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El
cateto es una institución andaluza como otra cualquiera, cual
el Defensor del Pueblo o el Tribunal Superior de Justicia. Sin
catetos no se explica nuestra tierra. Todos somos catetos.
Servidor, por ejemplo, es un cateto del Viso del Alcor, y a
mucha honra. Que levante el dedo quien no tenga un abuelo
cateto. Los caballeros de las tres Maestranzas andaluzas
(Sevilla, Ronda y Granada) se pasan la vida probando apellidos
de tatarabuelos catetos. Ilustres, pero catetos. Cuanto más
hidalgos de pueblo, mejor. En Andalucía hay gloriosos catetos
universales. Juan Ramón Jiménez era, más que "el andaluz
universal", el cateto universal. Un cateto de Moguer que
ganó el Nobel escribiendo un libro sobre su pueblo. Dio
dimensión universal a Aguedilla, la pobre loca de la calle del
Sol que le mandaba moras y claveles. Los catetos universales no
sólo pertenecen a la Historia, sino que los hay, dignísimos,
ahora. En Antequera, por ejemplo, está Muñoz Rojas, un
glorioso cateto de Oxford que escribe perfecto, universalizando
las cosas del campo. En Sanlúcar de Barrameda, Caballero
Bonald, un cateto genial que tiene al fondo todas las historias
de los galeones de la Flota de Indias.
Esta especie andaluza
del cateto universal, que se sabe cateto, es altamente
beneficiosa para nuestra cultura. Los peligrosos son los otros:
los catetos que no saben que son catetos y además se creen
modernos. Son los más dañinos. Son los que más desprecian lo
propio. Saben que valen tan poco ellos mismos, tan ruines, que
aplican ese rasero a cuanto les rodea:
-- ¿Pero cómo iba a
valer un duro La Hoz, si cuando estaba en Córdoba yo tomaba
café con él todos los días?
Por eso el cateto
moderno se queda boquiabierto ante todo lo que viene de fuera.
Es lo que ha pasado a los catetos con Puerto Triana. Sevilla
tiene un alcalde cateto, y se nota bastante. Tiene no sólo el
pelo de la dehesa, sino el billete de Los Amarillos en el
bolsillo. Esta Sevilla cateta, genuflexa ante lo que viene de
fuera, le ha encargado Puerto Triana a Ricardo Bofill, por el
mero hecho de ser de fuera. ¿No hay arquitectos en Sevilla?
Sí, más que albañiles. Pero son de Sevilla. ¿Cómo va a ser
bueno nada nuestro? En Sevilla están Antonio Cruz y Antonio
Ortiz, a los que les encargan obras de todo el mundo; está
Vázquez Consuegra. Pero no son de por ahí, y los catetos
suficientes e ignorantes los desprecian. Tan catetos, además,
que plantean esto de Bofill como un desagravio. No les pareció
bien que el comisario del 92 fuera Olivencia y ahora le regalan
el sobrero a Bofill. Esto del desagravio es lo más cateto de
toda esta lamentable catetería del encargo a Bofill, en la
ciudad de los arquitectos de la vanguardia mundial. De milagro
no han organizado un triduo de desagravio.
Barajaron muchos
nombres, todos de fuera, naturalmente: Norman Foster, Santiago
Calatrava, Rafael Moneo, Oscar Tusquets. Al final, le dieron
Puerto Triana a Ricardo Bofill. Piensen en los enormes méritos
de El Prestigioso, de Bofill. A ver: ¿qué otro
arquitecto tiene un niño niñato que salga en las revistas y en
los programas del corazón? ¿Quién conoce a Calatravín, a
Fosterín? Nadie. En cambio, todas las marías conocen a
Bofilín. Ahí es nada, entregar La Cartuja, para que haga ahora
todas las perrerías que no pudo en el 92, al ex consuegro de
Isabel Preysler. So catetos...
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