En el altar mayor
de la iglesia, un dorado retablo barroco. Sobre el mármol del
crucero, algo tan serio como un ataúd en tierra. En cola,
desfilando ante la caja, los nietos de las abuelas que les
dedicaron por la radio "Mi primera comunión" cuando la hicieron de
blancos marineritos condecorados con una mancha del chocolate del
desayuno. Los hijos de las madres que lloraban en los años 60,
cuando desde el duro trabajo de Munich, de Hamburgo, de Ginebra,
oían en una taberna de españoles "El emigrante".
Habían llevado el muerto cuerpo diminuto, el de los
ojitos achinados, el del eterno sombrero de ala ancha, el cuerpo
pequeño de un artista tan grande como el excelentísimo señor Don
Juan Valderrama Blanca, nuestro Juanito Valderrama, hasta la
capilla ardiente en la iglesia sevillana de San Luis de los
Franceses. Muy cerca por cierto de la Macarena, de la basílica de
la Esperanza, una Virgen de sus amores, otra advocación, pero la
misma que la Asunción de Cantillana, a la que hizo universal con
el verso de una copla en el que le rezaba "a Aquella que est� en
San Gil".
Los que se emocionaron con sus cantes y con sus
coplas, los españoles para los que su voz fue el sepia de la banda
sonora de los sentimientos, de las peonas y de las alegrías, iban
a decirle adiós a Juanito Valderrama. ¿O era al revés? S�, quiz�
fuera al revés. Quiz� Juanito, tan buena gente, tan gran cantaor,
tan gran padre de familia, tan buen hombre, nos estaba cantando en
el silencio de la memoria:
Adiós, mi España quería
muy dentro del alma
te llevo metía...
En un banco del crucero, la familia de Juan
Valderrama. Sus hijos. Ese Juan Antonio, artista como él, que se
ha puesto el solo nombre de Valderrama y que tiene su misma voz
cuando canta sus coplas antiguas o sus versos nuevos. Los hijos
mayores, Juana, Juan, los que conocieron las fatigas que pas� un
padre artista en los años de hambre y de postguerra, de vagones de
tercera en trenes de vapor, de fondas de pueblo con agua helada en
los palanganeros, de actuaciones sin altavoces y sin micrófonos
por los cines de verano de los pueblos, por las plazas de toros. Y
su mujer, su amor, su vida: Dolores. Dolores Abril. Aquella a la
que conoci� hace cincuenta años, a la puerta del Teatro Calderón
de Madrid, y con la que se cas� rompiendo todas las convenciones
sociales de su época, en una España sin divorcio y sin
anulaciones. S�, ahora que lo pienso, hubo una anulación, aparte
de la canónica: la generosa anulación de Dolores Abril, grandísima
intérprete de la copla, que renunci� a su carrera para entregar su
vida a la mayor honra y gloria de Juanito Valderrama. Dolores
Abril, que empez� cantando con su Juanito los fandangos del
desafío de aquellas "Peleas en broma" que el público le pedía que
repitiesen y repitiesen, donde se llamaban de todo menos bonitos,
renuncio con los años a su propia carrera de artista para
convertirse en vestal del templo de un mito de la canción y del
flamenco, de un grandísimo cantaor que grab� tres memorables
antologías y que fue estrictamente el primer cantautor que hubo en
España, al escribir sus propias letras de "La primera comunión".
"El emigrante", "De polizón" y tantísimas otras.
Cuando me acerqu� en la iglesia de San Luis a
dar un beso a Dolores Abril delante del cuerpo sin vida pero con
tanta memoria de España de Juanito Valderrama, vi que tenía en la
solapa de su traje negro un rojo corazón de oro con una gaviota.
Se lo dieron a los dos el año pasado. En Cádiz tenía que ser. En
Cádiz, la peña "La Gaviota", cada año, en el día de San Valentín,
entrega este premio en forma de corazón a dos enamorados maduros,
que se hayan pasado toda una vida juntos, queriéndose,
aguantándose y admirándose en torno a unos hijos. Como Juanito y
Dolores. Ni el mejor lazo de dama de Isabel la Católica luciría
mejor en el pecho de artista de Dolores Abril que este corazón de
oro, que fue el corazón que le entreg� durante toda una vida,
durante todo un amor, a Juanito.
Bendita y gloriosa excepción Juanito y Dolores
de este tiempo tumultuoso en que los artistas alcanzan popularidad
por maltratar a sus mujeres, por abandonarlas, por no pasarles la
pensión alimenticia. Juanito y Dolores fueron justamente el
reverso de esta lamentable moneda de curso legal. A Juanito se le
caía la baba hablando de Dolores como artista y como mujer, y
Dolores no hizo en toda su vida otra cosa que rendir homenaje al
maestro, silenciando su voz de cantante y hablando como madre y
como esposa. Si Dolores se ha quedado sola, le queda para
acompañarla todo un pueblo, "adiós, mi España querida", al que
Juanito, su amor, le puso la voz sepia de la memoria con sus
coplas.