E
Ya vienen los Reyes Magos. Y
Papá Noel. Y, con ellos, los regalos de estas fiestas. A las
que me gusta llamar por su nombre de siempre, Pascuas de Navidad
y Reyes, y no con el plural americanizante de
"Navidades", que me suena a Frank Sinatra. Los Reyes y
Santa Claus están ya encima y no sé qué chisme electrónico
complicadísimo, qué nueva modalidad de la consola de
videojuegos, qué muñeca automatizada será el juguete de moda
que hará furor. Cada año es uno distinto. Siempre precisamente
el que sorprende por su éxito de ventas a comerciantes y
distribuidores, de modo que se agota. Por experiencia de padres
sabemos que los niños piden justo el juguete anunciado por TV
que se ha agotado en todas las tiendas, de éxito que ha tenido,
y no hay forma de hallarlo.
Para que no se quiebren la
cabeza buscando el juguete de moda que manda la televisión y
que nunca encontrarán si no lo han reservado y se han puesto en
lista de espera, les recomiendo algo que es menester fomentar:
la vuelta a los juguetes tradicionales, a los juegos infantiles
de toda la vida y de todas las culturas. Con tanta consola,
tantas horas ante el televisor, tanto mecanismo, tanto
ordenador, estamos criando una infancia sin la menor capacidad
imaginativa propia, a la que hay que darle hecha hasta la
fantasía que es ese ancho mundo en que siempre ha jugado la
creatividad de los niños.
Hay maestros y catedráticos de
Pedagogía, antropólogos y etnógrafos que realizan meritorias
campañas de divulgación y promoción de estos juegos
infantiles tradicionales, de los juguetes populares de siempre.
En muchos casos, hacen arqueología. Historia. Tienen que ir a
los más viejos antiguos niños de cada lugar para que les
describan cómo se jugaba al fútbol con latillas de los tapones
de cerveza; cómo a las canicas o bolas; a las prendas, al juego
de los nombres de las películas. Cómo se saltaba a la comba,
se jugaba a las cuatro esquinas, al trompo o peonza, al pinto,
pinto, gorgorito, al pollito inglés, al recotín, recotán, a
la rayuela. A las niñas, si se les habla del corro, creerán
quizá que es el corro de las eléctricas en la Bolsa de Madrid,
porque desconocen todo ese ciclo de juegos, con aquellas
preciosas canciones, como la de Teresa la Marquesa:
Teresa, la marquesa,
tipití, tipitesa,
tenía un monaguillo,
titipití, tipitillo,
un cura y sacristán,
tipití, tipitán...
O la del juego de los cordones,
tan hermosa:
Los cordones que tú me
dabas,
ni eran de seda, ni eran de
lana...
¿Y dónde me dejan la pícara
canción de rueda del ruidito, tan inquietante como poética ?
¿Qué será este ruidito
que anda por ahí
que de día ni de noche
me deja dormir?
Pues somos los ladrones
que venimos a robar
a casa la Tía Juana
que dicen que aquí está.
Tía Juana no está aquí
que está en el jardín
regando las flores de mayo y
abril.
Al pasar la barca el
barquero ya no le dice nada a las niñas obsesionadas con Barbie,
razón por la cual ninguna es la reina de los mares, en los que,
cú, cú, ya no canta la rana. Mambrú se ha hecho pacifista y
no va a la guerra, ni a mi burra, mi burra le duele la cabeza,
ni está el Señor Don Gato sentadito en su tejado, marramamiau,
ni Don Melitón tiene tres gatos ni los hace bailar en un plato,
ni el patio de mi casa es muy particular, y ninguna nieta de las
abuelas que se saben de memoria estas canciones quiere ser ya
tan alta, ay, como la luna, para ver los soldados, ay, ay, de
Cataluña. Al pasar por el puente de Santa Clara de la sociedad
informática y globalizada, se nos cayó dentro del agua el
anillo del tesoro de los juegos infantiles de siempre. Al pasar
la barca nos dice el barquero que las niñas bonitas se gastan
su dinero en juguetes complicadísimos que han anulado la
capacidad infantil de imaginar, de soñar. Veo, veo, ¿qué ves?
Que poquísimos niños saben entretenerse con el escondite,
ahora todo es arriba y abajo del catálogo de juguetes, a la
media vuelta y el coche en la puerta: el coche teledirigido por
el circuito del Jarama del pasillo.
Por eso les propongo que si el
juguete de moda que buscan está agotado, vayan a los clásicos.
Fomenten algo tan humano y hermoso como la capacidad de
imaginación de un niño. Si se trata de un niño, regálenle un
trompo; si una niña, un diábolo. El problema puede venir
cuando les digan que dónde llevan las pilas esos juguetes. O
que no traen libro de instrucciones...
Sobre juegos infantiles, en El
RedCuadro: Elogio
del trompo El
trompo antequerano