con olor a
espinas": el banco que nos dice que estamos en números
rojos; el administrador de la comunidad de propietarios del
apartamento de la playa que nos avisa que el mes que viene nos
agreden con otra cuota extraordinaria por la pintura de la
fachada; la agencia ejecutiva del Ayuntamiento que nos dice que
nos echan poco menos que cadena perpetua y por supuesto nos
embargan el piso si no pagamos en tres días aquella multa por
estacionamiento prohibido. El doctor don Enrique Tello, el padre
de Carmen Tello, la excelentísima señora de Romero López, me
comentaba su alivio cuando a mediodía llega a su casa y el
portero le dice:
-- Don Enrique, hoy no tiene
usted ninguna carta...
-- Menos mal que no tengo
carta-- responde el doctor Tello--, porque hoy en día nada más
que te escriben para darte disgustos o para darte la tabarra con
la publicidad.
Y nada digo de las cartas que
llegan con el escudo de España en el membrete de un sobre con
aspecto de correspondencia oficial. A m� el escudo de España,
cuando lo recibo como membrete de una carta, me da pavor. Un
susto de muerte. Y es una pena. Cuando contempláramos el escudo
de España deberíamos sentir tanto orgullo como cuando vemos la
gloriosa bandera nacional ondeando en la Plaza de Colón. Pero
con esta reducción de la correspondencia y con su significado
de heraldo de una mala noticia de la Administración, llegas a
temer recibir un papel con el honroso escudo de tu patria. Si te
llega una carta con el escudo de España, con sus leones, sus
castillos y sus columnas de Hércules, de momento échate a
temblar, y después ya veremos si la cornada es grave o
solamente de pronóstico reservado. Porque ese sobre con el
escudo de España o es de un Juzgado que te cita para un asunto
cuanto menos desagradable, o es de Hacienda que te anuncia una
inspección tributaria de cinco años a esta parte, o es de la
Dirección General de Tráfico que te notifica una multa con
retirada de carn�.