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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Antigua coronación sin aniversario

José Miguel Rodríguez, ese pintor habanero, barroco tropical, que disfraza a las aves del paraíso cubano de su nostalgia como rumberas del Tropicana, inauguraba su exposición en la galería anticuaria de Ana Abascal. En el mejor cahíz moyatoso de Sevilla: junto a Casa Morales. José Miguel Rodríguez, a quien pudieron leer, genialón siempre, en la entrevista de Pepe Arenzana, tenía colgados junto a los cuadros los títulos que les pone, tan Hollywood, tan Habana Vieja: «No es lo mismo la Guantanamera que aguántame la manguera»; «Me alegro mucho de que hayas venido y me alegro mucho de que te vayas»; «Tú sabes a que a mí lo que me gusta es lo que tú sabes»; «Nunca pude ser lo que quise y tampoco quise lo que pude»; «¿Dónde está el color, el calor, el olor, el charol, el vaivén de La Habana?»; «Ya no hay tantos besos como antes»; «Déjame quieto y vete pal carajo, pero que ya».

Y entre estos títulos pictóricos, como una hermosura habanera que se acabase de bajar de una volanta virreinal, Patricia Medina Abascal, la hija de Ana Abascal. Traía Patricia colgada al pecho, al modo de condecoración femenina, de lazo de dama, una medalla muy vieja. No con un cordón renegrío de copla del Pali, sino con un ajado lazo de seda, azul Purísima. En cuanto vi aquella medalla que mi madre nos enseñó a tener en la mesilla de noche, le dije:

-Qué bonito, Patricia, que traigas puesta la medalla de la Virgen de la Antigua.

-¿Ah, tú sabes de qué es esta medalla? Pues eres el primero que me lo dice. Estaba rodando por casa de mi abuela y la vi tan bonita, que me la colgué. Pero nadie sabía de qué era.

Pues es la medalla de la Virgen de la Antigua que Sevilla acuñó para el Congreso Mariano Hispanoamericano de 1929, en los esplendores de la Exposición, bajo el pontificado del Cardenal Ilundain. Medalla que lleva la delicada silueta de la Virgen con el Niño y la rosa, tan bizantina, tan colombina, tan secreta, tan nuestra, que se venera en su capilla, pintada en los muros de la Catedral, junto a los mausoleos de los arzobispos Salcedo y Hurtado de Mendoza. Por el anverso de la medalla, la Antigua; por el reverso, las armas del Cabildo, Giralda entre jarras de azucenas. Sevilla pura de la Purísima devoción mariana. Tuvo que haber por Sevilla cientos de estas medallas. De anticuario las he conseguido en plata, en bronce, de calamina como la que Patricia llevaba. El muy fernandino orfebre don Ricardo Roldán me ha sacado su molde, y me las acuña en plata. Las regalo en bodas y bautizos. Regalar una medalla de plata de la Virgen de la Antigua es entregar un trozo de la más íntima memoria de Sevilla. Ante Ella rezó Colón después que la Reina Católica lo mandara por tabaco a América. Bartolomé de las Casas fue su devoto. Quevedo le dedicó unos versos en los que hace decir a la Virgen: «Y aunque me miráis tan niña,/ soy más Antigua que el tiempo,/ mucho más que las edades/ y que los cuatro elementos».

En un silencio de medalla de plata y verso de Quevedo, el 24 de noviembre se cumplen los 75 años de la coronación canónica de la Virgen de la Antigua por el Cardenal Ilundain. Nadie ha dicho oficialmente nada. Como no es una imagen que se pueda sacar bajo palio para vanidad de capillitones, porque creo que no tiene ni hermandad, nadie recuerda este aniversario de una coronación más sevillana que muchas del tatachín y el chundarata. Ni siquiera ese Consejo de Cofradías que la tiene delante, en el altar mayor de su Capillita de la Puerta Jerez. Ni se ha editado cartel alguno, ni se ha dado pregón, ni habrá procesión extraordinaria. Mejor. Más íntima Sevilla. Más honda. Aunque ya he oído ese pregón, ya he visto ese cartel, paraíso cerrado para pocos. Era la vieja medalla de la Virgen de la Antigua que una bella mujer llevaba al pecho. Quizá esa bella mujer que rendía un callado homenaje a la Virgen de la Antigua era la misma y mejor Sevilla.


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