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Como
los cinco minutos de fama que, según Andy Wharhol, todo el mundo
tiene en Nueva York, hay calles de Sevilla que tienen su
semanita de gloria. La ciudad, como la liturgia cristiana o
sacados precisamente de ella, tiene sus tiempos. Un Eclesiastés
a la sevillana nos dice que hay un momento para todo y un tiempo
para cada cosa bajo el sol del Tendido 12. Un tiempo para el
tambor y un tiempo para el tamboril; un tiempo para el incienso
y un tiempo para la alhucema; un tiempo para el albero y un
tiempo para la cera; un tiempo para el río y un tiempo para la
torre; un tiempo para el vencejo y un tiempo para la cigüeña; un
tiempo para el clavel y un tiempo para el crisantemo.
Y las calles también tienen su Eclesiastés. Sus tiempos, sus
ciclos. Hay calles alegres y calles tristes. Calles para la
Semana Santa y calles de Feria. Calles para el verano y calles
para el otoño. Y calles ligadas a un tiempo exacto de la ciudad.
Calles que, en la ciudad de los pregones y los carteles, son un
pregón, un cartel. La calle Alemanes es pregón y cartel de la
Virgen de los Reyes. A la Virgen de los Reyes, el 15 de agosto,
las tres gracias se le piden cuando aparece en la Puerta de los
Palos. Pero las largas vísperas de su novena están en la calle
Alemanes, por donde vienen y van esos inconfundibles trajes
estampados de las sevillanas de la novena de la Virgen.
La calle Asunción es la calle de la Feria, como un anticipo de
su portada. Te pones en la esquina de la Plaza de Cuba, miras
hacia el final, y toda la calle Asunción es como un extenso
compás largo y estrecho, atrio de la portada de la Feria que ves
al fondo. Por Feria, Asunción tiene otro ritmo, otra vida, calle
San Fernando por la que siguen pasando cigarreras con el mantón
de talle. Son sus siete días de gloria, en la teoría neoyorquina
de Warhol aplicada a Los Remedios.
La Alcaicería es la calle de la Semana Santa. Hay cientos de
calles unidas a una cofradía, un itinerario, un balcón, una
saeta, una salve, un palio, una marcha, una levantá. Pero La
Alcaicería está unida a la Semana Santa toda. Hecha como a
medida para el palio de Madre de Dios de la Palma, La Alcaicería
es el pregón de la Semana Santa hecho calle en cuanto cuelgan el
primer capirote de eso que antes duraba sólo cuarenta días,
ahora el año entero y que llaman Cuaresma.
Y nos queda la calle de la Navidad. No hay otra. Calle que huele
a alhucema, a barro de figurita de portal de Belén, a corcho de
nacimiento, a pólvora de petardos de Nochevieja, a polvos
picapica del Día de los Inocentes. Es La Venera. La Venera de
las especias y las tripas para matanza, de los almacenes de
hondos patios, de la botica, del azulejo de la fonda del Pavo
Real, huele a Sevilla de la Edad Media. Y en estos días, La
Venera huele a Navidad antigua. A Navidad de pavo pobre,
pariente desgraciado del ilustre Pavo Real del azulejo,
esperando ser sacrificado.
Venera a la que seguimos llamando así, aunque la calle se titula
oficialmente José Gestoso. Quizá sea un prodigio póstumo del
historiador. A Gestoso no le hubiera gustado nada que su nombre
borrase un rótulo del callejero histórico de Sevilla. Que a José
Gestoso le llamemos La Venera es quizá el mejor homenaje a
Gestoso. El kilómetro cero de Sevilla: no La Campana como se
cree. En la fachada de la antigua botica hay una concha de
piedra: la Venera que da nombre a la calle. ¿Venera de Santiago?
¿O concha donde nace la Venus que es Sevilla, en la mar de sus
calles? Según su proximidad a esa Venera está el número 1 de
gobierno de cada calle. La Venera es también el tiempo cero en
el kilometro cero de esta ciudad tan ritual. Donde siempre huele
a Edad Media y a Pascuas de Navidad. Donde el sevillano, que más
que en las Pascuas cree en Ramos, al oler a Navidad dice:
-Pues ya sí que falta menos para el Domingo de Ramos...
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