Lorenzo Serra
Ferrer es un gran entrenador de fútbol. Y algo más importante
todavía: un caballero del deporte. O simplemente un caballero, que
tal como están los tiempos y en la general degradación de
principios y de valores es algo que hay que preservar, como los
linces de Doñana. Serra Ferrer nos hizo vivir a los que profesamos
la fe bética tiempos gloriosos. Tras el
ascenso triunfal desde Segunda, consigui� que los béticos hicieran
realidad lo del himno de Andalucía: "Queremos volver a ser lo que
fuimos". Los béticos volvieron a ser lo que fueron con Serra
Ferrer. Quien después de aquella victoriosa etapa sevillana march�
a Barcelona, donde entren� al que, como el Real Betis, es bastante
más que un club.
Para contento de los béticos, Serra Ferrer ha
vuelto a Sevilla, a dirigir la ética y la estética del Manque
Pierda, a la leyenda de Rogelio, aquel jugador bético al que el
entrenador Iriondo le decía en un entrenamiento:
-- Corra, Rogelio, corra usted más...
A lo que el futbolista, con la vieja filosofía
de un Séneca del deporte, respondi� estoicamente:
-- Yo no corro, mister, porque correr es de
cobardes...
Sin correr, que es de cobardes, tranquilo,
sereno, pasito a pasito, Lorenzo Serra Ferrer volver� a poner al
Betis y a su afición en el lugar exacto de la utopía de los mitos
verdiblancos. Y est� el caballero mallorquín encantado con su
retorno a Andalucía, donde gracias a Dios todavía se palpa eso que
por la fría Europa de las prisas llaman la calidad de vida.
Lorenzo Serra se est� reencontrando con sus amigos sevillanos.
Sabe que la amistad es un culto al que hay que prestar devoción
diaria. Y en este culto, nos invit� a cenar la otra noche a unos
pocos, que gozamos en la reunión de su sabiduría, de su elegancia,
de su estilo, excepción en este fútbol cada vez más soez, donde
hay entrenador que adiestra a la plantilla (ahora llamada "el
vestuario") a golpe de blasfemia. Y si quieren doy nombres de
entrenadores blasfemos.
Serra Ferrer nos reuni� en un restaurante que de
su anterior etapa sevillana recordaba como típico y con sabor
local, con una cocina elemental y popular, asentada en la
tradición del campo y de los barrios de la ciudad. Lo que se llama
un restaurante típico de verdad, sin folklorismos de cartón
piedra. Auténtico. Y cuál no fue su sorpresa cuando lleg� al
restaurante donde tan buenas horas había pasado en su anterior
etapa y tan buenos platos de la cocina popular le habían servido,
y se encontr� con que lo habían reformado. Modernizado.
Globalizado quiz� sea la palabra exacta. Ya saben en qu� consiste
la modernización y reforma de los restaurantes, pensando en las
estrellas de la Guía Michelín: en una total pérdida de identidad,
tanto en la decoración como en la cocina. No s� qu� est�
ocurriendo, pero un restaurante moderno y reformado de Barcelona
se parece a un restaurante moderno y reformado de Valencia como
dos gotas de agua. Las paredes de estuco, el acero inoxidable en
los lavabos, los cuadros vanguardistas alumbrados por diablas, las
lámparas más rebuscadas, todo modelo Olimpiada de Barcelona o Expo
de Sevilla, modelo sala VIP de Iberia en el aeropuerto del Prat,
modelo sala de espera de preferente en la estación de Atocha.
Sillas de respaldo altísimo, con fundas salmón o Siena, manteles
de colores insospechados, en los que el blanco est� absolutamente
prohibido y se impone el azul intenso, el marrón de campo en
barchecho. Y cubiertos absolutamente imposibles, de purísimo
diseño, donde un cuchillo parece todo menos un cuchillo: un
destornillador de precisión o uno de los instrumentos que utiliza
nuestro dentista para hacernos un empaste.
Ah, y platos cuadrados. En la decoración de la
nueva cocina, un dictador de la moda ha decretado fuera de la ley
los platos redondos de toda la vida. Ahora las tonterías varias
sobre un lecho de frutas del bosque con cebollitas tiernas del
huerto de la abuela han de ser obligatoriamente servidas en platos
cuadrados. Cuando entren en un restaurante y vean que sobre la
mesa están los platos cuadrados, prepárense a lo peor.
En cuanto a la cocina, el caballero del Real
Betis esperaba encontrarse los clásicos platos sevillanos que su
paladar todavía recordaba con encanto. Esa cocina del
subdesarrollo que hace obras de arte con lo que da el campo, con
unos espárragos trigueros, unas tagarninas, unas vísceras en forma
de menudo. Nada de ello encontr�. En su lugar, la carta ofrecía lo
mismo que podían ponerle en cualquier otro restaurante de nueva
cocina de Milán o de Nueva York. Es la dictadura de la modernidad,
que en muchísimas ciudades españolas est� acabando con los más
simpáticos restaurantes locales, en los que nos persigue el fervor
de neoconversos de la nueva cocina. Su símbolo pueden ser los
platos cuadrados. Hay restaurantes de cuatro tenedores y
restaurantes de cuatro platos cuadrados. Cuando vean los platos
cuadrados, prepárense. Como dice el lema de la Flotilla de
Submarinos de nuestra Armada: "Ad utrumque paratus". En un
restaurante de platos cuadrados hay que estar dispuesto a todas
las tonterías. ¡Con lo buenos que estaban aquellos garbanzos con
tagarninas de antes de la reforma!