Si Larra fue el
mejor articulista español del siglo XIX, Pemán lo fue del XX.
Puede contarse la Historia en los dos folios de un artículo mejor
y con más claridad que en todo un tratado de siete tomos. Es lo
que hacía Pemán: tomar la anécdota de un pequeño detalle, de una
novedad, de un uso social, de una moda, pasarla por un culturón
impresionante y una gracia literaria única, y alambicarla en una
radiografía de nuestro tiempo.Recuerdo lo
que escribi� Pemán cuando lleg� a Cádiz la televisión. Televisión
en blanco y negro, de una sola cadena, como un partido único de
las 365 líneas. Todo el mundo se compr� un televisor a plazos en
Créditos Rucas o iba a la peña o al teleclub a ver el programa de
Franz Johan, los partidos de fútbol y las corridas de toros que
retransmitía Matías Prats. Pemán tenía unas tías solteronas y
mayores como esas tías solteronas y mayores que todos tenemos.
Unas viejas ricas, por decirlo en título de una histórica
chirigota del Carnaval. Y una tarde que fue a visitarlas, les
pregunt� si, como la ciudad toda, se iban a comprar un televisor.
Le dijeron, muy señoronas, como indignadas por la obviedad de la
pregunta:
-- ¿Nosotras comprarnos un televisor? ¿Para que
se nos llene la salita de gente que no conocemos de nada y que no
nos ha presentado nadie?
Me he acordado de las tías ricas de Pemán, a
cuyo magisterio debo el presente artículo, cuando mi hijo
Fernando, que vive en Suiza, donde trabaja como director de
proyectos en las nuevas tecnologías telefónicas, nos ha traído el
juguetito electrónico que es la máxima novedad y supongo que ser�
el regalo de moda para las próximas Pascuas de Navidad y Reyes: el
móvil de tercera generación, a través del cual se pueden
establecer videollamadas. Otros las llaman videoconferencias, con
lo cual se rescata una palabra perdida en los usos de la
telefonía: conferencia. Toda llamada interurbana era antes una
conferencia. La conferencia nos daba a todos una prisa especial,
por el costo de sus pasos de contador:
-- ¡Mam�, corre, que es conferencia!
Ahora, en la videoconferencia o videollamada,
nos ven y vemos. Es como un escaparate abierto al mundo desde el
teléfono móvil. Fernando nos ha dejado el teléfono de la novedad.
Lo de tercera generación me suena a que es como el nieto de aquel
teléfono negro de pared que había en casa de nuestros padres.
Cuando Fernando nos llama desde Zurich, dirige la cámara del
teléfono hacia la terraza y no tenemos que preguntarle por el
tiempo que hace. Vemos directamente la nieve, oj�, qu� frío, o el
sol, qu� maravilla, sobre el jardín de su casa. Y por supuesto que
lo vemos a él y a su mujer, y a la nieta, para que se nos caiga la
videobaba de abuelazos, y hasta podemos comprobar cómo le están
preparando a Ana su biberón. No tiene que hacernos la pregunta
clásica de los teléfonos móviles cuando nos llaman:
-- ¿Puedes hablar?
Porque me ve directamente si estoy en pijama, ya
para acostarme, o si estoy con el traje oscuro, listo para salir
hacia ese compromiso del acto social o cultural que todos tenemos
todos los días a las ocho de la tarde. A mi vez, veo como est�, si
tiene el pelo más corto:
-- ¿Te has pelado, no?
Una maravilla o un terror, según se mire. Todos
los que nos preguntaban si podíamos hablar para respetar nuestra
intimidad o nuestras obligaciones entrarán ahora a saco en ellas.
En las próximas fiestas de Navidad, todos estaremos con el
telefonito de la videollamada como los niños a quienes los Reyes
les trajeron un gualquitalqui de juguete:
-- ¿Me ves bien? Pues yo a ti te veo
perfectamente...
Como en todos estos inventos al principio, por
la videollamada solamente diremos tonterías acerca del propio
cacharro en s�, deslumbrados por el avance. Pero tendr� muchos
objetores. Como mi suegra Ignacita, que aunque cordobesa de
Pueblonuevo, me ha resultado personaje gaditano de Pemán. Como las
tías del televisor pemaniano. Fernando, todo ilusionado, cuando su
abuela estaba viendo el invento, le dijo:
-- Abuela, pues en el próximo viaje te traigo un
teléfono de éstos para ti. Y as� cuando te llame nos podemos
ver...
Desde su infinita coquetería femenina, rechaz�
muy digna el regalo:
-- S�, para que cuando no haya podido ir a la
peluquería me veas toda despeinada. No, hijo, no: mejor que me
llames por el teléfono de siempre, que as� nunca me pillarás en
bata ni despeinada.
Supongo que en el marketing de la telefonía de
tercera generación habrán contado con el eterno de la coquetería
femenina para las videollamadas. Son teléfonos para hombres, que
nos da igual cómo nos vean, no para señoras que no quieren que las
vean as�, sin pintarse, ni peinarse, ni vestirse. La solución ser�
que tal como ahora dan llamadas gratis por los nuevos teléfonos
que se compran, por los de videollamadas den a las señoras bonos
para la peluquería. A fin de que siempre que las llamen no
solamente puedan hablar, sino que salgan como son: guapísimas. ¡La
cantidad de gente que no conocemos de nada que se nos va a meter
en la salita con las videollamadas, y yo con estos pelos!