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Anteriores entregas de "Jazmines en el ojal"


Domingo, 28 de noviembre de 1999

Antonio Burgos: Jazminez en el ojal

 

Estas niñas como antiguas

DE PRONTO LAS NIÑAS SE HAN PUESTO antiguas. Con sus lazos de seda en la cabeza y sus trajes de organdí, parece que se han echado a andar por nuestras calles todas las niñas antiguas de los álbumes de fotos familiares. Me parece que estas niñas de los lazos de seda que te las encuentras con sus madres de tiendas, de paseo, han salido de aquella lata de carne  de membrillo de Puente Genil con un retrato de la Reina Doña Victoria Eugenia, guapísima, un escudo real y un pintado lazo con la bandera de España, donde mi madre guardaba sus fotos de muchacha, las que mi padre le enviaba en cartas de novio desde el frente de Teruel, nuestras propias fotografías de niños de los años del hambre, que ahora los años sepia de la nostalgia.

Son las venturas del control de natalidad. Cada año, cuando empieza el curso, dicen los miles de plazas que sobran en las escuelas, en los institutos, porque cada vez nacen menos españoles. Dentro de nada, la disminución de la tasa de natalidad acabará con la masificación de la Universidad. Ya son un recuerdo los excedentes de cupo en los sorteos de los quintos. Sobraba gente para todo. Para ir a la guerra, para llenar las escuelas, para pasar hambre. Las familias tenían más niños, decían en mi pueblo, que el carro de la nieve. Los niños nos vestíamos de cualquier manera. Heredábamos los trajes de nuestros padres. Esas máquinas de coser Singer han hecho milagros en la miseria de la cortedad económica de las casas de España. Nuestras madres cogían un traje viejo del padre y hacían milagros con la colaboración del señor Singer. Lo volvían para que no se le viera a la tela la rozadura de los codos, nos hacían hasta solapas a la moda, con tres, con dos, con los botones que se fueran llevando. Tenían el inconveniente de que el bolsillo del pecho nos quedaba al lado contrario, al derecho. Pero como todos los amigos tenían también el bolsillo del pecho en el lado derecho, todos sabíamos que vestíamos con los viejos trajes vueltos de nuestros padres. Y gracias habíamos de dar al cielo por nuestra relativa prosperidad, que los niños todavía más pobres llevaban chalecos de punto como de "pachtwork", hechos con los cuadraditos que tenían las caritativas agujas de las señoras de la catequesis parroquial. Y llevaban los niños todavía más pobres aquel pantalón con una sola tiranta de la misma tela que le cruzaba el pecho como la bandolera de un guarda jurado de la Renfe. Eran la indumentaria de las miserias.

A las niñas siempre las cuidaron más. A las niñas nunca les faltaron sus vestidos con pecheras de punto de avispa, sus organdíes, sus encajes. Y sus lazos en el pelo. Eran el signo de la feminidad, los lazos de seda en el pelo. En el colegio de la Doctrina Cristiana donde estudié las primeras letras, estábamos en clases separadas, naturalmente, los niños y las niñas. Y cuando los niños nos portábamos mal o no habíamos hecho los deberes, recibíamos un castigo tan cruel como terrible. La Señorita Benita, una maestra que tenía hasta bigote y era de armas tomar, hacía subir al mal alumno hasta la tarima de su mesa, pronunciaba unas palabras de escarnio y repudio públicos sobre sus maldades y acto seguido, solemnemente, arrancaba una hoja cuadriculada de un cuaderno de Aritmética y hacía con ella un lazo de papel. Hecho el lazo, lo amarraba con una tosca cuerda de esparto. Y así dispuesto, se lo colocaba en la cabeza al castigado, anudándoselo con la cuerda bajo la barbilla como el barboquejo de un sombrero. Hecho lo cual, anunciaba como en ángel del paraíso el castigo que se le iba a imponer:

-- ¡Ea, hoy todo el día en la clase de las niñas...!

Y allá, con burlas y chanzas era recibido el díscolo cuando la Señorita Benita lo hacía entrar entre aquellas niñas de los tristes, negros uniformes con blancos cuellos duros, sólo alegrado por la seda de los lazos de sus cabezas, que sólo podían ser blancos, no rojos, ni azules, ni de todos aquellos vivos colores en que se los ponían a nuestras hermanas los días que no había colegio.

Veo ahora a estas niñas de los lazos en el pelo, y me recuerdan a aquellas niñas amigas de mis hermanas. A aquellas niñas del universo literario de los libros para niñas. Así como estas niñas de ahora iba vestida Celia, el personaje de los cuentos de Elena Fortún ("Celia lo que dice", "Celia lo que hace") en cuyas portadas vimos por vez primera la lámpara maravillosa del escudo del editor Manuel Aguilar, cuyos tesoros encuadernados en piel de obras eternas y de obras completas habríamos de descubrir mucho más tarde. Así como estas niñas de ahora iba vestida Antoñita La Fantástica, otro mito del universo de los libros de las hermanas. Unas niñas que en cuanto crecieran un poco se iban a convertir en la Florita de aquel tebeo, en las imitadoras de Leslie Caron que leían cada semana el "Chicas", porque eran unas modernas en aquel mundo tan escurialense, tan de Castillo de la Mota, de las regidoras de la Sección Femenina.

Me alegra ver a estas niñas tan bien vestidas, contemplar que las tiendas de ropas de niña son ya tan importantes como las de modas de señora. Señal de que se les echa más cuenta a los hijos. En cierto modo, los hijos son siempre un espejo de los deseos que sus padres no pudieron realizar. Estas niñas de los lazos de seda de ahora son las hijas de aquellas muchachas que no se quitaban los vaqueros, a las que sus padres vestían de aquella manera. Si con ellas sus madres pasaron al otro lado del espejo de Alicia vistiéndolas ahora como ellas querían ser vestidas entonces, nada digo de sus abuelas. Pienso en las abuelas de estas niñas de los organdíes y los lazos de seda, y para ellas sí que tiene que ser como un sueño esta prosperidad que permite vestirlas así. A todos nos hacen más jóvenes, pero sobre todo a ellas. Besan a sus nietas en un punto, sin que les falte un perejil, y se creen que tienen una Celia de verdad en casa, una Antoñita La Fantástica que es el mejor, el más feliz cuento que nunca pudieron leer de niñas.


Anteriores entregas de "Jazmines en el ojal"

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Un parte de bodas
La cal de toda la vida
No sé qué ponerme
Una talega en el Palace
Un puro en los toros
Como un cuarto de invitados
Las maletas de Isabel Preysler

 

ABEL INFANZON "LA ESE 30"         PUNTAS DEL DIAMANTE          RECUADROS DE DIAS ANTERIORES

 

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