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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3132 - 12 de agosto del 2004                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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El maestro del articulismo y hermano mayor de la periodística Cofradía de la Columna, Jaime Campmany, nos contó a comienzos del verano los libros que se llevaba a Italia en la maleta de sus vacaciones. Tantos, que Conchita su mujer cada año le protesta, porque casi no le deja sitio en el equipaje para impedimenta que cree más necesaria. Leyendo a Campmany pudimos creer que son legión los españoles que echan los libros en la maleta como artículo de primera necesidad veraniega, como los bañadores o los botes de ese bronceador preferido, tan rarito que no se encuentra luego en ninguna parte. Libros nuevos, que aparecieron a lo largo del curso, y que con el trabajo de cada día no hemos podido leer; clásicos, o viejos libros queridos que queremos volver a saborear con calma. Un baúl mayor que el de la Piquer podíamos llevarnos algunos, como Campmany, y corto nos vendría.

Paseo ahora por la playa y compruebo que en absoluto es así. Los que viajamos con libros para las vacaciones debemos de ser seres extraños, rarezas bibliográficas en versión humana. Paseo por la playa donde vengo todos los años, que veo crecer de verano en verano. A las playas les pasa como a esos niños a los que hace tiempo no veíamos. Cuando nos los volvemos a encontrar, advertimos su estirón. Qué estirón ha dado el niño de estos vecinos, pero qué estirón ha dado también la playa. Ha crecido en comodidades previstas por el ayuntamiento: duchas a pie de arena para quitártela de los pies cuando vuelves al apartamento, vestuarios, vigilantes, socorristas en cada tramo. La playa ha ganado en calidad de sus establecimientos, en lo fantásticos que están siendo cada vez más los chiringuitos. Pero en cuanto a cultura, ay, está todo igual que siempre. Paseo por la playa y no me encuentro a ningún español tipo Campmany, libro en mano. Los de esa categoría han debido de irse todos a orillas de su lago italiano. Digo que no me encuentro a ningún español así porque el paseo diario a la orilla del agua, por la arena mojada de la marea baja, me da tiempo para fijarme en lo que se hace bajo las sombrillas. Y son rarísimas, pero raras de verdad, raras a lo Doctor Iglesias, las personas que están leyendo un libro. Diarios sí se leen, pero tampoco en cantidades que rompan los índices del EGM y de la OJD. Los que más se ven son los diarios deportivos. En manos de lectores bastante jóvenes, por cierto. Cuando en el veraneo me acerco al supermercado donde compro los periódicos y veo a los chavales llevarse exclusivamente un diario deportivo, ignorando los de información general, pienso que quizá sea consecuencia de la quiebra de todo un sistema educativo. Tanto Conocimiento del Medio y tanta Area de Sociales han llevado al conocimiento perfecto del medio... centro del Real Madrid o del Barsa, con menosprecio de la información, de la opinión, de los problemas de nuestro tiempo y nuestro espacio.

Y este lamento ante la vieja aversión del español por la lectura es gozo de libros y periódicos cuando, en el matinal paseo a lo largo de playa, llegamos a los toldos de los hoteles de los turistas extranjeros. Hablo de una playa popularísima andaluza y de unos hoteles modestos aunque confortables. No me refiero a esa forma de paraíso turístico a la que llaman "resort" ni a hoteles de cinco estrellas. Son dignísimos hoteles de tres o cuatro estrellas, donde no se alojan potentados americanos, sino turistas europeos corrientes y molientes, que en sus países son empleados, oficinistas, mecánicos, funcionarios. De momento, al llegar a la altura playera de esos hoteles sorprende el silencio de sus tumbonas. Donde el griterío y bullicio de los españoles cien metros más allá, aquí la quietud más absoluta: mucho sol en la espalda, mucho bronceador en esa espalda al sol, mucha tumbona... y mucho libro. Siento envidia en los sectores de playa de los hoteles de los turistas extranjeros. Están cada uno con su libro, quién en decúbito prono, quién en decúbito supino, pero todos con la novela, o el ensayo, o por lo menos el relato policiaco abierto, ante la quietud del mar, en el silencio de la sombra de los toldos o de la solanera del aceite bronceador con salvaje olor a coco.

Por eso, estimado lector cuyos ojos honran las líneas de este artículo que tiene entre las manos precisamente bajo la sombrilla, a la orilla del mar, quizá estando de acuerdo con mis palabras, le digo que usted, precisamente usted, y ahora mismo, puede salvar la honra nacional de la lectura en la playa. Por favor, ponga la revista de modo que todos los que pasen junto a su sombrilla o junto a su tumbona la puedan ver. Presuma de lectura, por favor, en el sagrado nombre de España y de los españoles. No oculte su cultísima dedicación de lector playero. Ponga bien alto el "¡HOLA!" entre sus manos, como una bandera, levantando los brazos cuanto pueda. Ícelo. Tremólelo. Ya le digo que es por honra nacional. Así, advirtiendo que usted está leyendo el "¡HOLA!" en la playa, esos turistas de ahí al lado, los que bajaron con esos tochos de libros en alemán tan gordos y con las cubiertas tan doradas, verán que los españoles también entendemos que la lectura es una de las mejores formas de gozar la vida en las vacaciones.

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