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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3078 - 7 de agosto del 2003                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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A veces fallan y se atascan los vasos comunicantes de las Bellas Artes. No conozco a ningún torero al que le guste la Ópera. Y en cambio he podido comprobar que a Ainhoa Arteta le encantan los toros. Y que sabe de toros. Por algo la soprano vasca nació en tierra de buena afición, como Tolosa, a cuya plaza acude con un interés por la Fiesta que ya quisiéramos que la tuvieran por la ópera los toreros. Por lo menos El Fandi, que sería el más llamado, porque pone las banderillas al violín. Total, del violín a la orquesta y a la ópera hay sólo un paso, que ojalá dé David Fandila en algún recital del Festival de Música de su Granada natal.

Ainhoa Arteta había sido recibida como numeraria por la Real Academia de Bellas Artes de Cádiz, en reconocimiento a sus méritos y su aportación a la Música. Tras contemplar un espectáculo de las Bellas Artes de la Naturaleza como esa puesta de sol en la Caleta que subyugaba a Manuel de Falla, nos reunió en una cenita simpática en la que, estando cerca de la Ruta del Toro, saltó a la conversación la Fiesta Nacional. Hablábamos de la crueldad de los públicos, y citaron aquello que le preguntaron a Curro Romero una vez:

-- ¿Qué público prefieres, el de Madrid o el de Sevilla?

-- Hombre, preferir, preferir, lo que se dice preferir, yo, el del tenis, que es más calladito.

Hablaron del feroz Tendido 7 de Madrid, pero Isabel Cobo, amiga común, le recordó a Ainhoa la mayor dureza: la absoluta indiferencia del público de la Maestranza de Sevilla de la que se ha quejado El Juli. Eso de que un hombre se juegue la vida delante un toro y tras darle muerte, el público muestre una absoluta indiferencia. No le aplaude, ni le silba. Lo ignora. Los célebres "silencios de la Maestranza" son a veces los de la crueldad. Se lo ilustré a Ainhoa:

-- Tú imagínate que estás cantando en el Metropolitan Opera House. Termina la ópera, se echa el telón y allí no suena ni una palma ni un silbido, ni un aplauso ni un pateo, ni un "¡bravo!" ni un abucheo. Nada. Silencio absoluto. Total indiferencia. El público se levanta tranquilamente y se ponen a hablar unos con otros de sus cosas, o a darse recados: "Oye, llámame mañana para hablar de ese negocio..."

Público tan cruel no lo hay en ningún espectáculo. Es el martirio chino que sufren los toreros y del que dicen luego las crónicas, sin reflejar la extrema dureza: "Silencio en ambos". ¡Pero qué silencio! O qué voces de mando al matador mientras se está jugando la vida... En el publico de la ópera, por muy entendido que sea, nadie se atreve a corregir al cantante. Nadie le grita a Montserrat Caballé en la Ópera de Viena:

-- ¡Medio tono más alto!

A los toreros, en cambio, el público le dice lo que tienen que hacer en cada momento:

-- ¡La muleta a la izquierda! ¡Sácalo de ahí!

Y si no se ponen donde el público dice y no coloca la muleta como le exigen, surge al instante la voz:

-- ¡Pico, pico!

Eso es como si a Plácido Domingo le dijeran en la Ópera de Washington:

-- ¡Falsete, falsete!

El público de la ópera, por muy entendido que sea, reconoce que quien sabe de verdad de aquello es el cantante. El público de los toros, en cambio, cree que de las veinte mil personas que hay en la plaza, el único que no tiene ni idea es el torero. Es lo que más sorprende a Ainhoa Arteta. Se queda impresionada cuando va a los toros en Tolosa y llega la llamada hora de la verdad. El torero coge muleta y estoque, cuadra al toro y se dispone a entrar a matar. Pero todo el público opina lo contrario. El único equivocado es el torero. La plaza entera grita:

-- ¡ No, no, no!

Hasta que instantes después, como si el torero fuera ciego o estuviera mirando a las musarañas y no al toro que lo puede matar en el encuentro al perderle la cara, el mismo público del "¡no!" le dice al unísono de miles de voces:

-- ¡Ahoooooora!

Es como si Ainhoa Arteta estuviera en la interpretación del aria de una ópera y empezara cantar no cuando se lo indicase la batuta del director, sino cuando el público dijera:

-- ¡Ahooooooora!

Extrema crueldad esta crítica instantánea y supuesta sabiduría en los toros de un público que calla en el tenis y no le dice a Álex Corretja cuándo tiene que subir a la red, o que calla en la ópera y hace lo que debe: limitarse a oír y gozar la armonía perfecta de la voz de ese encanto de señora que es Ainhoa Arteta.

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