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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3130 - 29 de julio del 2004                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Salvamos en las carreteras un día, lo indultamos como símbolo de España, al negro toro de Osborne con su silueta sobre los olivares andaluces y las castellanas tierras de pan llevar. Pero no hemos conseguido salvar en la España de las autovías otro símbolo de nuestra civilización y de nuestra cultura: la clásica venta a pie de carretera. El toro del brandy fue declarado Bien de Interés Cultural y monumentos nacionales habríamos de proclamar a las ventas castizas y simpáticas, emporio del par de huevos fritos con chorizo, del pincho de tortilla, del bocadillo de calamares o de uno de los grandes inventos españoles que no pudieron nunca emular ni el señor MacDonald con todo su poderío ni el de la barbita con su imperio del pollo frito de Kentucky: el pepito de ternera. Antes de que se creara la comida rápida, los españoles inventamos la maravilla "fast food" del pepito que se toma a deshora en la venta de carretera, cuando vamos de viaje y ya están cerrados todos los comedores y los restaurantes pero nos queda la fiel infantería de ese filete metido dentro del bollo, con su salsita empapando la miga.

-- No me lo diga usted, que aún no he almorzado y me dan ganas de buscar una venta donde tomarme ese pepito...

Pues no le arriendo las ganancias a la hora de buscar la clásica venta de carretera. Más sencillo es encontrar un Goya en el Rastro que una venta de toda la vida en una carretera. Como ya no hay carreteras, sino autovías, autopistas, circunvalaciones y desdobles, las ventas se han quedado donde estaban, en sus emplazamientos de los antiguos trazados, a trasmano. Dicen que las buenas comunicaciones por carretera son imprescindibles para la economía, pero de momento esas vías rapidísimas y segurísimas han dejado a las ventas como diríamos en términos taurinos: fuera de cacho. Los sucesivos gobiernos, con los planes de mejora de las carreteras en sus nuevos trazados, tenían que haber previsto también el traslado de estas ventas. Algunas de ellas, auténticos monumentos de la gastronomía nacional. Pienso ahora en una de ellas: en la Venta del Cruce de Las Cabezas de San Juan. La autopista de Cádiz dejó a los viajeros del Sur sin pasar por el cruce de Las Cabezas y, por ende, sin sus monumentales tostadas de manteca colorada a la hora del desayuno. Evoco aquella otra venta de Puerto Lápice donde cuando estudiantes parábamos en el camino hacia Madrid, a dar cuenta de la cocina de Don Quijote, duelos y quebrantos incluidos, que eran alegrías y regocijos para nosotros. Aquella venta manchega, ¿a cuántos kilómetros del nuevo trazado de la remozadísima CN-IV quedará ahora? Salir de una autopista o de una autovía para encontrar una venta es como ir de excursión facultativa dentro de nuestra ruta. Todas las facilidades están a favor del "área de servicios" y en contra de la venta. Áreas en las que te encuentras bruñidas gasolineras, confortables hoteles para pegar la cabezada si vienes en exceso cansado y cafeterías de autoservicio, limpias y refulgentes. ¡Pero ni una clásica y española venta del par de huevos fritos con chorizo! Eso, cuando no caes en la trampa de la desviación. Desconfío bastante de los letreros de las áreas de servicio, con su logotipo de la cama del hotel y el tenedor del restaurante. Te crees que va a estar allí mismo, a pie de autopista, pero cuando coges el carril de salida de momento te hacen girar 180 grados para ponerte justo en la dirección contraria, porque el área de servicios dichosa está en la otra banda de la carretera. Y no a pie de carretera: tienes que cruzar un puente, tomar dos curvas más, pasar por las naves de un polígono industrial y finalmente llegar a la ansiada área del tenedor del letrero. Tenedor con el que nunca puedes romper la yema del crujiente huevo frito para mojar pan, porque resulta que te encuentras con una larga barra de autoservicio con comida como de plástico, prefabricada y envuelta en celofán.

Claman a veces los conductores ante las carreteras peligrosas y piden al Ministerio de Fomento que las conviertan en autopistas o por lo menos las desdoblen. Tras haber venido el otro día desde el aeropuerto de Málaga hasta Sevilla sin encontrar una sola venta en la autovía, estoy por proponer que las asociaciones de defensa del patrimonio histórico pidan que se mantengan esos antiguos trazados, sólo a efectos de la venta. Venía por la segurísima y rápida vía de Málaga a Sevilla y me acordaba de mi peligrosa y frecuentada N-340 de Cádiz a Algeciras. Esa carretera antigua tendrá todas las curvas y peligros, pero a su pie mismo, ¡qué cantidad de ventas a cuál más maravillosa, donde tomarte el pepito de lomo en La Barca de Vejer o un buen pescado frito en Conil! Aquellas antiguas ventas donde te recomendaban que pararas si veías en la puerta muchos camiones estacionados, señal que se comía estupendamente. Como los dos soles o los tres soles de las estrellas de Michelín, había ventas de 20 camiones y ventas de 30 camiones a la puerta. Ahora, todo lo más, te encuentras dos coches oficiales y y el de los escoltas cuando te paras en un área de servicio. Donde, tras apartarte lo menos cinco kilómetros de la autovía, resulta que no tienen ni huevos con chorizo ni sopa de picadillo.

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