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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3106 - 12 de febrero del 2004                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Ea, ya está aquí febrero el loco. Como en su hoja de almanaque cae siempre el Carnaval, que es la transgresión y la subversión del orden establecido, por eso podemos decir "febrero el loco" sin que nos llamen políticamente incorrectos, anticonstitucionales y lo que suelen a quienes se atreven a cavilar por su cuenta, contra la corriente del pensamiento único, para lo cual es necesaria casi siempre una cierta dosis de valentía. Hablan de la Inquisición, pero me río yo del Santo Oficio ante las nuevas inquisiciones, que tienen montadas sus piras y le ponen la caperuza amarilla y poco menos que queman vivo a quien se atreva a proclamar no ya herejías, sino a veces simplemente principios éticos o morales. Que, tal como está la degradación colectiva de valores en que estamos cómodamente instalados, vienen a ser las nuevas herejías. Sea anatema todo el que no comulgue con las habituales ruedas de molino, y caiga sobre él todo el peso de la nueva Inquisición.

Como es Carnaval, podemos decir "febrero el loco" en vez de "febrero el enfermo mental". Fuera de este tiempo de transgresiones tú llamas "loco" a un enfermo mental y no quiero arrendarte las ganancias de la que te cae encima. Como si a quien tiene una desviación en su conducta sexual te atreves a decirle no un insulto, sino simplemente lo que ha recordado recientemente el Papa, cumpliendo con su obligación. Ah, la obligación... De obligaciones, las mínimas. De esfuerzos, ni los precisos. El bien y el mal han sido sustituidos por lo cómodo y lo incómodo. Lo que resulte comodón está bien, aunque sea moralmente reprobable, y lo que resulte incómodo y cueste trabajo está mal.

Si de verdad este tiempo de Carnaval es de subversión y transgresión, debería admitirse que al menos por unos días nos librásemos de la dictadura inquisitorial de lo políticamente correcto, como antaño las Carnestolendas servían para aparcar los preceptos de la autoridad civil o eclesiástica. En el Carnaval se borraba colectivamente la idea de pecado. Idea que ahora no existe. Estamos en un mundo sin fronteras, dicen. En efecto: de momento las fronteras entre el bien y el mal han sido borradas; las fronteras entre el buen gusto y el mal gusto, entre lo soez y lo refinado, lo moral y lo inmoral.

Si el Carnaval es que todo sea distinto al resto del año, ¿por qué ahora no ha de consistir la transgresión precisamente en volver a poner esas fronteras morales? Antes, por Carnaval, la gente se disfrazaba. Ya no hace falta. Ahora todo el año va la gente como disfrazada, con los pelos teñidos de amarillo o de color zanahoria, con zarcillos en las cejas y en los labios, las chavalas con esos pantalones largos, largos, largos que les arrastran como si fueran atuendos de máscaras. Si el Carnaval consiste en disfrazarse, su hija, señora, de momento tiene que quitarse esos pantalones y debe usted conseguir de una vez que le corten los bajos a su medida, cosa que hasta ahora no ha logrado. Y si estamos en Carnaval y se hace lo contrario del resto del año, ahora, ahora es cuando la profesora de sus hijos va a conseguir, por fin, que los muchachos vayan a clase sin toda esa ferretería de pendientes y anillos que ahora llevan en los lugares más increíbles, como máscaras.

Si el Carnaval es subversión de los valores establecidos, hora es que por Carnestolendas pueda usted hablar en lenguaje políticamente no correcto sin que le llamen facha, y defender sus valores morales o éticos sin que la Inquisición al uso se le eche encima. Ya que llega al Carnaval, hora es que al menos por unos días y como excepción transgresora de las nuevas normas dictatoriales, el bien vuelva a ser el bien y el mal, el mal; y que la medida de todas las cosas no sean el dinero y la comodidad. Como transgresión del desorden establecido como orden, en Carnaval los padres podrían exigir a los hijos que estuvieran a las 12 de la noche en casa, que ya está bien, y que no lleguen a las 7 de la mañana de la discoteca. Los profesores, como estamos en Carnaval, podrían castigar a los alumnos gamberros sin miedo a que la Asociación de Padres de Alumnos les lea la cartilla a ellos, por... ¿cómo se dice? Ah, sí, por autoritarios. Si el Carnaval es subversión del orden impuesto, no serán días de pecado y desenfreno, como antaño, sino días de ley, de moral, de ética, de todo lo que falta el resto del año. En Sevilla, durante el Carnaval, hay un hermoso y antiguo rito del culto catedralicio, que se repite cada año: los seises bailan ante el Santísimo en un triduo de desagravio, por cómo se ofende a Dios en estos días. Hombre, si es por desagraviar a Dios, los seises no sólo durante estos tres días, ¡es que tenían que estar bailando todos los días del año, y a todas horas! Y si cito el "todo el año es Carnaval" de Larra es para que también se beneficie de la transgresión, y vuelva a ser el mejor articulista español y no el autor del libro de pedida que Doña Letizia le regaló a Don Felipe y que por eso está en la lista de "best sellers".

 Sobre este tema, en El RedCuadro: "Letizias de Carnaval" Guía del Carnaval 2004

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