|
Había
firmado ejemplares de libro nuevo en ambos, duales cortes
ingleses: en el Cortinglés del Duque y en el Cortinglés de
Nervión. Traduzco para uso de estos días de Pascuas Comerciales
de Navidad y Reyes: embotellamiento de la calle Baños o
embotellamiento de la avenida de San Francisco Javier.
-A la que en la moda del nomenclator cofradiero pronto le
pondrán Avenida de Los Javieres, usted...
Exacto. Sigo. Había firmado ejemplares en la Feria del Libro. Y
en muchos sitios. Pero nunca en el escenario de un teatro:
exactamente sobre las tablas donde Juanito Valderrama cantó «El
emigrante». He firmado ejemplares en el escenario del Teatro
Imperial, salvado por la más que encomiable librería Beta, a la
que no le va en absoluto el cante de Utrera: «Utrera, ciudad
bravía,/que entre antiguas y modernas/cuenta cincuenta
tabernas/y ninguna librería». En Sevilla, ciudad bravía, Beta
está abriendo casi tantas librerías como mesones serranos,
cuchareos sanluqueños de sopa de galeras o restaurantes
postmodernos de los platos cuadrados y la estocá hasta la bola
en la factura. Ya van por nueve librerías. Y han obrado el
milagro de que en un antiguo cine, en vez de poner un asador de
pollos como en Los Tres Reyes, van y montan una librería de
fondo, de catálogos completos, la maravilla de ver las
colecciones enteras de Cátedra, Gredos, Anagrama o Austral, y
donde los dependientes, al contrario de otros sitios, no parecen
máquinas de tabaco. Preguntas en algunos sitios:
-¿Tienen el último libro de Pérez Reverte?
Y te dicen, como la máquina de tabaco:
-Agotado, elija otro.
Autotitulados librerías hay que preguntas por El Quijote y te
dicen que está agotado. En el antiguo Cine Imperial, Beta
restituye la memoria del libro en la calle Sierpes. Es como si
en el patio de butacas y en el gallinero del Imperial
reconvertidos se hiciera el monumento a todos los libreros que
tuvieron que cerrar sus negocios en la calle: Pascual Lázaro,
Tomás Sanz, Eulogio de las Heras, Juan Beltrán (Atlántida).
Y entre los miles de libros antiguos y modernos de la Imperial
Beta, veo uno nuevo de Joaquín González Moreno: «Miradores de
Sevilla». El paleógrafo que fue archivero de la Casa de Pilatos
e investigador y divulgador de la historia de la ciudad ha
catalogado esos torreones de las esquinas de Sevilla. Los
miradores de las viejas grandes casas, los que repitieron los
arquitectos de la Exposición del 29: de Los Pinelos al Hotel
Alfonso XIII. En la ciudad donde el cielo hace las devotas
estaciones de los campanarios y las espadañas, González Moreno
ha censado las torres civiles de sus miradores. Joaquín me
enseñó sobre el terreno cómo muchas casas pegadas a la antigua
muralla, por la Puerta de la Carne, por la Puerta Carmona,
tenían torres-miradores, como a la gaditana. Torres de sillón en
Cano y Cueto o en el Muro de los Navarros, que si en Cádiz eran
para ver los barcos venir, en Sevilla eran para ver llegar la
granazón a los mares de olivos desde los que se divisa la
Giralda y dan la mejor aceituna de mesa.
Joaquín González Moreno me descubrió los miradores gaditanos de
Sevilla, o la vida cotidiana de la Casa de Pilatos en el XIX
convertida en casa de vecinos, o la iconografía de la Virgen de
Guadalupe. Tantas y tantas Sevillas. Desde su capilla de la
Catedral, el Obispo de Scalas me dice ahora que González Moreno
está pasando una crujía de salud. Y como veo su libro nuevo, le
levanto con alegría este mirador de papel para llevarle el ánimo
de sus lectores. Para hacer lo que nos enseñó a tantos: mirar
Sevilla. Si Don Alfonso XIII no quería aquí rascacielos porque
al cielo de Sevilla no le picaba nada, González Moreno nos
enseña ahora que en Sevilla hay tantos miradores porque la
belleza de este cielo tiene un ver.
Recuadros de días
anteriores
Correo
Biografía de Antonio Burgos
Libros
de Antonio Burgos en la libreria Online de El Corte Inglés
|