El maestro del
articulismo y hermano mayor de la periodística Cofradía de la
Columna, Jaime Campmany, nos cont� a comienzos del verano los
libros que se llevaba a Italia en la maleta de sus vacaciones.
Tantos, que Conchita su mujer cada año le protesta, porque casi no
le deja sitio en el equipaje para impedimenta que cree más
necesaria. Leyendo a Campmany pudimos creer que son legión los
españoles que echan los libros en la maleta como artículo de
primera necesidad veraniega, como los bañadores o los botes de ese
bronceador preferido, tan rarito que no se encuentra luego en
ninguna parte. Libros nuevos, que aparecieron a lo largo del
curso, y que con el trabajo de cada día no hemos podido leer;
clásicos, o viejos libros queridos que queremos volver a saborear
con calma. Un baúl mayor que el de la Piquer podíamos llevarnos
algunos, como Campmany, y corto nos vendría.
Paseo ahora por la playa y compruebo que en
absoluto es as�. Los que viajamos con libros para las vacaciones
debemos de ser seres extraños, rarezas bibliográficas en versión
humana. Paseo por la playa donde vengo todos los años, que veo
crecer de verano en verano. A las playas les pasa como a esos
niños a los que hace tiempo no veíamos. Cuando nos los volvemos a
encontrar, advertimos su estirón. Qu� estirón ha dado el niño de
estos vecinos, pero qu� estirón ha dado también la playa. Ha
crecido en comodidades previstas por el ayuntamiento: duchas a pie
de arena para quitártela de los pies cuando vuelves al
apartamento, vestuarios, vigilantes, socorristas en cada tramo. La
playa ha ganado en calidad de sus establecimientos, en lo
fantásticos que están siendo cada vez más los chiringuitos. Pero
en cuanto a cultura, ay, est� todo igual que siempre. Paseo por la
playa y no me encuentro a ningún español tipo Campmany, libro en
mano. Los de esa categoría han debido de irse todos a orillas de
su lago italiano. Digo que no me encuentro a ningún español as�
porque el paseo diario a la orilla del agua, por la arena mojada
de la marea baja, me da tiempo para fijarme en lo que se hace bajo
las sombrillas. Y son rarísimas, pero raras de verdad, raras a lo
Doctor Iglesias, las personas que están leyendo un libro. Diarios
s� se leen, pero tampoco en cantidades que rompan los índices del
EGM y de la OJD. Los que más se ven son los diarios deportivos. En
manos de lectores bastante jóvenes, por cierto. Cuando en el
veraneo me acerco al supermercado donde compro los periódicos y
veo a los chavales llevarse exclusivamente un diario deportivo,
ignorando los de información general, pienso que quiz� sea
consecuencia de la quiebra de todo un sistema educativo. Tanto
Conocimiento del Medio y tanta Area de Sociales han llevado al
conocimiento perfecto del medio... centro del Real Madrid o del
Barsa, con menosprecio de la información, de la opinión, de los
problemas de nuestro tiempo y nuestro espacio.
Y este lamento ante la vieja aversión del
español por la lectura es gozo de libros y periódicos cuando, en
el matinal paseo a lo largo de playa, llegamos a los toldos de los
hoteles de los turistas extranjeros. Hablo de una playa
popularísima andaluza y de unos hoteles modestos aunque
confortables. No me refiero a esa forma de paraíso turístico a la
que llaman "resort" ni a hoteles de cinco estrellas. Son
dignísimos hoteles de tres o cuatro estrellas, donde no se alojan
potentados americanos, sino turistas europeos corrientes y
molientes, que en sus países son empleados, oficinistas,
mecánicos, funcionarios. De momento, al llegar a la altura playera
de esos hoteles sorprende el silencio de sus tumbonas. Donde el
griterío y bullicio de los españoles cien metros más all�, aqu� la
quietud más absoluta: mucho sol en la espalda, mucho bronceador en
esa espalda al sol, mucha tumbona... y mucho libro. Siento envidia
en los sectores de playa de los hoteles de los turistas
extranjeros. Están cada uno con su libro, quién en decúbito prono,
quién en decúbito supino, pero todos con la novela, o el ensayo, o
por lo menos el relato policiaco abierto, ante la quietud del mar,
en el silencio de la sombra de los toldos o de la solanera del
aceite bronceador con salvaje olor a coco.
Por eso, estimado lector cuyos ojos honran las
líneas de este artículo que tiene entre las manos precisamente
bajo la sombrilla, a la orilla del mar, quiz� estando de acuerdo
con mis palabras, le digo que usted, precisamente usted, y ahora
mismo, puede salvar la honra nacional de la lectura en la playa.
Por favor, ponga la revista de modo que todos los que pasen junto
a su sombrilla o junto a su tumbona la puedan ver. Presuma de
lectura, por favor, en el sagrado nombre de España y de los
españoles. No oculte su cultísima dedicación de lector playero.
Ponga bien alto el "¡HOLA!" entre sus manos, como una bandera,
levantando los brazos cuanto pueda. Ícelo. Tremólelo. Ya le digo
que es por honra nacional. As�, advirtiendo que usted est� leyendo
el "¡HOLA!" en la playa, esos turistas de ah� al lado, los que
bajaron con esos tochos de libros en alemán tan gordos y con las
cubiertas tan doradas, verán que los españoles también entendemos
que la lectura es una de las mejores formas de gozar la vida en
las vacaciones.