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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3125 - 24 de junio del 2004                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Pablo Gutiérrez-Alviz Conradi ha estado de notario en Cádiz y se le nota. Como nos ocurrió a tantos, fue conquistado por el liberalismo y la gracia de la ciudad. Pablo escribe donosos artículos para los periódicos andaluces del Grupo Joly, donde mantiene una sección semanal cuyos textos ha recopilado en un libro. En su presentación le escuché una frase que demuestra que antes que en Sevilla fue notario en Cádiz, y que no le interesa disimularlo. Hablando de su obra, dijo:

-- Aunque haya escrito este libro, puede decirles que no soy un profesional, porque vivo de la escritura... pero de la escritura pública y notarial.

Los notarios son los que realmente viven en España de la escritura. Muchos que se pregonan como poetas, novelistas, ensayistas o dramaturgos viven en realidad de otra cosa. Aunque no lo quieran reconocer, antes que poetas, son funcionarios de Hacienda por la mañana. Gracias a eso viven, y no de los versos, que no dan más que disgustos. Y aunque otros van por la vida de novelistas, de lo que de verdad viven es de la intermediación de seguros o como ejecutivos de ventas. No lo digo en su desdoro. El primer novelista español en todos los sentidos de la palabra, Cervantes, no vivía del Quijote: vivía de su sueldecito como funcionario de Hacienda de la época, como recaudador de alcabalas.

A Pablo Gutiérrez-Alviz, pues, en su doble militancia de Sevilla y Cádiz, no se le caen los anillos del sello de la fe pública por reconocer que vive de la otra escritura. Ni por proclamar su literaria raíz pemaniana, llena de humor andaluz. Así lo ha probado una vez más en un artículo donde cuenta una historia que merece ser conocida fuera de las dos ciudades hijas de Hércules, hasta llegar a la otra de leyenda hereclea, a La Coruña.

El padre de Pablo es Don Faustino. El mundo universitario del Derecho le conoce por su propio nombre de pila, sin necesidad de apellido, como por su sola gracia, en distintos ámbitos, sabemos quiénes son Felipe, Lolita, Victorino, Andy o Lucas. Don Faustino, siempre con el don por delante. Por su prestigio como catedrático de Derecho Civil de la Universidad de Sevilla; como maestro de promociones y promociones de abogados, de jueces, de políticos, de registradores; o como el numerario de mayor antigüedad de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, a nadie en el mundo se le ha ocurrido nunca nombrar al excelentísimo señor don Faustino Gutiérrez-Alviz Armario como Faustino a secas. Hasta que la otra mañana, como su hijo Pablo ha contado con todo humor e intención, tuvo que acudir a un centro sanitario, para una consulta ambulatoria o un chequeo, algo así. No hace al caso que el centro fuese de la Sanidad pública o de la privada; en ambas puede haber ocurrido.

Don Faustino, como siempre, iba correctísimamente vestido. Me recuerda lo que decía el profesor Camuñas a sus alumnos de Arquitectura. "El arquitecto debe ir siempre perfectamente vestido porque en cualquier momento de su vida puede ser objeto de un homenaje". Don Faustino va siempre de correcto y bien vestido que en cualquier momento puede ser objeto de un homenaje, cosa que por otra parte se merece de sobra.

Lo que no se merece, ni don Faustino ni nadie de su edad, sea catedrático emérito de Derecho o simple graduado escolar, pero con setenta años bien cumplidos, es lo que le ocurrió y nos ha contado su hijo Pablo. Entrado que hubo a la consulta, una enfermera, auxiliar de clínica o médico, da lo mismo, tomó su historia y para prepararlo para las pruebas, sin atender ni a su edad, ni a su saber, ni al prestigio de su gobierno universitario, dijo al pacientísimo paciente:

-- Faustino, cariño, quítate la corbata.

Me imagino la cara que pondría don Faustino. Como usted ahora se está imaginando la cara que pondría su padre o su madre si tal le dijeran. O recuerda usted la que por desgracia puso aquella vez en aquella clínica, cuando le ocurrió algo así. Nadie nunca en su vida, que se sepa, había llamado antes Faustino a secas a don Faustino. Quien, fidelísimo esposo, nunca oyó de labios de una mujer que no fuera la suya lo de "cariño". Y suerte tuvo, que no le pasó como a aquel señor a quien en una consulta le dijo una señorita a la que no conocía de nada:

-- Venga, abuelo, quítate la camisa, que vamos a hacerte una radiografía...

A lo que el presunto abuelo respondió:

-- Señorita, usted podría, en efecto, ser mi nieta. Pero no recuerdo que su abuela de usted tuviera un desliz conmigo. O, si lo tuvo, no me lo dijo.

Sé, en su descargo, que los profesionales de la Sanidad lo hacen por lo mismo que le dijeron a don Faustino: por cariño. Por aplicar el protocolo de un trato lo más humano posible. Pero hay respetables personas mayores a las que las hunden en la miseria con estas familiaridades pretendidamente humanitarias. Al mismo Don Antonio Machado que volviera con todo su golpe de don, seguro que le decían:

-- Antoñito, cariño, quítate la corbata...

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