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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3081 - 28 de agosto del 2003                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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En las playas de moda por la calidad de su elegancia o por la cantidad de su popularidad masificada lo que más me gusta son las agencias de la propiedad inmobiliaria. Antes, para conocer bien una población, cuando veraneabas en ella, te recomendaban que a primera hora de la mañana fueras a la plaza de abastos. Aseguraban los expertos en sociología parda que en el mercado podías saber perfectamente el nivel de vida del pueblo, las costumbres locales, los gustos. Siguiendo ese consejo he visitado el mercado de San Sebastián, y me ha maravillado que hubiera casi más puestos de flores que de verdura, lo que indica el nivel de refinamiento de una ciudad. He visitado el mercado de Cádiz, donde los puestos de pescado huelen de bien como una perfumería natural del Atlántico. He visitado mercados de Portugal, de Inglaterra, de México. Aún recuerdo ese mercado veneciano, entre columnas clásicas, a la orilla del Gran Canal que te hace lamentar que el literario Mercader de la Serenísima no se dedicara a la venta al por menos de pescado de la laguna véneta en tan histórica plaza de abastos.

Harto de visitar mercados y como ahora son mayormente las uniformes y globalizadas grandes superficies comerciales, que en todo el mundo son iguales, para la radiografía sociológica de urgencia de una población prefiero recorrer los escaparates de sus agencias de la propiedad inmobiliaria. Que no sé por qué las llaman así, o en inglés, eso que suena a Estado norteamericano pasado por la Monarquía: "Real Estate". En realidad son butics de pisos, de apartamentos y de chalés, desde que ha entrado esta moda de que todas tengan en el escaparate las fotografías de los bienes inmuebles que venden o alquilan. Están tan bien fotografiados esos dúplex, tan de película son esos apartamentos, tan bien amueblados todos, tan elegantes, con esas tapicerías tan apetecibles y esas alfombras tan orientales, que te dan ganas de comprarlos todos. Toda vivienda de segunda mano parece a estrenar; todo chalé machacado de los años 70 parece casoplón recién decorado por cualquiera de los dos divinos Jaimes, Jaime Parladé o Jaime Fierro, de lo favorecidas que salen todas las propiedades que las agencias inmobiliarias ponen en las fotos de sus escaparates.

Vengo observando que hay muchos que siguen mi costumbre de conocer las ciudades por estas "tiendas de los pisos retratados", como oí una vez que las llamaba una andaluza con mucha gracia:

-- ¿Y dónde ha encontrado tu hija ese piso tan bueno y tan barato que me cuentas que se ha comprado?

-- Ay, hija, ¿dónde va a ser? En una tienda de pisos retratados. ¡Sí, de esas que tienen los retratos de los pisos puestos en el escaparate!

He estado este verano por muchas playas de moda o clásicas, y en todas he visto que la gente se para ante estos escaparates no para comprar nada, sino para darle al ojo y gozarse de la prosperidad ajena. He visto a modestos jubilados tipo viaje invernal del Imserso extasiados ante estos escaparates de exclusivas agencias en Marbella, de las que venden villas casi romanas en la Milla de Oro y palacetes para príncipes árabes en la carretera de Banahavis. Miraban las fotos como quien contempla un Goya en un museo:

-- ¡Mira, mira, Pepi! Este chalé lo venden por tres millones...

--- Pues me parece baratísimo...

-- ¡Pero sin son millones de euros, Pepi, de euros...!

-- ¿Y eso cuánto es en pesetas?

-- Lo mismo que en euros: una barbaridad...

Los contempladores de casoplones y pisazos se admiran de aquellas fotos sin el menor resentimiento. Quizá sean votantes de partidos de izquierda que piensan aún que el cortijo grande de su pueblo debe ser expropiado y repartido. Pero aceptan sin el menor afán reivindicativo ni revisionista el derecho de la propiedad estos latifundios de las segundas residencias con 10.000 o 20.000 mil metros cuadros de parcela y 600 o 700 metros cuadrados construidos. Todos quedamos encantados ante "las tiendas de los pisos retratados". Por muy astronómicos e inalcanzables que sean los precios. Nadie cae en la más profunda de las depresiones al comprobar que por menos de 25 millones de pesetas no te compras hoy en ninguna playa ni un cuchitril con cocina americana al que llaman "estudio". El prestigio que antes daba la posesión de la tierra agrícola, cuyo derecho de propiedad nadie ponía en duda, es el que ahora otorga la posesión del ladrillo urbano, que nadie cuestiona. No me extraña que la lucha política haya pasado de la reforma agraria a la recalificaciones urbanísticas.

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