En
la cena del convite de aquella boda, Cristina se dio cuenta de
que estaban hablando de ella y de lo que llevaba puesto. Peg�
el oído. Oy� que hablaban de su vestido. Pudo escuchar cómo
comentaban:
-- Yo creo que es de Antonio
Ardón...
-- No, me parece de Tony
Benítez...
Y Cristina, para sus adentros,
llena de satisfacción, pens�:
-- ¡Pues si supieran que es
del mercadillo!
El vestido, en efecto, no era
de Antonio Ardón ni de Tony Benítez, sino de otro Antonio. De
un Antonio que se llamar� de apellido Ortega o Vargas. Un
Antonio de raza gitana, vendedor ambulante, con muchísima vista
comercial, que por los mercadillos lleva en su furgoneta restos
de colecciones a precios increíbles. Cristina, como tantas
señoras, es virtuosa de los mercadillos. Su defensora. Cuando
sus amigas con tienda le hacen la crítica despiadada a su
afición por los mercadillos, diciendo que es cómplice de la
competencia desleal y que van a acabar con el comercio
tradicional que paga sus impuestos, Cristina defiende a los
vendedores ambulantes. Lleva muchas horas de charlita con ellos:
en Marbella, en Jerez, en Sanlúcar, en Sevilla, en Córdoba. En
media España de mercadillo semanal. Cristina sabe que los
vendedores ambulantes de los mercadillos pagan su licencia
fiscal, su IRPF y sus impuestos municipales; y que, agrupados en
sus asociaciones profesionales y patronales, son completamente
legales. En absoluto "sin papeles". ¡Pues anda que no
necesit� papeles ni nada Antonio el Gitano, su proveedor, para
poder vender esas gangas que en las bodas pasan por modelos de
firma!
Cristina sabe que un buen sitio
en un mercadillo no es algo que se consiga de la noche a la
mañana. Hace falta media vida de honradez y de asistencia en
los días rituales de mercado en las ciudades y pueblos del
itinerario en cada comarca. Tener un buen sitio en el mercadillo
de Benidorm o en el de Málaga es como conseguir un local de
esquina en la milla de oro del barrio de Salamanca o en la
Diagonal. Y eso que Cristina no suele viajar a Galicia, donde el
mercado semanal es una vieja tradición tan actualizada y puesta
al día que los ambulantes hasta aceptan tarjetas de crédito,
que pasan por lectores electrónicos conectados por
radiofrecuencia a las centrales de pago. El día que Cristina
pueda pagar con tarjeta de crédito en sus mercadillos andaluces
ser� ya su paraíso.
Me tiene explicado que todo es
cuestión de vista, paciencia y gusto:
-- Mira, en los mercadillos te
pasa como en las grandes superficies. T� vas a la sección,
¿qu� digo yo?, de lámparas de un hipermercado y te encuentras
un verdadero museo de los horrores. Es a primera vista. La gente
va a estos sitios con prisa, y hay que tener mucha paciencia. En
esa sección de lámparas del hipermercado, si le echas tiempo y
tienes paciencia, seguro que te acabas encontrando con unas
pantallas monísimas que te hacen juego con la cretona de los
sillones de la salita, y además, baratísimas. Con los
mercadillos ocurre lo mismo. Hay que echarle tiempo. Aguantar
empujones, frío en el invierno y el solazo en el verano. Y
despreciar lo que vocean los vendedores por tres euros o por
seis euros, ese redondeo de las piezas que más compra la gente,
y que suelen ser un auténtico espanto, de un mal gusto
increíble. Pero si le echas tiempo, y te pateas sin prisas
todos los puestos, uno por uno, a conciencia, mostrador por
mostrador, seguro que te encuentras unos bolsos de tapicería
ideales, a siete euros, y unas alpargatas preciosas que, vamos,
no es que sean de Castañer, pero dan el pego, por nueve euros.
Yo he comprado en el mercadillo unas fundas de sofás
baratísimas y estupendas, que las vieron las amigas y me
preguntaron si las había comprado en Londres.
-- ¿Y qu� les dijiste,
Cristina?
-- Hombre, pues que s�, que
las había comprado en Londres... ¿Para qu� les iba a quitar
la ilusión? Es como eso del vestido de la boda del otro día
que te he contado. Cuando o� que lo comentaban, como Antonio
Ardón me cae tan bien, me volv� y con toda naturalidad les
dije:
-- S�, es de Antonio Ardón,
tenéis que ir a su tienda de Cádiz, no veas qu� cosas tan
ideales tiene...
De esta semana no pasa que eche
la mañana entera en el mercadillo de Marbella. Me parece que es
los sábados, pero ya me enterar� cuándo es. Me lo voy a
patear a conciencia. Algo con gusto y tirado de barato
encontrar�. No quiero privarme del gustazo de Cristina. Que una
señora me comente en una cena la camisa de verano tan
simpática que llevo, y piense para mis adentros:
-- ¡Pues si supieras que es
del mercadillo...!