Pablo Gutiérrez-Alviz
Conradi ha estado de notario en Cádiz y se le nota. Como nos
ocurrió a tantos, fue conquistado por el liberalismo y la gracia
de la ciudad. Pablo escribe donosos artículos para los periódicos
andaluces del Grupo Joly, donde mantiene una sección semanal cuyos
textos ha recopilado en un libro. En su presentación le escuché
una frase que demuestra que antes que en Sevilla fue notario en
Cádiz, y que no le interesa disimularlo. Hablando de su obra,
dijo:-- Aunque haya escrito este libro,
puede decirles que no soy un profesional, porque vivo de la
escritura... pero de la escritura pública y notarial.
Los notarios son los que realmente viven en
España de la escritura. Muchos que se pregonan como poetas,
novelistas, ensayistas o dramaturgos viven en realidad de otra
cosa. Aunque no lo quieran reconocer, antes que poetas, son
funcionarios de Hacienda por la mañana. Gracias a eso viven, y no
de los versos, que no dan más que disgustos. Y aunque otros van
por la vida de novelistas, de lo que de verdad viven es de la
intermediación de seguros o como ejecutivos de ventas. No lo digo
en su desdoro. El primer novelista español en todos los sentidos
de la palabra, Cervantes, no vivía del Quijote: vivía de su
sueldecito como funcionario de Hacienda de la época, como
recaudador de alcabalas.
A Pablo Gutiérrez-Alviz, pues, en su doble
militancia de Sevilla y Cádiz, no se le caen los anillos del sello
de la fe pública por reconocer que vive de la otra escritura. Ni
por proclamar su literaria raíz pemaniana, llena de humor andaluz.
Así lo ha probado una vez más en un artículo donde cuenta una
historia que merece ser conocida fuera de las dos ciudades hijas
de Hércules, hasta llegar a la otra de leyenda hereclea, a La
Coruña.
El padre de Pablo es Don Faustino. El mundo
universitario del Derecho le conoce por su propio nombre de pila,
sin necesidad de apellido, como por su sola gracia, en distintos
ámbitos, sabemos quiénes son Felipe, Lolita, Victorino, Andy o
Lucas. Don Faustino, siempre con el don por delante. Por su
prestigio como catedrático de Derecho Civil de la Universidad de
Sevilla; como maestro de promociones y promociones de abogados, de
jueces, de políticos, de registradores; o como el numerario de
mayor antigüedad de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, a
nadie en el mundo se le ha ocurrido nunca nombrar al excelentísimo
señor don Faustino Gutiérrez-Alviz Armario como Faustino a secas.
Hasta que la otra mañana, como su hijo Pablo ha contado con todo
humor e intención, tuvo que acudir a un centro sanitario, para una
consulta ambulatoria o un chequeo, algo así. No hace al caso que
el centro fuese de la Sanidad pública o de la privada; en ambas
puede haber ocurrido.
Don Faustino, como siempre, iba
correctísimamente vestido. Me recuerda lo que decía el profesor
Camuñas a sus alumnos de Arquitectura. "El arquitecto debe ir
siempre perfectamente vestido porque en cualquier momento de su
vida puede ser objeto de un homenaje". Don Faustino va siempre de
correcto y bien vestido que en cualquier momento puede ser objeto
de un homenaje, cosa que por otra parte se merece de sobra.
Lo que no se merece, ni don Faustino ni nadie de
su edad, sea catedrático emérito de Derecho o simple graduado
escolar, pero con setenta años bien cumplidos, es lo que le
ocurrió y nos ha contado su hijo Pablo. Entrado que hubo a la
consulta, una enfermera, auxiliar de clínica o médico, da lo
mismo, tomó su historia y para prepararlo para las pruebas, sin
atender ni a su edad, ni a su saber, ni al prestigio de su
gobierno universitario, dijo al pacientísimo paciente:
-- Faustino, cariño, quítate la corbata.
Me imagino la cara que pondría don Faustino.
Como usted ahora se está imaginando la cara que pondría su padre o
su madre si tal le dijeran. O recuerda usted la que por desgracia
puso aquella vez en aquella clínica, cuando le ocurrió algo así.
Nadie nunca en su vida, que se sepa, había llamado antes Faustino
a secas a don Faustino. Quien, fidelísimo esposo, nunca oyó de
labios de una mujer que no fuera la suya lo de "cariño". Y suerte
tuvo, que no le pasó como a aquel señor a quien en una consulta le
dijo una señorita a la que no conocía de nada:
-- Venga, abuelo, quítate la camisa, que vamos a
hacerte una radiografía...
A lo que el presunto abuelo respondió:
-- Señorita, usted podría, en efecto, ser mi
nieta. Pero no recuerdo que su abuela de usted tuviera un desliz
conmigo. O, si lo tuvo, no me lo dijo.
Sé, en su descargo, que los profesionales de la
Sanidad lo hacen por lo mismo que le dijeron a don Faustino: por
cariño. Por aplicar el protocolo de un trato lo más humano
posible. Pero hay respetables personas mayores a las que las
hunden en la miseria con estas familiaridades pretendidamente
humanitarias. Al mismo Don Antonio Machado que volviera con todo
su golpe de don, seguro que le decían:
-- Antoñito, cariño, quítate la corbata...