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Y
la nave va. Va la nao Victoria de Sanlúcar a Canarias, camino
del Japón. Va con un trozo de leyenda más a bordo. Con la
victoriosa prueba del ADN a los restos de Colón hecha. El
marcador de las certezas de Sevilla ha dado un vuelco: Leyenda,
1; Historia, 0. Son de Colón los restos de la Catedral. Los que
están junto al San Cristobalón y junto a la única Gamba que en
Sevilla no es de Mariscos Emilio, ni de Jailu, ni de La
Alicantina, sino de Luis de Vargas. El que está allí en el
crucero es Colón de todas, todas. para la poesía de la leyenda.
Para utilidad de cicerones, como el que enseñaba el monumento a
los guachisnais, y señalando las cuatro sotas de Heraclio
Fournier que puso el escultor Arturo Mélida llevando la
colombina caja, explicaba:
-Y aquí está Colón, a hombros de los Reyes Magos.
-Oiga usted, ¿pero los Reyes Magos no eran tres? ¿Quién es
entonces el cuarto?
-Un compadre de ellos, que pasaba por allí y les echó una
manita.
Todo esto lo ha corroborado el ADN colombino. Yo le haría el ADN
también al cuarto heraldo que lleva a Colón. Se confirmaría que
es, en efecto, un amigo de los Reyes Magos: Pepito Caramelos,
Enrique Barrero o Rodríguez Gautier, uno del Ateneo. Y no me
quedaría ahí. Seguiría por todas las hermosas leyendas. para que
los tiquismiquis de los historiadores, con su rigor prosaico,
dejen para siempre tranquila la lírica de repertorios
legendarios tan bellos como los de Manuel Grosso, Angel Pérez
Guerra o José María de Mena.
Si le hacemos el ADN a la Cabeza del Rey Don Pedro nos dirá que
es el mismísimo Justiciero. Otra prueba complementaria a la
Vieja del Candilejo certificará que desde su ventana oía el
crujir de sus choquezuelas. El ADN del Hombre de Piedra nos dirá
que es, en efecto, Mateo el Rubio, quien se quedó así por no
querer ponerse a portagayola, doblemente genuflexo, ante Su
Divina Majestad, por aquello de las emociones laicas. El ADN en
el órgano de Santa Inés confirmará que allí estuvieron las manos
de Maese Pedro antes que las de Enrique Ayarra. En los Jardines
de la Caridad, la estatua de Mañara cuenta os dará de la memoria
del Tenorio. Pido oficialmente el ADN de Pilatos en la reja del
Pretorio de la Casa de su nombre, donde de paso podemos hacer el
ADN a las cenizas del gallo que cantó tres veces antes que San
Pedro diera el pajarazo. (San Pedro fue el primer belmontista;
tras cortar oreja a un romano, no quiso saber nada del Gallo).
La prueba del ADN en la Giralda confirmará que se mantiene en
pie porque Justa y Rufina la aguantaron cuando el terromoto de
Lisboa y la siguen aguantando, por muchas Gigantes falsas que le
pongan. En la Sala de Justicia del Alcázar, el ADN demostrará
que aquella mancha no es de un turista guarro, sino la mismísima
sangre del Maestre Don Fadrique. En el manto de la Virgen de los
Reyes, el ADN nos dirá que aquellos pespuntes los echó San
Fernando en persona, con aguja e hilo de la Hermandad de los
Sastres, después que fuera roto por la primera saeta que rasgó
el aire de Sevilla.
Y terminada la confirmación de todas las leyendas, seguiría con
el ADN de la política actual sevillana y andaluza. Más que al
poder, la prueba del ADN a la oposición. Eso de que hay
oposición en el Ayuntamiento y en el Parlamento de Andalucía
quizá sea una leyenda que se han inventado los poetas, que no se
corresponde con la realidad. Por mucho congreso que haya hecho
el PP en Madrid y aseguren que Andalucía ha sacado aproximación
a la ejecutiva y centena de cargos, para saber que estamos sin
oposición no se necesita hacer prueba alguna del ADN. Basta el
ojo de buen cubero. Y una sábana bajera para hartarse de llorar.
Una sábana de cama de matrimonio, por supuesto.
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