Hay
palabras de nuestra hermosa lengua castellana que parece que
fueron creadas para que María Dolores Pradera las cantara.
Cuando los gaditanos llaman "piriñaca" a su
picadillo, parece que están pidiendo que la gran señora
virreinal de la canción venga a cantarla. Como quizás el
juglar Simón Díaz, el querido Tío Simón de los venezolanos,
estaba pensando en la Pradera cuando escribi� la belleza de
aquellos versos: "El carutal reverdece y guamachito florece
y la soga se revienta". S�, los versos de "Caballo
viejo", la canción que Julio Iglesias universaliz�
añadiéndole el "Bamboleo" de Los Gipsy King. A
carutal reverdecido y a guamachito florecido hay que considerar
la inmensa suerte que tuvo el viejo caballo venezolano de Simón
Díaz. Como estaba viejo y cansado, le dieron sabana: le
ofrecieron las llanuras del ancho mundo, donde pudo encontrar a
una potra alazana que le desgran� el pecho, cuando el amor
lleg� as�, de esa manera... Si el caballo viejo hubiera sido
galgo viejo y hubiese estado en España no habría habido sabana
que valiese: lo hubieran ahorcado en un olivo. Tal como suena:
ahorcado, con una cuerda al cuello, cruelmente. Horrible.
He vuelto a ver esas escenas y
a escuchar esa historia horrible de los galgos españoles. Una
señora protectora de estos perros cazadores y corredores
explicaba esa crueldad y hacía un llamamiento para su
adopción. Que existan esas asociaciones dice mucho de la
civilización de una sociedad. Las sociedades que cuidan y
protegen a los animales domésticos nos hacen mejores como
ciudadanos. Siempre los admiramos en los ingleses. Los ingleses,
civilizados, pacíficos, donde contemporáneamente no habían
tenido golpes de Estado ni crueles guerras civiles, tienen
multitud de sociedades protectoras de animales. Y eso que all�
quiz� haga menos falta que en España. No tengo noticias de que
en el Reino Unido ahorquen a los perros de caza cuando estén
viejos para correr en esas rehalas de los grabados que todos
hemos visto enmarcados en el cuarto de invitados de una casa
elegante. Pero en España ahorcan a los galgos viejos. Los
galgos, preciosos animales. Con todo el prestigio literario.
Cervantes, que amaba a los perros y que escribi� con ellos el
diálogo de Cipión y Berganza, nos dice que Don Quijote tenía
un galgo corredor. Y no hay noticia de que el Ingenioso Hidalgo,
como ahora hacen, lo ahorcara cuando ya no podía correr.
A los nobles, estilizados,
elegantes galgos les sacan el dinero en los canódromos, donde
hacen de caballos pura sangre para la codicia de las apuestas.
Los esbeltos, pictóricos galgos corren tras las liebres en los
campeonatos o en los amaneceres de caza, cuando las escopetas
hacen un descaste por los montes de la alborada. Su velocidad
venatoria est� reconocida por los modismos de nuestra lengua:
"Echale un galgo", "Corre más que un
galgo"... Hasta que los pobres, viejos, cansados, como el
verso de Simón Díaz, dejan de correr. Aqu� se acaba la
historia del refranero, de los modismos, de los dichos
populares. Ni galgos ni podencos: no hay discusión, la horca.
Como no son podencos, sino galgos, y ya no pueden dar dinero en
los canódromos, medallas de plata en los campeonatos de caza de
liebres con perro o piezas cobradas en las batidas de los cotos,
los ahorcan. Hay que tener muy mala sangre para coger a un pobre
galgo, ponerle una soga al cuello, colgarlo de un árbol y
dejarlo all�, muerto, para que se lo coman las alimañas. Quien
tal hace, ¿cómo podr� resistir la mirada del pobre galgo
cuando le est� poniendo la soga al cuello?
Podrían ponerles una
inyección letal, como misericordemente se hace con tantos
animales domésticos que sufren enfermedades incurables. Aunque
también eso es terrible. A los que estamos contra toda forma de
pena de muerte, aunque la llamen aborto, nos repugna
íntimamente también la idea de la eutanasia, hasta con
animales. ¿Quién podr� resistir la triste mirada de un perro
cuando le estén poniendo la inyección que le dar� la muerte?
Aunque más refinado, es lo mismo que aquella terrible
"bolilla" de carne envenenada que les daban a los
perros vagabundos cuando los cogían los laceros municipales.
Por eso quiero hacer el elogio
de estas asociaciones
españolas que se dedican a rescatar a los
galgos viejos de la muerte cierta y a
colocarlos como
animales
de compañía, en nuestra nación o fuera de ella. Salvar a un
galgo del árbol del ahorcado es una forma de proclamar la vida.
De todas las vidas. Es una forma de estar contra la pena de
muerte. De todas las penas de muerte. Con mi homenaje a esas
asociaciones, mi llamamiento para que quienes buscan un perro
para los niños adopten un galgo sentenciado a muerte. Lo
escribo con alegría en este papel, que lo miro al trasluz y
tiene verjurada la hermosa silueta, llena de vida, de un galgo.
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