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Si
Rafael de León volviera, tendría que volver a escribir la letra
del Quince Mil de Concha Piquer. La lotería más famosa no es la
de Doña Manolita en la Gran Vía: es la de Sort en la Cataluña
del tripartito. La letra del «Mañana sale» tendría que quedar
así: "La fortuna aquí se halla/quien me compra un treinta y
tres/bájatelo a la pantalla/que lo vendo en Internet». Lo que le
faltaba a Carod era el lotero de Sort para asegurarse que todos
los premios gordos del cochino dinero españolista caigan en
Cataluña. Y lo que le faltaba a Sort era que el gordo se
vendiera por Internet; que por la red de redes la esquiva suerte
diera pasos como de salto de caballo de ajedrez a través del
mapa de España, de Sort a la provincia de Jaén y tiro porque me
toca. Porque me toca el gordo por Internet.
Y a Internet lo que le faltaba para su total sacralización era
que por la red te pueda ya hasta tocar el gordo. Por Internet
puedes bajarte la música de moda; leer como gratuitos los
periódicos de pago; buscar datos para el examen; hallar novia si
no la tienes; ligar un plan con un guaperas de ojos azules;
hojear revistas pornográficas; comprar un libro descatalogado.
Menos café, Internet te da de todo. Y lo del café, por el
momento: el tiempo habrá de llegar en que Internet te pregunte:
«¿Solo o con leche?».
Internet estaba ya sacralizado hasta ortográficamente. En este
artículo he escrito hasta ahora Internet con mayúscula
mayestática. Vamos a quitársela, a apearle el tratamiento, como
hace muy bien ABC con la práctica de su libro de estilo; vamos a
dejarlo en internet con minúscula inicial, no le pongamos
mayúscula como si fuera Dios, dejémoslo en todo caso en un nuevo
dios de nuestro tiempo. Como un nuevo, único Dios, en el español
hablado y escrito en la península concedemos a internet dos
honores divinos: la mayúscula inicial y la ausencia de género
gramatical. En Hispanoamérica es «la» internet, traducción
española del «net», de la red americana de su nombre inglés. En
España no es ni «el» internet ni «la» internet. Es internet a
secas, como Dios es Dios a secas, no «el» Dios ni «la» Dios. Al
no tener ni «o» ni «a» en sus letras, ni podemos ponerle a
internet el multiusos de género en que se ha convertido el
antiguo símbolo de la arroba de pesar cochinos, con perdón: la
@.
Internet es el nuevo púlpito desde donde se proclaman las
verdades de lo políticamente correcto en nuestra sociedad
globalizada. Te aseguran cualquier cosa y cuando preguntas que
dónde lo han leído, dónde lo han oído, te dicen con la nueva fe
del repartidor del butano, que es la vieja fe del carbonero:
-Lo he visto en internet.
¿Dónde de internet? Ah, da lo mismo. Es como si te dijeran, sin
citarte en qué libro:
-Lo he visto en la Biblioteca Nacional...
En internet, catecismo, Biblia, pontífice infalible, código
civil, tablas de la ley en forma de pantalla, todo vale. Todo
está igualado y sacralizado por la magia litúrgica de ese nuevo
latín de URL, http, chat, FTP, ADSL, jpg, MP3. Si lo has visto
en Internet, da lo mismo que esté escrito en un editorial de «The
Times» o en la infobasura de un confidencial; en una entrada de
la Enciclopedia Británica o en un ejercicio escolar colgado en
la red por un colegio público; en el cotilleo de un chat o en la
intoxicación de un correo electrónico con múltiples
destinatarios indiscriminados. Todo tiene igual, sacralizado
valor. Internet ha acabado con la venta de libros de consulta.
Larousse o Espasa se llaman ya Google o Yahoo. ¿Rigor? Ninguno.
Pero está en internet. Lo que faltaba es que hasta el gordo lo
dieran por internet. ¿Dónde ha caído el gordo de Navidad este
año? ¿Dónde va a ser? ¡En internet! Hasta Beas de Segura tiene
ya el nombre de internet.
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