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Todos
sabíamos que la española era una Monarquía parlamentaria,
constitucional y moderna. No saben ustedes hasta qué punto de
moderna. La que más. Ahora y para siempre. Esto no se quedará
así. La modernidad irá a más. Vía muá, muá, muá. Sí, a besos.
Tenemos la Monarquía más moderna y más besucona del mundo. ¿No
vio usted a la Princesa de Asturias en la entrega de la Copa
Davis?
-No, ¿qué pasó?
Pues que por poco le pega un par de besos hasta a Manolo
Santana. Resumen de lo publicado: España, pero España de pata
negra y de toro de Osborne en la bandera, no el Estado Español
ni esas garambainas y perendengues, ha ganado por segunda vez la
Copa Davis. Después que haya sonado ese himno nacional oficioso
que es Paquito el Chocolatero; después que todo el estadio haya
hecho la ola, personajes del «Hola» incluidos; después que las
gradas y los palcos hayan coreado el nombre de Carlos Moyà;
después de los abrazos y los manteos a lo Sancho Panza de los
héroes de la raqueta, viene la ceremonia oficial de entrega.
Bajan los federativos del tenis, salen los equipos
contendientes, con la bandera de España y de Estados Unidos.
Como el presidente Rodríguez ni está ni se le espera, nadie se
queda sentado al paso de la bandera de los Estados Unidos.
Aplausos, fervor patriótico, buen perder de los americanos, los
dos equipos allí formados, y entrega de trofeos y de medallas.
En ese momento descubrimos que la Princesa de Asturias tiene
brazos. Si no somos como Cervantes el del premio de Ferlosio,
todos tenemos brazos. Pero unos tienen más brazos que otros.
Tienen brazos especialmente los que deben salir a un escenario y
no saben qué hacer con ellos. Hay, por ejemplo, cantantes que se
aferran a la guitarra o al micrófono para que no se les note que
tienen brazos. Y a la Princesa de Asturias, como no llevaba
bolso ni era cuestión de portar micrófono como cuando el mono
blanco del chapapote, pues se le notó completamente que tenía
brazos. Las señoras no tienen espalda, pero sí brazos, cuando no
saben qué hacer cómo ponerlos.
Tras lo cual llegaron los victoriosos tenistas ante los
herederos de la Corona. El Príncipe de Asturias les dio la mano
o incluso la palmadita en el lateral del hombro. El primero de
ellos, al llegar luego ante la Princesa de Asturias, le tendió
la mano, como para besársela. Sí, sí, besarle la mano. La
Princesa le tomó esa mano como mango de raqueta triunfal, lo
atrajo hacia sí, y muá, muá, ¡un par de besos! A Nadal, a Moyà,
a Robredo, a Ferrero y hasta a Ferrero Roché que hubiera
llegado: dos besos de reglamento, muá, muá.
El futuro simpático y moderno de la Corona está, pues, más que
asegurado por vía matrimonial. Actualmente la parte abrazona y
manoseadora de la Corona la desempeña Su Majestad el Rey. Llegan
los deportistas premiados y Don Juan Carlos los abraza, les soba
la nuca, los aprisiona con sus dos manos por los codos. Tenemos
un Rey muy magreón, muy sobón. Pero cuando ese sudoroso
futbolista ganador de la Copa del Rey llega ante la Reina, doña
Sofía adelanta el brazo y echa la mano como José Tomás la
muleta: por delante. Lo de la Reina tiene mucho más mérito que
lo de José Tomás. Tomás carga la suerte y desvía la trayectoria
del toro con la muleta. La Reina carga la suerte y desvía la
trayectoria del que se iba a acercar más de la cuenta sólo con
la mano. A una mano, como los buenos banderilleros: Blanquet en
versión helénica. La Reina lleva la muleta, qué muleta, por
dentro de su arte de marcar distancias. Mayestático arte de las
distancias en la magia de la Corona con el que ha acabado la
nuera. ¿No son dos Copas Davis las que ya han ganado? Pues nada,
dos besos a cada tenista, muá, muá. Y cuando ganemos la tercera,
pues tres besos a cada uno, muá, muá, muá...
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