ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO
Tranvías por la Avenida
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El
Metro va a poner a circular por la Avenida una nostalgia. Un
tranvía llamado deseo o Metrocentro. Los sevillanos nos
dividimos en dos grandes grupos: no sevillistas y béticos, no
socialistas y populares, no etcétera y etcétera. Nos dividimos
en los que nos subimos al tranvía y los que no lo han conocido.
Quitar el tranvía fue una de tantas barbaridades que hizo la
dictadura. Manque ecológico y no contaminante, lo quitaron como
una victoria de la modernidad de entonces. Perdimos los cielos
con cables del tranvía. Mas como Romero Murube no escribió de
los tranvías que perdimos, los romeristas profesionales no los
han echado en falta.¡Oído, cocina, marchando una de elegía por
los cables del tranvía que perdimos! Sin los que, de momento, no
hubiera existido «Al cielo con Ella» en la voz de los capataces.
Existe gracias a los cables del tranvía de Almirante Apodaca,
donde está la Hemeroteca. El Balilla, aquel costalero histórico,
me lo contó cuando estaba como todos los días vendiendo lotería
en el patio de operaciones del Banco Bilbao de la Plaza Nueva.
Viernes Santo por la mañana. El palio de Los Gitanos, como el
tranvía de Nervión, el 25, va por Almirante Apodaca. Lo manda el
capataz Salvador Dorado. El Gordo Penitente. El cargador del
muelle, miliciano de Triana y oficial del Ejército Popular que
evitó que los rojos (sí, he puesto los rojos, ¿pasa algo?)
quemaran al Cachorro en el 36, por lo que terminada la guerra no
lo fusilaron los nacionales. Está el palio parado en los
Juzgados. «Venga ya esa levantá», dice el fiscal. Y El Gordo,
tras mirar a los cables del tranvía, para animar a su gente,
antes del golpe de martillo grita:
-¡A los cables con Ella!
Al Balilla, que va de patero y es el poeta de guardia que
Sevilla siempre reserva para estos casos, los cables del tranvía
le parecen demasiado prosaicos para la Virgen de las Angustias.
Y, voz de alpargata y sudor tras el faldón, corrige al
Penitente:
-¡No, a los cables, no! ¡Al cielo con Ella!
Un repeluco habrá usted sentido, como yo ahora, viendo ese
cimbreón de la candelería, Como una saeta de Manolo Mairena: «Levantá
de Las Angustias/ con las claritas del día./Suben al cielo con
Ella,/no a los cables del tranvía,/porque El Balilla la lleva».
Angustias con aquel manto tan pobrecito. Aquellos Gitanos de
Joselón y de Joselito Lérida iban como de prestado, de Tapias de
Cobián, en los esplendores de la Madrugada. Y, para más guasa,
con los picoletos junto al paso que pagó Manolo Carreras, como
los pasadores de brillantes de ese Señor con El que los que son
más blancos que un olivo no sé qué confianzas se toman con eso
de Manuel.
Espero del alcalde que tenga el buen gusto de poner el tranvía
de la Avenida con todos sus avíos: sus cables, sus vías, su
trole, su tranviario moyatoso pegándose el lambreazo al parar en
El Coliseo. Sobre todo sus cables. Si interesante es ahora ver
las cofradías en la Avenida, una secreta y desconocida segunda
Campana donde la cuadrilla de Palacios echa el resto en la
chicotá de la muy torera Caridad del Guadalquivir de Paco Lola,
nada digo de cómo va a ser aquello de apasionante con los cables
del tranvía. Los capataces aprenderán a levantar un palio bajo
los cables con aquella elegancia del difunto Rafael Franco,
pulgares en los bolsillos del chaleco del terno negro. Y
volveremos a ser niños (¿no, Luis Rodríguez Caso, no, Jesús
Creagh?) cuando junto al palio veamos otra vez al tío de la
hermandad que lleva la caña larga, larga, larga, con la que
levanta los cables del tranvía.
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