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No
sé ni el nombre de la tiendecilla. Ni en qué epígrafe
de la licencia fiscal la metería. ¿Despacho de pan y
tortas, tan clásico? Es algo más. ¿Tienda de
ultramarinos? Es algo menos. ¿Dulcería y pastelería? Lo
es, pero sólo en parte. En el barrio y aquí en casa la
conocemos con un nombre que lo dice todo: la tienda de los
desavíos. La tienda de los desavíos es algo así como
siete mil millones de veces más chica que Pryca. En
Continente caben por lo menos trescientos o cuatrocientos
mil locales como la tienda de los desavíos. La tienda de
los desavíos es un pañuelo. Un escaparate con botellas
de güisqui y de cerveza, con cajas de polvorones cuando
es el tiempo, con bombones, y con los letreros del alto y
útil papel social que cumple. Letreros escritos a mano
donde se informa que hay bocadillos de choper y de
mortadela dasitunas, nutricios y elementales, y que hay
litronas frescas y latas de cocacola como la nieve. Una
cancela y un toldo completan las instalaciones de la
tienda de los desavíos. Cancela importantísima, porque
cuando es el invierno y anochece a las 6, la calle está
como la boca del lobo, y con la cantidad de drogaditos
(etimología popular y conmiserativa de los drogadictos)
que hay, están siempre a pique de un repique del atraco.
La tienda de los desavíos, cuando llega la hora de los
disturbios, echa la cancela, o, sin echarla, tiene
dispuesto el interior a modo de blindada farmacia de
guardia, de modo que queda comunicada por el exterior por
un solo como portillo del Pardornelo o de la Canda, por
donde te dan a deshoras, siempre a deshoras, la media
docena de huevos que te faltaban para la tortilla de la
cena, el cartón de leche que se te olvidó comprar en el
supermercado, la viena o el bollo que hacen falta porque
un amigo del niño que está con él preparando el examen
se va a quedar a comer.
La tienda de los
desavíos trabaja sobre todo artículos mucho más de
primera necesidad de cuanto se cree, como la palmera. En
sus dos variedades u observancias en que se dividen sus
legiones de fieles: ora la palmera de huevo, ora la
palmera de chocolate. Como es mucho la tienda de los
desavíos del bocadillo ya preparado, gloria de
albañiles, primor de estudiantes que han de volver en el
Damas a su casa de La Palma del Condado. El bocadillo ya
preparado, ese pedazo de viena con el choper dentro, es
una maravilla de la "fast food" que al señor
MacDonald se le ha ido viva.
Bueno, pues la
tienda de los desavíos no tiene el menor problema de
horarios comerciales. Sea Jueves Santo por la tarde, sea
tarde de la Nochevieja, sea domingo de Feria, si eres
adicto a la palmera de huevo y no la tienes en casa, allí
está la tienda de los desavíos para servírtela. Ni las
grandes superficies ni los hipercores han hecho daño a la
tienda de los desavíos, que ahí está, abriendo cuando
quiere, que es siempre, y cerrando cuando puede, que es
nunca. Tengo en mi barrio la gloriosa tienda de los
desavíos pero las he visto por toda Andalucía. Ay,
benditas tiendas de los desavíos del barrio gaditano de
la Viña, donde se compran en domingo las mejores latas de
anchoas de Bermeo del mundo...
Así que no sé a
qué viene este revuelo de horarios comerciales. Las
tiendas de los desavíos han resuelto hace muchos lustros
el problema de los horarios comerciales sin el menor
escándalo. Lo que tiene que hacer todo el comercio es
imitar a la tienda de los desavíos. Pues menudo BMW tiene
la dueña de la tienda de los desavíos...
Biografía
de Antonio Burgos
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