Clic para ir a ¡HOLA! en Internet

Ir a "¡Hola!" en Internet

De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3137 - 16 de septiembre del 2004                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
Clic para ir a la página principal

Página principal-Inicio


Clic

 

 

Portada de "Gatos sin frontera", de Antonio Burgos     
Gatos sin Fronteras", nuevo libro de Antonio Burgos
Anticipo de las primeras páginas del libro
Anticipo del libro en el "Magazine" de El Mundo:Capítulo "Y Dios creó al gato" (con ilustraciones del libro)
Compra del libro por Internet-El Corte Inglés 
 
Clic para información sobre "Artículos de lujo"

"Artículos de lujo: Sevilla en cien recuadros",  de Antonio Burgos

 

"Jazmines en el ojal", editorial La Esfera de los Libros, prólogo de María Dolores Pradera   

"JAZMINES EN EL OJAL",  de Antonio Burgos

 

Artículos anteriores en ¡HOLA!
Recuadros
LOS CHALECOS REFLECTANTES Artículos anteriores en ¡HOLA!
Están los coches de los médicos en el estacionamiento privadísimo de un hospital suizo, que en las ciudades de la Confederación Helvética una plaza de aparcamiento es un bien tan escaso como un manantial en pleno desierto del Sahara o un ápice de vergüenza en un programa televisivo que yo me sé. En algunos países, y Suiza es uno de ellos, como aquí vamos camino de tal, tener una plaza de estacionamiento es un signo externo de riqueza más que el automóvil en sí. Ocurre también en Manhattan. Los millonarios de Park Avenue que podrían gozar de un cochazo como sus casoplones de bueno no lo pueden disfrutar porque no tienen posición como para pagar el estacionamiento de un auto en el centro de Nueva York. Woody Allen va en taxi porque todas las ganancias de sus películas no le han dado para comprar una plaza de aparcamiento.

Están los coches de los médicos en ese hospital suizo, y mi hijo, que vive allí en la Confederación, me dice:

-- ¿A que no adivinas qué coches son de los cirujanos plásticos y cuáles de los de digestivo?

No hay pérdida: los coches más fantásticos, deslumbrantes, deportivos, biplazas refulgentes, con tapicería de cuero hasta en el portamaletas, son de los cirujanos plásticos. Miro esos cochazos ofensivamente perfectos en el estacionamiento del hospital y veo reflejadas en los brillos de su carrocería los cuentones en cirujano que pagaron todas las señoras que fueron a hacerse la cirugía estética en Suiza:

-- Hija, como en Suiza, en ninguna parte. Por mucho que te cueste, no dudes en ir a operarte a Suiza. Ni Miami ni nada, Suiza, lo que yo te diga...

Y en cambio hay en el estacionamiento otros coches viejos de toda ancianidad, modelos antiquísimos, con más kilometraje que el baúl de la Piquer sobre ruedas, sobre los que tampoco cabe la menor duda:

-- Estos son los coches de los cirujanos de aparato digestivo.

Nadie dispuesto a gastarse una fortuna va a operarse de la úlcera de duodeno en Suiza y nadie se deja, por tanto, un Ferrari Testa Rossa, un Bentley, un Jaguar o un Morgan allí, en el Indice Nikei de los honorarios médicos que es el aparcamiento de un hospital. Y mientras los coches buenos están tal como salieron de fábrica, porque lo traen todo, los otros autos, los de los modestos especialistas en aparato digestivo, tienen toda clase de personalizaciones. Tienen pegatinas turísticas en sus traseras, como para demostrar que han viajado mucho al extranjero; fundas como de borreguito en sus asientos delanteros; embellecedores que un día fueron relucientes y ahora andan medio oxidados. Todo muy cutre, pero muy personalizado.

Lo cual ocurre no solamente en el paraíso suizo de las clínicas de cirugía estética y de las cuentas secretas de los bancos, sino en todas partes. Cuanto más modesto sea un coche, más quiere presumir su dueño con él, personalizándolo. Un Museo del Mal Gusto tendría que incluir necesariamente los paradójicamente llamados embellecedores de coches. Empezando por el ambientador con forma de silueta de pino que se pone en el espejo retrovisor. Cuando suba usted a un taxi y vea al entrar el referido ambientador, dispóngase a disfrutar a continuación de las fundas de asiento a modo de paños de crochet, del perrito que mueve la cabeza colocado en la luneta trasera y de una serie de estampas en el salpicadero que no las mejoran ni las capillitas devotas que los toreros disponen en el hotel donde se visten de luces. Y, por supuesto, si el conductor pone el radiocasé, no crea que va a sonar Haendel o Vivaldi. Sonará El Fary de todas, todas.

La Dirección General de Tráfico vela porque el interior de los coches malos supere las marcas de mal gusto y horteridad. La última disposición nos obliga a llevar en el interior del coche los chalecos reflectantes para caso de avería en carretera. Tales chalecos han de llevarse en el interior del habitáculo del vehículo, a mano, nunca en el portamaletas, como inicialmente lo colocamos todos cuando los compramos para atenernos a la ley o nos los regalaron en una promoción. Llevar un par de chalecos reflectantes en el interior del coche puede hacerse de mil maneras: bajo los asientos; en el interior de la guantera, si es grandecita; en uno de los bolsones laterales de las puertas. Ninguna de estas formas es válida para el que quiere personalizar la birria de coche que tiene. España se ha llenado de coches cuyos propietarios le han puesto el referido chaleco reflectante a los dos asientos delanteros, ¡hala!, para que se vea bien que los tienen y que cumplen la ley. Podían ser dos, tres, cuatrocientos. Pues no: centenares de miles de españoles han enchalecado reglamentariamente los asientos delanteros de sus coches. A partir de ahora, puede usted dividir el buen gusto de sus amigos y conocidos en dos grandes grupos: los que llevan los chalecos vistiendo los asientos y los que los ocultan, como avergonzándose de la horteridad ambiente que nos están metiendo para el chaleco por causa de los reflentantes y obligatorios.

.

Clic


Clic para ir a ¡HOLA! en Internet Clic para ir a la portada

Indice de artículos de Antonio Burgos en "¡Hola!"

Volver a la portada de El RedCuadroClic para ir a la página principal