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MI
amiga Cristina, barroca sevillana pura, tiene algo de sección
femenina de Valdés Leal. Podría ser muy bien hermana de la
Caridad. Una hermandad que me parece que no admite mujeres.
Todavía. Y que hasta que se entere el señor cardenal será la
única exclusivamente de hombres que quedará en Sevilla. Mi amiga
es de las que abren el ABC por detrás. Por las esquelas. Cuando
Cristina está con señoras de la generación de su madre, a las
esquelas les dice papeletas. Como antiguamente. Cada mañana, al
llegar el periódico a su casa, Cristina se va flechada a las
esquelas. Hay muchas que ya se las sabe cuando las ve impresas.
Anoche, ayer tarde, sonó ese teléfono que es como el tantán
africano del tantarantán sevillano de la muerte:
-¿Sabes quién se acaba de morir?
-¿Quién?
-Carlos, el primo de José María.
Y se sabe ya hora del entierro, el tanatorio, la parroquia de la
misa, todas las generales de la ley de vida, cuando por la
mañana ve impresa la esquela en el periódico. En Sevilla hay una
cultura de la muerte y las esquelas son como su agenda de
convocatorias. En Sevilla la gente va a exposiciones,
conferencias, mesas redondas... y funerales y entierros, como si
fueran manifestaciones de la misma cultura. Que a lo mejor lo
son. Los de Madrid, ciudad donde no se va a los entierros y no
se cumple con los amigos en los funerales, se quedan
sorprendidos cuando ven esa iglesia del Corpus Christi llena, la
de Los Remedios hasta la escalinata de gente, en un entierro o
en un funeral.
Y más sorprendidos se quedan aún los de Madrid cuando ven en
estos días de noviembre, qué clásico, las esquelas colectivas de
las hermandades, de los casinos, de los clubes, con su relación
de hermanos o de socios fallecidos a lo largo del año. Son como
anuales lápidas de los caídos en la guerra de la vida. El mármol
de la lápida de los caídos que hay a la entrada del Labradores
se repite cada año con la muerte nueva de la esquela de los
socios que ya no tendrán que pagar más cuotas. En cada una de
esas esquelas hay un trozo de vida, un pasaje de la Historia,
pero también una parte de Sevilla. Cristina me lo enseñó el
domingo, en una especie de juego de sociedad de la muerte, con
la esquela de Pineda por delante. Tomó el modelo 3 con el escudo
del caballo, las fustas cruzadas y la corona real, y me dijo:
-Mira, los conozco a casi todos...
Y empezó a comentarme, nombre por nombre:
-Mira, Luisa Angela Casal era la hermana de Angelito Casal.
Salud Cortines, ya sabes, la hermana de Enrique y de Jacobo.
José María Fal, de los Fal Conde, hay que ver que se murió
Alfonso Carlos y ahora José María. José Lorite, te acuerdas del
accidente de este verano, ¿no? Julia Llorente es la madre de los
Benjumeas, la viuda de don Javier. De José María O´Kean, ¿qué te
voy a decir?, fue precioso lo que le dedicaste. Bueno, y a todos
los conoces: Félix Pozo, el joyero, un señor; Joaquín Sainz de
la Maza, tú sabes, Saimaza y la Macarena; a Blanca Ricart la
conocías también. ¡Es que todos son conocidos!
Y debajo, justamente debajo, venía la esquela del Club Náutico.
Cristina ni la había leído. Por eso le dije:
-¿Y de esta otra, cuántos conoces?
-A ver que la mire...
La miró de punta a cabo, con sus veintidós socios fallecidos.
Iba poniendo progresivamente cara de extrañeza. Hasta que me
dijo:
-¿Pues sabes tú que de todos nada más que conocía a José María
O´Kean?
Es la mejor demostración de las muchas Sevillas que hay. Al
contrario que Cristina, los socios del Náutico leen la esquela
de Pineda y no conocen a nadie. Y ni te cuento la cantidad de
gente de la esquela de la Quinta Angustia que conocen en la
Hermandad del Tiro de Línea: a nadie. Y todos son Sevilla
barroca pura. Estamentada ciudad en la vida y en la muerte.
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