A veces fallan y se atascan los
vasos comunicantes de las Bellas Artes. No conozco a ningún
torero al que le guste la Ópera. Y en cambio he podido
comprobar que a Ainhoa Arteta le encantan los toros. Y que sabe
de toros. Por algo la soprano vasca naci� en tierra de buena
afición, como Tolosa, a cuya plaza acude con un interés por la
Fiesta que ya quisiéramos que la tuvieran por la ópera los
toreros. Por lo menos El Fandi, que sería el más llamado,
porque pone las banderillas al violín. Total, del violín a la
orquesta y a la ópera hay sólo un paso, que ojal� d� David
Fandila en algún recital del Festival de Música de su Granada
natal.
Ainhoa Arteta había sido
recibida como numeraria por la Real Academia de Bellas Artes de
Cádiz, en reconocimiento a sus méritos y su aportación a la
Música. Tras contemplar un espectáculo de las Bellas Artes de
la Naturaleza como esa puesta de sol en la Caleta que subyugaba
a Manuel de Falla, nos reuni� en una cenita simpática en la
que, estando cerca de la Ruta del Toro, salt� a la
conversación la Fiesta
Nacional. Hablábamos de la crueldad de
los públicos, y citaron aquello que le preguntaron a Curro
Romero una vez:
-- ¿Qu� público prefieres,
el de Madrid o el de Sevilla?
-- Hombre, preferir, preferir,
lo que se dice preferir, yo, el del tenis, que es más
calladito.
Hablaron del feroz Tendido 7 de
Madrid, pero Isabel Cobo, amiga común, le record� a Ainhoa la
mayor dureza: la absoluta indiferencia del público de la
Maestranza de Sevilla de la que se ha quejado El Juli. Eso de
que un hombre se juegue la vida delante un toro y tras darle
muerte, el público muestre una absoluta indiferencia. No le
aplaude, ni le silba. Lo ignora. Los célebres "silencios
de la Maestranza" son a veces los de la crueldad. Se lo
ilustr� a Ainhoa:
-- T� imagínate que estás
cantando en el Metropolitan Opera House. Termina la ópera, se
echa el telón y all� no suena ni una palma ni un silbido, ni
un aplauso ni un pateo, ni un "¡bravo!" ni un
abucheo. Nada. Silencio absoluto. Total indiferencia. El
público se levanta tranquilamente y se ponen a hablar unos con
otros de sus cosas, o a darse recados: "Oye, llámame
mañana para hablar de ese negocio..."
Público tan cruel no lo hay en
ningún espectáculo. Es el martirio chino que sufren los
toreros y del que dicen luego las crónicas, sin reflejar la
extrema dureza: "Silencio en ambos". ¡Pero qu�
silencio! O qu� voces de mando al matador mientras se est�
jugando la vida... En el publico de la ópera, por muy entendido
que sea, nadie se atreve a corregir al cantante. Nadie le grita
a Montserrat Caball� en la Ópera de Viena:
-- ¡Medio tono más alto!
A los toreros, en cambio, el
público le dice lo que tienen que hacer en cada momento:
-- ¡La muleta a la izquierda!
¡Sácalo de ah�!
Y si no se ponen donde el
público dice y no coloca la muleta como le exigen, surge al
instante la voz:
-- ¡Pico, pico!
Eso es como si a Plácido
Domingo le dijeran en la Ópera de Washington:
-- ¡Falsete, falsete!
El público de la ópera, por
muy entendido que sea, reconoce que quien sabe de verdad de
aquello es el cantante. El público de los toros, en cambio,
cree que de las veinte mil personas que hay en la plaza, el
único que no tiene ni idea es el torero. Es lo que más
sorprende a Ainhoa Arteta. Se queda impresionada cuando va a los
toros en Tolosa y llega la llamada hora de la verdad. El torero
coge muleta y estoque, cuadra al toro y se dispone a entrar a
matar. Pero todo el público opina lo contrario. El único
equivocado es el torero. La plaza entera grita:
-- � No, no, no!
Hasta que instantes después,
como si el torero fuera ciego o estuviera mirando a las
musarañas y no al toro que lo puede matar en el encuentro al
perderle la cara, el mismo público del "¡no!" le
dice al unísono de miles de voces:
-- ¡Ahoooooora!
Es como si Ainhoa Arteta
estuviera en la interpretación del aria de una ópera y
empezara cantar no cuando se lo indicase la batuta del director,
sino cuando el público dijera:
-- ¡Ahooooooora!
Extrema crueldad esta crítica
instantánea y supuesta sabiduría en los toros de un público
que calla en el tenis y no le dice a Álex Corretja cuándo
tiene que subir a la red, o que calla en la ópera y hace lo que
debe: limitarse a oír y gozar la armonía perfecta de la voz de
ese encanto de señora que es Ainhoa Arteta.
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