Cuando
había servicio y no asistentas por horas, una amiga despidi� a
la tata interna porque cuando acababa de servir cada plato en la
mesa, la pobre, ceremoniosa y con la mejor de sus intenciones,
decía lo más refinado que había aprendido en el pueblo:
-- ¡Que aproveche!
En sus esquemas de educación,
a mi amiga aquello la sacaba de quicio. Aguant� días y días
el "que aproveche", hasta que en un almuerzo ya no
pudo más, y respondi�, muy enfadada:
-- Mire usted: en esta casa no
tiene que aprovechar nada la comida. ¡Ni que estuviéramos en
un tren y nos ofreciera usted lo que ha sacado de la talega!
Y le pag� la cuenta y la puso
en la calle.
Lo siento por mi amiga, que
viaja mucho a París y a Milán, porque pronto, en los aviones
de Iberia, se hartar� de oír su odiado "que
aproveche", en una resurrección del viejo ceremonial de
cortesías cuando en los trenes llegaba la hora de comer. Antes
del vagón-cafetería y del "catering" del Ave, los
trenes eran una maravilla de comunicación humana. En el
departamento, a la hora del almuerzo, se organizaba como un
"picnic". Cada cual sacaba su talega, su caja de
zapatos, su cartera, y casi siempre navaja en mano se disponía
a dar cuenta del sabroso viático. Quién sacaba una tortilla de
cebolla; quién un chorizo. En aquellos camarotes de los
Hermanos Marx no faltaba el par de huevos duros y a veces
alguien privilegiado sacaba, oh, maravilla, los ansiados filetes
empanados. Antes del Concilio Vaticano II, en aquel departamento
del lentísimo ferrocarril de vapor había ya como una
comunicación cristiana de bienes... de comer. El de la tortilla
nos decía, mostrándonosla:
-- ¿Usted gusta?
-- No, muchas gracias, que
aproveche...
-- Ande usted, pruébela, que
la ha hecho mi mujer, que es la que mejor hace las tortillas de
cebolla del mundo.
Y con la navaja te cortaba un
triángulo de tortilla, que te tomabas antes de que en aquel
revoltijo de talegas tuvieras que probar el chorizo con pan
candeal de pueblo, o no pudieras rechazar un huevo duro o
incluso te tocaba en suerte... ¡un filete empanado! Y todo como
en un Versalles de pueblo, racialmente refinadísimo:
"¿usted gusta?" para arriba y "que
aproveche" para abajo.
Gracias a Iberia volverán
aquellos ritos. Como en el avión no darán de comer, nos
llevaremos el almuerzo de casa. Y aunque a mi amiga le repatee
el hígado el "que aproveche", estaremos encantados
con el "¿usted gusta?" con que el vecino de asiento
nos ofrecer� lo que saque del maletín, trasunto de la
hispánica talega de los abuelos, cuando sean las 2 de la tarde
y el avión sobrevuele el espacio aéreo de Francia. Para
rebajar costos, Iberia no nos dar� de comer en los vuelos
europeos. El que quiera la comida, que se la pague, aparte del
precio del billete. Es decir, que ahora es cuando de verdad
vamos a comer a bordo. Porque tomar el "catering" de
los aviones no es comer. Es estarse preguntando qu� ser�
aquello como de plástico presuntamente al chilindrón, en aquel
cuenquito de porcelana sintética. Si espantosa es la comida,
más su presentación, con esos vasos y cubiertos de plástico y
las misteriosas bolsas de aditivos, que siempre acabas echando
azúcar en vez de sal a lo-que-sea-aquello al chilindrón. O
donde terminas echándole al caf� la toallita perfumada para
las manos, creyéndote que era el azúcar.
Como el pasaje est�
preocupadísimo con saber qu� demonios es aquello en salsa,
cuando sirven la comida a bordo de un avión se hace la mayor de
las incomunicaciones. Si el vecino de asiento no nos dirige la
palabra ni para disculparse cuando nos pisa al colocar su
cartera en el compartimento superior, con la comida por delante
est� como ausente. Por eso celebro la medida de Iberia por lo
que tiene de fomento de la comunicación y el intercambio de
sentimientos en ese mundo de solitarios silenciosos que son los
aviones. Como no darán de comer en los vuelos europeos,
llegar� la hora del almuerzo y cada pasajeros sacar� lo que
trae de casa. Y saldr� nuestra mejor tradición, tan humana,
del viejo ferrocarril:
-- ¿Usted gusta un poquito de
caña de lomo?
-- No, muchas gracias, que
aproveche...
-- Ande usted, pruebe un
poquito, que donde est� una buena caña de lomo, que se quite
el pata negra...
Ser� maravilloso volver a
comprobar que en los aviones viajan seres humanos, que no sólo
te hablan, sino que comparten contigo su comida, te dicen
adónde van y para qu�, te cuentan su vida y acaban
enseñándote las fotos de los niños que llevan en la cartera.
As� que, señores de Iberia: ¡que nos aproveche a todos!