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Sevilla con sevillanos

y Puntas del Diamante

 Antonio Burgos

El Mundo de Andalucía,  domingo 21 de marzo de 1999


Fernando Parias, el alcalde de la transición

Fernando Parias Merry

Fernando Parias Merry

 

Cuando los irlandeses de cerveza negra y pastel de cebolla celebraban el otro día la fiesta de San Patricio en la vieja ciudad del Colegio de los Irlandeses, nadie podía pensar que el cónsul de Eire, aquel caballero alto y erguido, de traje de franela, de lustrados zapatos de piel de anca de potro, al que algunos llamaban Mister Merry, pudiera haber sido en un tiempo alcalde de la ciudad de Sevilla. Entre los irlandeses de Sevilla, de los que es cónsul ad honorem y con servidumbre y ejercicio de acudir a Sevilla 1 a atender a eventuales presos de aquella nación, Fernando Parias Merry parece un irlandés. En la caseta del Lebrero de Jerez, Fernando Parias Merry parece un Domecq, si no fuera por los rizos de su cabeza de jinete. Viendo las cofradías en el Aero de Sevilla, Fernando Parias parece cuanto es, un Parias, y encima Merry, nieto por una cuna de don Pedro Parias y por la otra del general Merry, el último que en Sevilla calzó espuelas y plumas en el penacho del celeste uniforme militar de gala. Suele decir este alcalde de la Sevilla de la transición a quien apenas se recuerda como alcalde de la transición que siempre que España lo necesita hay un Parias dando la cara en cumplimiento de sus ideas. Las ideas políticas del nieto de don Pedro Parias y del general Merry no eran las de la generación de sus abuelos. Eran las ideas de un sevillano de Heliópolis que estudió en el colegio Claret y se formó como ingeniero lejos de este ciudad de abogados de secano y peritos agrícolas del Cortijolcuarto. Fernando Parias se hizo doctor ingeniero industrial en Barcelona, en 1967, un año antes del mayo francés, y se le notaba bastante cuando volvió a la cerrada Sevilla, a trabajar en Arquinde, a la sombra del precursor arquitecto Rodrigo Medina. Era en el mundo el tiempo de Juan XXIII, de los Kennedy, del "aggiornamento" y la doctrina social de la Iglesia. Los albores de la apertura en España. Un hombre de la que entonces se llamaba "la generación del Príncipe", en la preocupación por el futuro del "después de Franco, ¿qué?" Pero era en Sevilla todavía el tiempo del mandarinato de los gobernadores civiles, del control de todo cuanto se moviera por el aparato falangista apalancado en la Jefatura Provincial del Movimiento de la calle Castelar, donde hoy está la Delegación de Cultura.

Fernando Parias llegó al mejor sitio, el sillón de alcalde, en el peor momento: el fin de la dictadura. En nombre de una tertulia de jóvenes inquietorros había tenido la valentía civil de ir a plantear cambios y, en el deseo madrileño, que no sevillano, del régimen de iniciar cambios desde dentro, le ofrecieron la Alcaldía. Parias estaba por lo que había de venir, no por la perpetuación del "bunker" de la calla Castelar. Y había de venir también la hora del 20 de noviembre de 1975 en el reloj de la Plaza Nueva, que le cogió con el bastón de alcalde, entre oscuras maniobras de los falangistas por quitarlo del sillón, porque a sus ojos Fernando Parias era demasiado liberal y, como Hermelgildo Altozano años antes, no se había puesto en su vida la camisa azul. Ideología aparte, era demasiado elegante como para ponerse aquella camisa que se había convertido en el uniforme de trabajo de los ordenanzas de la delegación de los Sindicatos Verticales en el Duque, hoy sede de CC.OO.

El cambio de régimen hubiera sido distinto en Sevilla si en la Plaza Nueva hubiera estado un falangista y no un caballero liberal. Pero como Parias no estaba por la ruptura de la izquierda ni por el inmovilismo del franquismo, sino que apostaba (quizá antes de tiempo) por la reforma política y por la Monarquía Constitucional de Don Juan Carlos, fue pregonado tanto por la derecha a la que pertenecía como por la izquierda de la ruptura. En la primera visita de los Reyes a Sevilla, Parias fue el primero que gritó en público "Viva Andalucía" (Patio de la Montería del Alcázar, mayo, 1976). No queda ese recuerdo. Queda, en cambio, la infamia de las asociaciones de vecinos manejadas por el PCE y los ocho o nueve que entonces eran el PSOE, manifestándosele en la Plaza Nueva al grito de: "Alcalde, chorizo, te quedas con los pisos".

-----------Puntas del Diamante-------

IVITA, MI AMOR.- Su mujer, María Luisa Halcón Alvarez-Ossorio, fue Mujer Ideal de España. Una mujer Telva, con mucho estilo y encanto. En una entrevista recordó la frase que le dijo cuando le propusieron la Alcaldía: "Ivita, mi amor, que me quieren hacer alcalde..." Palabras con que trataron de ocultar los títulos que la Prensa del Movimiento puso a la entrevista: "El nuevo alcalde de Sevilla bordea las Leyes Fundamentales al defender la Monarquía Parlamentaria de partidos".

LA VISITA DE UN KENNEDY.- José Luis Pablo-Romero, Joselito García Carranza, Uruñuela, Olivencia eran algunos de los miembros de la tertulia en cuyo nombre Parias visitó al gobernador Leyva e, Ivita, mi amor, lo hicieron alcalde. En su preocupación por las cuestiones públicas, aquella tertulia tuvo la osadía de invitar a Sevilla a Edward Kennedy. Lo que era una acción política fue también manipulado, y en los periódicos locales sólo pudo a verse al senador americano como invitado de los Guardiolas en una tienta en El Toruño y no como interlocutor del modelo de futuro político con unos jóvenes inquietos... e inquietantes.

CIMIENTOS DE LA EXPO.- Fue el alcalde que acabó con las últimas chabolas, el que hizo el pantano del Gergal, Mercasevilla. Y el que puso las primeras piedras de la Expo. A saber: el nuevo trazado ferroviario y el proyecto de hacer la estación en Santa Justa y, lo más importante, el rescate de La Cartuja para Sevilla, en el proyecto de quitar la corta de Chapina y hacer volver a correr el río. Gracias a aquella operación, Sevilla tuvo los mimbres para el cesto de la Expo: el ACTUR de La Cartuja y los terrenos que permitieron el PGOU y la expansión de la ciudad al suprimir el "dogal ferroviario" y las estaciones de San Bernardo y Plaza de Armas.

EL ÚLTIMO HÚSAR.- Ha hecho varias veces el camino de Santiago a caballo. Monta todos los días, en Pineda, o en "La Noria" de Joaquín Romero Murube, hoy de Luis Ramos Paúl. Es, pues, todo un caballero en el estricto sentido de la palabra. Caballero del XIX en el XXI. Con razón Gómez Marín, su rojo de cámara, lo ha llamado "el último húsar". Un húsar que ha mejorado mucho con la edad.

 

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