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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3082 - 4 de septiembre del 2003                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Como Herodoto dijo que "guerra es el tiempo en que los padres entierran a los hijos", el veraneo es el tiempo en que ves a una señora con la "poatrine" fuera o a un señor en pelota picada y te parece lo más normal del mundo, mientras que te encuentras a alguien con traje y corbata y te parece un extraterrestre. Me ha ocurrido en Marbella. Estábamos en una cena de tiros largos en el restaurante más caro y más de moda. Todos en mangas de camisa. De manga larga, eso sí. Hemos adaptado a la española la etiqueta tropical de las Antillas. Allá donde la guayabera es prenda habitual a causa del clima, hacen una distinción clarísima entre el trapillo y la gala: la longitud de la manga de la prenda liviana a la que aquí muchos llaman "cubana", que antes usaba todo el mundo en verano y que ya apenas es el uniforme de trabajo de los mozos de espadas de los toreros. Por Cuba, Puerto Rico y la República Dominicana, una guayabera de manga corta es atuendo "casual", como dicen sin traducir la voz inglesa de los norteamericanos. Lo "casual" da la casualidad que es lo de trapillo, de cualquier manera. Una guayabera de manga corta es "casual", para ir vestido informalmente. En cambio con esa misma guayabera, si tiene manga larga, estás perfectamente de etiqueta, listo para que te reciba el presidente de la República o para que la Academia Sueca te entregue el Nobel de Literatura, en caso de que te llames Gabriel García Márquez y acudas a recibir el premio con tu blusón nacional, el "liqui liqui".

Así que, muy de manga larga pero completamente en mangas de camisa, estábamos en la cena de La Meridiana de Marbella y alguien exclamó de pronto, como si contemplara una aparición prodigiosa:

-- ¡Mira, un señor con chaqueta y corbata!

Alguien dijo:

-- ¡Qué antigüedad!

Otro añadió, con sorna:

-- ¡Qué provocación!

Hasta que un tercero presentó como un pliego de descargo para el pobre señor insólito de la chaqueta y la corbata en

plena noche marbellí:

-- Es que ahí al lado en un salón están celebrando una boda y, claro, vienen vestidos de boda.

Ni alguien que hubiera aparecido vestido de uniforme de húsar de la Princesa, o de hábito talar de caballero de la Orden de Malta, o con toga de magistrado del Supremo hubiera causado en La Meridiana de Marbella tanto escándalo como aquel señor normal del traje oscuro, la camisa blanca y la corbata. Aproximadamente causaba la misma extrañeza que si en el cortejo de la procesión del Corpus de Toledo se presenta de pronto un señor con pantalones cortos, polo y zapatillas de deporte. Todo se andará. Horas después de aquella cena, Justo Sánchez, el director residente del Hotel Don Pepe, me enseñaba las nuevas suites que han hecho en la planta octava del reformado hotel, en las que pueden correr caballos. Pero no caballos sueltos, sino caballos a la calesera de un coche de Fermín Bohórquez, Miguel Gallego o Rocío de la Cámara, y enganchados a la larga. Sobre una consola de la suite a la medida del séquito de los príncipes árabes o de los misteriosos millonarios rusos de la Costa del Sol, un folleto explicaba en dibujos el atuendo requerido para deambular por el hotel. Explicaba que al comedor de desayunos se puede ir de pantalón corto y camisa, mientras que para la cena se requiere la máxima etiqueta de la Costa: ¡pantalón largo y camisa! Y en el mismo folleto venía una serie de dibujos que explicaban la evolución de la etiqueta en el hotel. En 1967 se exigía para entrar al comedor que los clientes fueran como el despistado invitado a la boda de La Meridiana: con chaqueta y corbata. Era el Don Pepe entonces como Zalacaín o Jockey ahora, de los sitios donde un educadísimo metre te ofrece una corbata de la casa si vas despechugado. Pero aquello, según los dibujos del folleto diacrónico, duró poco tiempo. En 1973 se podía ya cenar sin corbata, aunque con chaqueta. Chaqueta que se suprimió en la década siguiente, para llegar a la actual etiqueta veraniega de la simple camisa de manga larga. Y en ese folleto explicativo de la suite venía al final el dibujo de como una adivinación del futuro: un señor con vaqueros, camiseta y zapatos deportivo, bajo el que un letrero decía en inglés: "Así todavía no". Pero todo se andará. Llegará y pronto, el día en que estemos cenando en La Meridiana. todos en pantalón corto y en chancletas, y se alcen las voces de sorpresa y escándalo:

-- ¡Mira, un tío con pantalón largo y camisa con cuello!

Alguien dirá en su descargo:

-- Comprende que el pobre señor viene invitado a la cena de una boda...

 

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