Care Burge:
perdona que esta salutación, más romana que las plumas del Pelao
y del Mono juntas, me haya salido con nombre de hamburguesería,
pero cosas peores estoy viendo que este año acaecieron en la
Nueva Jerusalén que es Híspalis y donde procurador sigo siendo,
y por dos veces: una intramuros, cabe la huerta de Macarius,
extramuros otra, donde la Calzada, naturalmente que romana. Como
muchas veces en la sabiduría popular citas, me tengo por inventor
de la Semana Santa. Que hasta a mi santa madre (que Zeus tenga en
su Olimpio) nombran algunos, cuando recuerdan que, si no tiro de
palangana, dejo al senatus populusque hispalensis sin Semana
Santa. Estoy muy preocupado porque Híspalis no es ya lo que era.
Y porque, testigo como soy de cuanto ocurrió en la verdadera
Jerusalén, me apena lo acontecido en la fingida jerosolimitana
Híspalis. Sabes que soy como mis colegas Josephus Turris y
Alifredus Mons Seirinis: no me mojo y me lavo las manos; ellos,
sin palangana siquiera. Pero en esta ocasión he de mojarme.
Porque a Jesús el Nazareno, con la de perrerías que sufrió en
Jerusalén, no le hicieron desprecios tales como los fariseos
encapirotados hispalenses en la Madrugada tristemente famosa de la
Luna del Parasceve. No un tropel de gentuza en retirada, no unos
petardos tirados por otros que más petardos eran, sino el cielo
mismo se rasgó en Jerusalén, con grande estrépito, y nublóse
el día. Y Jesús no fue abandonado por los suyos como lo fue en
Sevilla. Ni María salió corriendo, ni salió tirando sillas
José de Arimatea, ni buscó Juan refugio en un portal, y eso que
de medio parguelón fama en toda Judea tenía. En la Campana del
Calvario permanecieron todos, como hermanos de Cristo que eran,
tragando quina con El, y no como los macarenos, y los trianeros, y
los egiptanos, y todos los que de capa visten en la noche
hispalense de la Luna del Parasceve. Por cobarde hubieran tomado
en Jerusalén a quien, al oír el trueno de las tinieblas, hubiera
salido de juannajela con la jindama del jindoi, tajelando, cual el
alférez que el guión de la fe de los egiptanos portaba.
En cuanto a
la Legio Tercia, ay, Macarena, no merecedores son en su piquete ni
en su gandinga de portar el pájaro con la invicta Aguila del
Imperio. Ni el águila de la cerveza que ha comprado la Cruz del
Campo merecen, que es voz común que huyeron y se refugiaron
precisamente en las andas del cortejo de los egipcianos y otros
pueblos bárbaros no romanizados. Mucha influencia habré de
ejercer en su columna de la Alameda ante César para que no me
ordene ejecutar cuanto se debe en estos casos de deserción ante
el enemigo, cual que la Legio Macarena sea diezmada, y degradados
todos los cobardes a soldados romanos del Santo Entierro, por
malages y por cangueli.
El sumo
sacerdote de Híspalis también me ha dado pena, por felicitar a
los que huían, olvidando lo que ponía en su papeleta de sitio,
que debían acompañar a sus sagradas imágenes en estación al
Templo Mayor. ¿Huyen acaso cuando llueve? ¿Dejan solas por el
agua a sus imágenes? ¿Por qué entonces han de huir cuando
ocurre en la Jerusalén Hispalense apenas la mitad del cuarto de
cuanto aconteció en la verdadera? Me apena cuanto te digo, care
Burge, pero te sé hispalense por el plan antiguo que conmigo
sufres estas desgracias. Cuando vayas a mi Casa, da mis memorias
al Dux Segorbensis, y dile que conserve mi Via Crucis, que es lo
único no profanado por los dineros y las ansias de figurar que en
Híspalis queda. Cura ut valeas.- Poncio Pilatos