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EN
el Palenque, unos focos de variedades. Un negro escenario.
Triana de esmoquin. Los Morancos. Al cerrarse el Imperial, ya no
pueden repetir el anual Broadway de la calle Sierpes, con su
temporadita particular a teatro lleno. Se lo pidió allí Jorge al
alcalde, que fue a verlos: que Sevilla vuelva a tener un teatro
de variedades. Han sido desahuciadas del Lope de Vega, que va de
exquisito y vanguardista. El Teatro Central está para otra cosa.
¿Teatros comerciales? No queda uno abierto. Y las gracias hemos
de dar: en el Imperial puso Beta una librería y no Zara una
tienda de ropa.
En el Palenque estaban Jorge y César haciendo humor. Humor
sevillano. Trianero. ¿Quién ha dicho que en Sevilla se ha
perdido la gracia? Los Morancos son como sus depositarios. O sus
destiladores. En sus oídos de artistas, deben de tener un
alambique para escuchar al pueblo. Meten la gracia popular en el
viejo perol del Bizco Pardal, de Pepe el Limpio, de Manolito
Rubio, del Gran Simón, de los Gutiérrez, del Gringo, del Chico
La Rumba. Les dan un hervor de profesionalidad. Y destilan la
gracia. Los Morancos hablan con la voz popular que escuchamos en
la calle. Las omaítas de Yosua y Yénifer existen. Quizá sea un
fenómeno como el de los hermanos Álvarez Quintero. Ante su éxito
teatral, los andaluces terminaron imitando a los personajes de
los Quintero. El espejo reflejaba la imagen y la imagen quería
parecerse cada vez más al espejo. Quizás a las omaítas del
Carrefour les pase igual: quieren parecerse a la que acuñó César
de tanto oírlas en El Tardón.
Y existe esa Sevilla políticamente dual, que retratan
perfectamente en sus dos personajes: el de derechas y el de
izquierdas, el pepero y el socialistón. Un pasillo de comedias
tradicional, puesto al día y guaseándose a fondo, en libertad
plena, de lo políticamente correcto. Todo aquello que una cierta
Sevilla piensa, pero no se atreve a decir, es lo que proclama el
personaje de César en su papel derechoso. Ole ahí el tío, con
dos co...medias. Y la abierta Sevilla sin Fronteras, la que es
joven y vive en el Aljarafe porque no tiene dinero para
comprarse un piso aquí, está en el papel de Jorge. ¿Sal gorda?
La que tiene el pescao frito de la calle San Jacinto. La misma
que había en algo tan nuestro como la Murga de la Alameda, que
donde más gustaba era en Triana. Los Morancos hacen como una
murga sin música y en prosa, elevada a Broadway según Triana.
Tienen éxito, público, triunfan con su programa de televisión.
Trabajadísimo por cierto. ¿Cuántas horas de plató, de guión, de
ensayos, de ambientación hay tras cada historia? Yo me alegro de
este éxito televisivo de Los Morancos, que rompen el chare con
La Charini. Pero me ha alegrado más aún poder verlos en lo suyo
de siempre, con lo que empezaron, haciendo de misioneros
mormones de camisita blanca con mangas cortas, corbata y la
Biblia en pasta de gracia: teatro. Haciendo teatro, enormes, en
la inmensa capacidad de improvisación, de gracia popular de su
extenso y hondo diálogo del Palenque. Sí, ya sé, son claves
locales, temas y personajes nuestros. ¿Que en Bilbao no los
entienden cuando hablan de Amate y Las Tres Mil, del autobús de
Tussam y el atasco de la Ese Treinta? Pues peor para Bilbao. Que
se joan, ¿no, César?
Y me alegré sobre todo porque Jorge está alcanzando tal
genialidad que oyéndolo pensé en un momento en el difunto e
irrepetible Tip. Los aplaudían. Correspondían a los aplausos. Y
el esmoquin de Jorge, Broadway en Triana, se adelantó a las
candilejas y dijo:
-Gracias, muchas gracias por estas palmas. Por estas palmas de
Gran Canaria...
Ole, Morancos. Perdón: Magrebiancos, no se vaya a enfadar el
progre políticamente correcto del papel de Jorge.
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