Están los coches
de los médicos en el estacionamiento privadísimo de un hospital
suizo, que en las ciudades de la Confederación Helvética una plaza
de aparcamiento es un bien tan escaso como un manantial en pleno
desierto del Sahara o un ápice de vergüenza en un programa
televisivo que yo me s�. En algunos países, y Suiza es uno de
ellos, como aqu� vamos camino de tal, tener una plaza de
estacionamiento es un signo externo de riqueza más que el
automóvil en s�. Ocurre también en Manhattan. Los millonarios de
Park Avenue que podrían gozar de un cochazo como sus casoplones de
bueno no lo pueden disfrutar porque no tienen posición como para
pagar el estacionamiento de un auto en el centro de Nueva York.
Woody Allen va en taxi porque todas las ganancias de sus películas
no le han dado para comprar una plaza de aparcamiento.
Están los coches de los médicos en ese hospital
suizo, y mi hijo, que vive all� en la Confederación, me dice:
-- ¿A que no adivinas qu� coches son de los
cirujanos plásticos y cuáles de los de digestivo?
No hay pérdida: los coches más fantásticos,
deslumbrantes, deportivos, biplazas refulgentes, con tapicería de
cuero hasta en el portamaletas, son de los cirujanos plásticos.
Miro esos cochazos ofensivamente perfectos en el estacionamiento
del hospital y veo reflejadas en los brillos de su carrocería los
cuentones en cirujano que pagaron todas las señoras que fueron a
hacerse la cirugía estética en Suiza:
-- Hija, como en Suiza, en ninguna parte. Por
mucho que te cueste, no dudes en ir a operarte a Suiza. Ni Miami
ni nada, Suiza, lo que yo te diga...
Y en cambio hay en el estacionamiento otros
coches viejos de toda ancianidad, modelos antiquísimos, con más
kilometraje que el baúl de la Piquer sobre ruedas, sobre los que
tampoco cabe la menor duda:
-- Estos son los coches de los cirujanos de
aparato digestivo.
Nadie dispuesto a gastarse una fortuna va a
operarse de la úlcera de duodeno en Suiza y nadie se deja, por
tanto, un Ferrari Testa Rossa, un Bentley, un Jaguar o un Morgan
all�, en el Indice Nikei de los honorarios médicos que es el
aparcamiento de un hospital. Y mientras los coches buenos están
tal como salieron de fábrica, porque lo traen todo, los otros
autos, los de los modestos especialistas en aparato digestivo,
tienen toda clase de personalizaciones. Tienen pegatinas
turísticas en sus traseras, como para demostrar que han viajado
mucho al extranjero; fundas como de borreguito en sus asientos
delanteros; embellecedores que un día fueron relucientes y ahora
andan medio oxidados. Todo muy cutre, pero muy personalizado.
Lo cual ocurre no solamente en el paraíso suizo
de las clínicas de cirugía estética y de las cuentas secretas de
los bancos, sino en todas partes. Cuanto más modesto sea un coche,
más quiere presumir su dueño con él, personalizándolo. Un Museo
del Mal Gusto tendría que incluir necesariamente los
paradójicamente llamados embellecedores de coches. Empezando por
el ambientador con forma de silueta de pino que se pone en el
espejo retrovisor. Cuando suba usted a un taxi y vea al entrar el
referido ambientador, dispóngase a disfrutar a continuación de las
fundas de asiento a modo de paños de crochet, del perrito que
mueve la cabeza colocado en la luneta trasera y de una serie de
estampas en el salpicadero que no las mejoran ni las capillitas
devotas que los toreros disponen en el hotel donde se visten de
luces. Y, por supuesto, si el conductor pone el radiocas�, no crea
que va a sonar Haendel o Vivaldi. Sonar� El Fary de todas, todas.
La Dirección General de Tráfico vela porque el
interior de los coches malos supere las marcas de mal gusto y
horteridad. La última disposición nos obliga a llevar en el
interior del coche los chalecos reflectantes para caso de avería
en carretera. Tales chalecos han de llevarse en el interior del
habitáculo del vehículo, a mano, nunca en el portamaletas, como
inicialmente lo colocamos todos cuando los compramos para
atenernos a la ley o nos los regalaron en una promoción. Llevar un
par de chalecos reflectantes en el interior del coche puede
hacerse de mil maneras: bajo los asientos; en el interior de la
guantera, si es grandecita; en uno de los bolsones laterales de
las puertas. Ninguna de estas formas es válida para el que quiere
personalizar la birria de coche que tiene. España se ha llenado de
coches cuyos propietarios le han puesto el referido chaleco
reflectante a los dos asientos delanteros, ¡hala!, para que se vea
bien que los tienen y que cumplen la ley. Podían ser dos, tres,
cuatrocientos. Pues no: centenares de miles de españoles han
enchalecado reglamentariamente los asientos delanteros de sus
coches. A partir de ahora, puede usted dividir el buen gusto de
sus amigos y conocidos en dos grandes grupos: los que llevan los
chalecos vistiendo los asientos y los que los ocultan, como
avergonzándose de la horteridad ambiente que nos están metiendo
para el chaleco por causa de los reflentantes y obligatorios.