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Suele
ocurrir todos los años por estas fechas oficialmente otoñales.
Ni el membrillo, con su ojú qué calor, retrasa la secreta
delectación del gozo. Es siempre una noche primera de otoño, al
volver a casa. Ya me ha pasado en este septiembre que se va,
agosteando calores. Nos viene de pronto el hondo, aceitoso,
cercano, maternal olor de la dama de noche. Ahora he sabido el
por qué del prodigio anual de esta fragancia, gracias a la magia
de los duendes de Sevilla, de Narilargo y Rascarrabia,
realquilados no sé si de Julio César o del capitán de los armaos
en las murallas de la Macarena, tan modernos y hodiernos que se
han hecho un loft con deuvedé y plasma en el Torreón de la Tía
Tomasa y lo han amueblado de Ikea.
Sostienen Narilargo y Rascarrabia que igual que cuando el
invierno busca las tablas de los palcos en la Plaza los naranjos
en flor son anunciadores de la primavera de incienso y tambores,
en estos días el olor de la dama de noche nos pregona la llegada
de esa segunda, desconocida, hermosa, deleitosa segunda
primavera de Sevilla que es el venidero otoño de tamizada luz no
cegadora, que aportará el día que menos lo esperemos, sin que
tampoco nadie sepa cómo ha sido. Cuando un forastero me pregunta
qué época es la mejor del año para venir a conocer Sevilla, no
lo dudo. Contra los tópicos de abril le digo sin dudar que el
otoño. O los otoños. No hay una sola primavera. Hay muchas. La
primavera de los capirotes colgados en la Alcaicería no tiene
nada que ver con la primavera de los cohetes del Rocío
estallándole al cielo de Triana en tardes de novena. La
primavera de la mañana de enganches en la calle Adriano, nada
con la mañana de plata antigua en el Corpus de La Magdalena. Y
al otoño le pasa tres cuartos de lo propio. El otoño de estos
días con las calores de San Miguel no tiene nada que ver con el
otoño del cielo color panza de burra y la espada de San Fernando
del día de San Clemente. El otoño de cubos y zancos de blanquear
en el cementerio, nada con el otoño de alhucema en la copa y
primeros corchos para el Nacimiento en La Venera. Hablamos del
calor y las calores y podíamos hablar de los fríos y el frío.
Antes que llegue el frío de Todos los Santos vendrán los
primeros fríos de echarle mano al cobertor por las noches. La
dama de noche, duende sevillano que desconfía de esta calor,
trasmina ahora en su segunda floración anunciando, previsora,
los fríos.
Y habrá luego otro secreto, desconocido segundo anuncio floral:
las jacarandas. Las virreinales jacarandas tienen también dos
floraciones. La floración primera de la jacaranda es sorpresa de
abril, cuando un día vas por El Cristina y entre el verdor
descubres esos hermosos brotes de azul de los árboles que parece
que hubieran llegado a Sevilla con los últimos galeones de la
Flota de Indias. Entonces nace en las jacarandas la flor antes
que la hoja; se ponen azulencas antes que verdes. Ahora te darán
la segunda sorpresa esas hojas verdes que están paladeando la
nostalgia de las azules flores que cayeron al suelo como para
que las pisara la Custodia. Entre el verde tupido, con otro
color más intenso, damas de otoño en la plenitud de su belleza
madura, el azul de la segunda floración de la jacaranda. Tienen
color de tinta de tampón que certificase la hermosura de esta
desconocida segunda primavera de Sevilla. En la terraza, el
libresco jardín lunero, tan sevillano, no quiere saber nada del
almanaque. Para mi jazminero siempre es primavera, como esta
venidera segunda estación en la que contemplaremos un andaluz
misterio gozoso: a los pies de la gaditana Virgen del Rosario
seguirán oliendo los sevillanos nardos de la Reina de Reyes. Al
fin y al cabo, el inmarcesible azahar de la Pura y Limpia del
Silencio.
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