Gracias a las
nuevas tecnologías cada día salvamos entre todos un bosque de los
países escandinavos. O dos. Porque cada día se usa menos papel
físico y real y más papel virtual de los archivos de los
ordenadores, que nos traen el periódico a la pantalla de Internet,
que nos echan las cartas por debajo de las puertas del programa de
correo digital o que archivan toneladas de documentos sin tener
que usar un solo folio. El milagro del cambio tecnológico es de
tal naturaleza, que estas palabras que est� usted leyendo mismo,
no han conocido más papel que éste que tiene usted entre las
manos, el papel del "¡HOLA!" de esta semana. Las escrib� en el
procesador de texto del ordenador y sobre la pantalla las correg�
y las pul�. Una vez terminado el texto, lo envi� por correo
electrónico como archivo adjunto a la redacción de la revista.
All� fue abierto ese correo (sin necesidad de abrecartas, sólo con
el Outlook o programa semejante de la galaxia de Bill Gates) y,
siempre sin tocar papel, mis palabras fueron volcadas en la
correspondiente página del sistema de edición digital de la
revista. Sin papel se hizo esta página y sin papel entr� a formar
parte del grueso de este número en el programa de edición, y sin
papel enviados todos los (digamos) moldes digitales de la página a
la imprenta. Sin cuartilleros, aquellos antiguos empleados de los
periódicos que llevaban los originales en papel de las redacciones
a los talleres, que traían las pruebas de imprenta. Entre recado
de escribir, papel para las galeradas de corrección, las
compruebas y las pruebas de página, gracias a la digitalización de
las publicaciones, sólo en este artículo hemos salvado por lo
menos una ramita hermosa de un árbol frondoso de los bosques de
Noruega, que no ha tenido que ser talado para hacer pasta de
celulosa y fabricar papel. El primer papel que ha conocido este
artículo es precisamente el que tiene usted entre las manos, el de
las bobinas de la rotativa en que fue impreso este número.
A nuestros ordenadores tenemos conectada la
impresora, pero cada vez la usamos menos, con toda esta maravilla
de los envíos a través de la red. Obsérvelo, si usa ordenador: ¿a
que cada vez tiene que alimentar más de tarde en tarde a esa
impresora que le manda a la pantalla el aviso de que se ha quedado
sin papel? Y nada digo de los teléfonos móviles. En estas pasadas
fiestas, ¿cuántas toneladas de papel de sobres y de cartulinas de
tarjetas de felicitación han ahorrado en todo el mundo esos
mensajes cortos SMS que hemos recibido de los amigos deseándonos
felices Pascuas y buen año nuevo 2004? Siguen llegando tarjetas de
felicitación, pero bastante menos que antes. Cada mensaje SMS ha
salvado, por lo menos, la hermosura de tres hojas llenas de vida
en los árboles de los bosques nórdicos.
Cuando estaba escribiendo lo que queda arriba,
he ido a la cocina a beber un vaso de agua y me he encontrado de
pronto con la más cercana realidad del papel, del cada vez menos
usado papel. En la encimera, solemnes, grandiosos, ofreciéndonos
sus impagables servicios, estaban los tres rollos de papel que,
contra los usos de la escritura, cada vez utilizamos más en la
vida cotidiana. En cada cocina, esos tres rollos hacen el papel de
protagonistas en la película de los trabajos y necesidades de la
casa. Me refiero al rollo de papel de cocina, el rollo de papel de
aluminio y el rollo de papel transparente. Evoquen por un momento
la cocina de la abuela o de la madre, llena de trapos sucísimos,
de papelotes de la plaza de abastos, de hojas de estraza de la
tienda de comestibles. Cuando no del papel de periódico en que el
pescadero envolvía las pescadillas en su puesto. Todo aquel
universo mugriento de los trapos y los papelotes ha sido
sustituido por la asepsia de los tres rollos mágicos, a los que no
se les han rendido el tributo que se merecen. ¿Habr� algo más útil
que un rollo de papel de cocina? Sirve para todo, para recoger el
agua que se derram�, para quitar las gotas de aceite que saltaron
desde la sartén, para limpiar sobre la marcha ese cristal sucio...
De su utilidad sabemos cuando se ha acabado el rollo de papel de
cocina y no hay uno de repuesto en la despensa. ¡Qu� penoso volver
a la bayeta! Y nada digo del argénteo papel de aluminio, esplendor
de las neveras, higiénico y estético, porque oculta a la vista la
desagradable visión de lo que sobr� en la cena de anoche y que,
envuelto en su metálico cobijo, parece más un regalo que una ropa
vieja. Y tampoco ha tenido el homenaje que se merece el tercer
rollo estelar, el del papel transparente, celofán interminable de
los mil usos del congelador, de la nevera y hasta de las
reparaciones domésticas. Ahorremos, pues, papel de escribir,
preservemos los bosques nórdicos, a fin de que nunca nos falte el
rollo de la cocina.