En nuestro mundo
hay bienes escasos , que a toda costa tratamos de preservar, ante
apocalípticas predicciones de hambrunas y carestías. El agua es un
bien escaso, y dan escalofríos las cifras que nos indican la
cantidad de criaturas que tienen que vivir en el Tercer Mundo sin
lo que nosotros derrochamos: el caño libre al abrir el grifo. El
petróleo es un bien escaso que gastamos como si lo regalaran en
forma de gasolina o de gasoil. Y sobre cuyo precio, por mucho que
suba, siempre hay quien hace el mismo chiste:
-- A mí me da igual que suba la gasolina. Total, yo
siempre le echo al coche treinta euros...
Son los bienes escasos tangibles. Pero hay
bienes escasos intangibles, cuyos recursos parece no que se están
agotando, sino que se han acabado totalmente, de raros que son. La
buena educación, la moralidad, los principios éticos, el respeto a
la autoridad de los padres y de los profesores son bienes escasos.
Sobre los que incomprensiblemente no se pronuncian los
ecologistas, los organismos de la ONU, las conferencias
internacionales del desarrollo sostenible. La poca vergüenza,
pongo por caso, ha llegado a un grado de desarrollo totalmente
insostenible. Un viejo profesor universitario, hombre de
principios, de los que igualan con la vida el pensamiento, me
suele decir:
-- Va quedando tan poca gente con vergüenza, que
a este paso tendrán que crear una reserva ecológica, para que
puedan preservarlos como las especies en trance de extinción que
son.
Y sin meterse en esas honduras de los principios
morales o éticos, en los que algunos juzgan escandaloso y a veces
hasta ofensivo que simplemente se defienda la doctrina de la
Iglesia, también son bienes escasos antiguos usos sociales
elementales como la cortesía y la caballerosidad. Son los
lubrificantes de la convivencia en las sociedades avanzadas y
maduras, como por la boca chica dice que quiere ser la que aquí va
en la cuesta abajo en la rodada de la degradación colectiva. Como
nuestros campeones de automovilismo y de motorismo anuncian los
aceites para motores de coches, deberían también hacer la
propaganda a este lubrificante de las relacionas sociales que son
la cortesía y la caballerosidad.
Cada vez quedan menos caballeros, y los pocos
ejemplares de esta especie en trance de extinción deberían ser
protegidos en esas reservas naturales que decía mi amigo el
catedrático universitario. En la carretera, concretamente, cada
vez quedan menos. ¿Se acuerdan de aquellos "caballeros del
volante", como tópicamente llamábamos a los camioneros? Casi todos
deben de haberse jubilado, y los que lo han sustituido no han
heredado, con el puesto de trabajo, aquel sistema de valores,
aquel Código Caballeroso de la Circulación no escrito, que todos
aplicaban y respetaban. Un lector de estos artículos, profesor, me
hace ver algo que había advertido en las carreteras, pero que
hasta ahora no había visto puesto negro sobre blanco. Me dice:
"Pero estas letras son para comunicarle el sentimiento de
indefensión que siento todas las mañanas cuando tomo la autopista
de Huelva para ir a mi trabajo desde Gines a La Palma del Condado.
Y es la forma en que echo de menos a los antiguos camioneros de
mis principios de conducir por los años 70. Los que cuando ibas
por esas carreteras de España te ponías detrás de uno de ellos y
esperabas que te dieran paso de la forma más segura posible,
encendiendo la luz verde que llevaban en la trasera. Aquellos
camioneros que sin pedírselo te daban paso cuando no había peligro
para ti y que saludabas con la bocina como si fueran amigos de
toda la vida al momento de adelantarlos. Las formas corteses y
amables de que aquellos caballeros de la carretera se han
convertido en estos suicidas que porque tienen un monstruo inmenso
en sus manos se tiran al carril de la izquierda y no miran ni por
el espejo retrovisor, y vas tú y tienes que frenar casi en seco
para no impactar con su trasera. Raro es el día que no me hace
esto alguno. Y hoy, de aquí el escribirle, uno por la mañana y
otro a las tres de la tarde, a mi vuelta del trabajo. Al de esta
mañana, cuando lo adelanté cuando pude, le dediqué una pitada
larga y él me respondió con una serie de pitadas de las de
musiquita, de las de guasearse de nosotros. Me gustaría que
dedicara cuando usted pudiera unas líneas para estos conductores
que tienen de todo, menos de aquellos caballeros de antaño, o no
tan de antaño, de hasta hace pocos años.. Que conste que no todos
son así, pero estadísticamente tengo comprobado que abundan más
los de la nueva ola que los caballeros del volante de siempre.
¿Por qué se fueron aquellos camioneros y quedaron éstos que no sé
qué nombre ponerles? A su saber lo dejo."
Pues mal me lo deja usted, lector querido,
porque tampoco habré de ser yo quien ponga un término fuerte, en
el que, como suele ocurrir, el mal talante de unos pocos acabe con
el prestigio consolidado de todo un gremio, que la caballerosidad
de los camioneros sí que es una comunidad histórica, como ahora
reclama todo el mundo. Lo que sí pongo, y con todas sus letras, es
que mucho hablar con preocupación del agua o del petróleo como
bienes escasos, y nos estamos quedando sin caballerosidad. Y casi
nadie la echa en falta.