En
las playas de moda por la calidad de su elegancia o por la
cantidad de su popularidad masificada lo que más me gusta son
las agencias de la propiedad inmobiliaria. Antes, para conocer
bien una población, cuando veraneabas en ella, te recomendaban
que a primera hora de la mañana fueras a la plaza de abastos.
Aseguraban los expertos en sociología parda que en el mercado
podías saber perfectamente el nivel de vida del pueblo, las
costumbres locales, los gustos. Siguiendo ese consejo he
visitado el mercado de San Sebastián, y me ha maravillado que
hubiera casi más puestos de flores que de verdura, lo que
indica el nivel de refinamiento de una ciudad. He visitado el
mercado de Cádiz, donde los puestos de pescado huelen de bien
como una perfumería natural del Atlántico. He visitado
mercados de Portugal, de Inglaterra, de México. Aún recuerdo
ese mercado veneciano, entre columnas clásicas, a la orilla del
Gran Canal que te hace lamentar que el literario Mercader de la
Serenísima no se dedicara a la venta al por menos de pescado de
la laguna véneta en tan histórica plaza de abastos.
Harto de visitar mercados y
como ahora son mayormente las uniformes y globalizadas grandes
superficies comerciales, que en todo el mundo son iguales, para
la radiografía sociológica de urgencia de una población
prefiero recorrer los escaparates de sus agencias de la
propiedad inmobiliaria. Que no s� por qu� las llaman as�, o
en inglés, eso que suena a Estado norteamericano pasado por la
Monarquía: "Real Estate". En realidad son butics de
pisos, de apartamentos y de chalés, desde que ha entrado esta
moda de que todas tengan en el escaparate las fotografías de
los bienes inmuebles que venden o alquilan. Están tan bien
fotografiados esos dúplex, tan de película son esos
apartamentos, tan bien amueblados todos, tan elegantes, con esas
tapicerías tan apetecibles y esas alfombras tan orientales, que
te dan ganas de comprarlos todos. Toda vivienda de segunda mano
parece a estrenar; todo chal� machacado de los años 70 parece
casoplón recién decorado por cualquiera de los dos divinos
Jaimes, Jaime Parlad� o Jaime Fierro, de lo favorecidas que
salen todas las propiedades que las agencias inmobiliarias ponen
en las fotos de sus escaparates.
Vengo observando que hay muchos
que siguen mi costumbre de conocer las ciudades por estas
"tiendas de los pisos retratados", como o� una vez
que las llamaba una andaluza con mucha gracia:
-- ¿Y dónde ha encontrado tu
hija ese piso tan bueno y tan barato que me cuentas que se ha
comprado?
-- Ay, hija, ¿dónde va a ser?
En una tienda de pisos retratados. ¡S�, de esas que tienen los
retratos de los pisos puestos en el escaparate!
He estado este verano por
muchas playas de moda o clásicas, y en todas he visto que la
gente se para ante estos escaparates no para comprar nada, sino
para darle al ojo y gozarse de la prosperidad ajena. He visto a
modestos jubilados tipo viaje invernal del Imserso extasiados
ante estos escaparates de exclusivas agencias en Marbella, de
las que venden villas casi romanas en la Milla de Oro y
palacetes para príncipes árabes en la carretera de Banahavis.
Miraban las fotos como quien contempla un Goya en un museo:
-- ¡Mira, mira, Pepi! Este
chal� lo venden por tres millones...
--- Pues me parece
baratísimo...
-- ¡Pero sin son millones de
euros, Pepi, de euros...!
-- ¿Y eso cuánto es en
pesetas?
-- Lo mismo que en euros: una
barbaridad...
Los contempladores de
casoplones y pisazos se admiran de aquellas fotos sin el menor
resentimiento. Quiz� sean votantes de partidos de izquierda que
piensan aún que el cortijo grande de su pueblo debe ser
expropiado y repartido. Pero aceptan sin el menor afán
reivindicativo ni revisionista el derecho de la propiedad estos
latifundios de las segundas residencias con 10.000 o 20.000 mil
metros cuadros de parcela y 600 o 700 metros cuadrados
construidos. Todos quedamos encantados ante "las tiendas de
los pisos retratados". Por muy astronómicos e
inalcanzables que sean los precios. Nadie cae en la más
profunda de las depresiones al comprobar que por menos de 25
millones de pesetas no te compras hoy en ninguna playa ni un
cuchitril con cocina americana al que llaman
"estudio". El prestigio que antes daba la posesión de
la tierra agrícola, cuyo derecho de propiedad nadie ponía en
duda, es el que ahora otorga la posesión del ladrillo urbano,
que nadie cuestiona. No me extraña que la lucha política haya
pasado de la reforma agraria a la recalificaciones
urbanísticas.